Un mural en Xalostoc, Ecatepec de Morelos

El mural está en el jardín de niños “Xochipilli”, en la colonia Cuauhtémoc Xalostoc, en Ecatepec de Morelos, una zona inicialmente industrial que ahora es también habitacional.

(Grecia Monroy.) Mi amiga Silvana y yo usábamos el tiempo del regreso desde la universidad (en el sur de la Ciudad de México) a nuestras casas en Ecatepec de Morelos (al norte del norte de esa misma ciudad) para platicar de muchas cosas, lo cual incluía hablar del traslado y de la experiencia misma de vivir en Ecatepec. Era interesante hablar de eso teniendo como fondo las reflexiones que habíamos visto en nuestras respectivas clases, enraizadas en discusiones de humanidades y ciencias sociales. Muchas veces concluíamos que todo eso resultaba insuficiente y que lo que se necesitaban eran acciones concretas. Pensábamos en el caso específico del jardín de niños en el que trabaja mi mamá como maestra; ese espacio en Xalostoc, una zona industrial de Ecatepec, era una especie de síntesis de los problemas que luego podrían hacerse extensivos a todo el municipio.

El jardín de niños “Xochipilli” se volvió entonces un lugar para ensayar algunas acciones que tenían la intención de beneficiar a esa comunidad. Nosotras no teníamos experiencia al respecto, por lo que estas acciones se basaban más que nada en la intuición, en las ganas de hacer algo y en el apoyo desinteresado de otras personas. Hicimos un taller de respiración y meditación, una donación de calcetines y dulces a los niños, y un taller de guía de lectura para padres de familia. 

Ninguna acción parece jamás suficiente, pero en todo caso hacer esas cosas nos dejó ir conociendo un poco mejor la comunidad del jardín. Al mismo tiempo, personalmente me fui interesando en pensar cómo Ecatepec, pese a sus particularidades, era una más de muchas periferias urbanas que, a contrapelo de su nombre, son el centro primordial del desarrollo urbano actual. Fui encontrando geniales trabajos de otras personas que estaban pensando y representando esto: fotografías (como las de Michael Waldrep, cuyas textos traducidos se pueden encontrar aquí), o las de León Muñoz Santini…), crónicas (como el espléndido trabajo de Emiliano Ruiz Parra…), cuentos (como aquel de Paco Ignacio Taibo II…), ilustraciones (el brillante trabajo del artista gráfico José Fabián Estrada alias Perro…).

Como comenté en otra entrada, en el año 2017 tuve la oportunidad de detenerme a pensar y escribir al respecto de Ecatepec en mi trabajo de tesis de maestría, en cual partí de la pregunta sobre cómo se representan las periferias urbanas actualmente, enfocándome en el caso de Ecatepec; hice también una versión abreviada de este trabajo en forma de artículo. Esta investigación la fui desarrollando casi paralelamente a otro proyecto: un taller de reflexión e intervención artística en el ya mencionado jardín de niños “Xochipilli”.

Esto último surgió a partir de que supe que estaba abierta la convocatoria del Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (PACMyC) en su emisión de 2017. La convocatoria estaba dirigida «A grupos interesados en recibir apoyo económico para desarrollar un proyecto cultural comunitario que fortalezca la identidad, la diversidad cultural y los procesos culturales de sus comunidades, en los espacios geográficos y simbólicos donde se desarrollan.» Parecía indicar a la letra lo que andábamos buscando. Con de mis mejores amigas, Silvana y Denisse, nos pusimos manos a la obra para plantear el proyecto y, aunque con algún retraso, meses después nos informaron que habíamos sido beneficiadas del apoyo.

Nuestro proyecto lo titulamos «Identidad comunitaria mediante la acción cultural: hacer la historia e imaginar lo que puede ser» y consistíría en una serie de talleres artísticos y culturales, con técnicas de pintura, teatro y fotografía, para los padres o tutores y alumnos del Jardín de Niños Xochipilli, ubicado en la colonia Cuauhtémoc Xalostoc, en Ecatepec de Morelos. El producto final de los talleres sería la realización colectiva de un mural en una de las paredes de la escuela, el cual sería inaugurado en un evento final en el que se haría también una exposición fotográfica y pictórica de otros productos derivados de las sesiones.

El PACMyC nos concedió los recursos económicos que solicitamos para llevar esto a cabo. Cabe decir, por si alguien está interesado en participar en alguna de las convocatorias anuales de este programa, que estos recursos no incluyen honorarios ni ningún tipo de retribución para quienes lo ejercen. Son recursos únicamente para la compra de materiales o lo que haga falta para el proyecto. También cabe mencionar que los tiempos de esta clase de programas gubernamentales suelen ser mucho más largos y lentos de lo que uno quisiera, por lo que los cronogramas que uno plantea inicialmente se tienen que ir reajustando en función del momento en el que los recursos son liberados.

En nuestro caso, el proyecto pudo comenzar hasta cuatro meses después de lo esperado, lo cual acarreo varios ajustes. Esto implicó, por ejemplo, que una de nosotras, Silvana, tuviera que llevar a cabo prácticamente por sí misma toda la primera etapa del proyecto, que consistió en los talleres de sensibilización y reflexión en torno al entorno inmediato en el que se habita.

De estas sesiones se derivaron los productos a partir de los cuales fuimos concretando lo que sería, de hecho, el producto final del proyecto: un mural colectivo en la pared frontal de la escuela. Para esta segunda etapa del proyecto, contamos con la ayuda de un artista local de Ecatepec, José Fabián Estrada alias «Perro». Acudimos con él por nuestro origen ecatepense compartido, pero especialmente el interés común en pensar Ecatepec desde la trinchera gráfica. Su libro Ecatepec de 2017 es muestra paradigmática de esto, a lo que se suma una trayectoria cada vez más prolífica y reconocida en el mundo de la ilustración.

«Perro» y el grupo de padres de familia del jardín de niños fueron bosquejando lo que sería el diseño del mural, el cual fue puesto finalmente en pared en noviembre del año pasado, 2018. La jornada de pintura fue intensa, pero alegre y satisfactoria para todos los que participamos en ella.

Días después, el mural fue presentado oficialmente ante toda la comunidad del jardín, al tiempo que se inauguró una pequeña exposición de las fotos que los propios padres y alumnos habían tomado de su entorno, como parte de una de las actividades de la primera etapa del proyecto. En esas fotos se expresaba tanto la denuncia de aquellas cosas negativas que las personas identifican en su espacio (basura, suciedad, contaminación, inseguridad…), como los detalles de aquellos lugares que les significan cariño y tranquilidad (sus patios, mascotas, familia, plantas, casas…). Estos últimos representan el punto de partida para pensar y buscar otros modos de vivir y habitar el espacio.

Así, desde hace ya cerca de un año, los que caminan frente al jardín de niños Xochipilli, en la colonia Cuauhtémoc Xalostoc, en Ecatepec de Morelos, pueden ver a todo color y ocupando dos paredes frontales, una representación, ideada por sus propios habitantes, de ese mismo entorno por el que están caminando. Algo nuevo hay en el espacio… Y aunque permanezcan muchas cosas más que sin duda deberían cambiar en las periferias urbanas, el ensayo de formas nuevas de representación, nuevos modos de mirarnos y mirar nuestros espacios, es muchas veces el primer paso para todo lo demás.

Mi investigación sobre Ecatepec

Vista de (una parte de) Ecatepec desde el cerro Ehécatl en 2017. | Foto: Grecia Monroy.

En el año 2016, gracias a una beca, tuve la oportunidad de estudiar un master (maestría) en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Salamanca en España. Aprovechando la mirada interdisciplinaria que estos estudios permiten, pude llevar a cabo una investigación sobre los problemas de la representación de una zona urbana como Ecatepec y sobre algunas propuestas «alternativas» de estas representaciones. Esto fue una gran oportunidad para tratar de dar forma, poner por escrito y sustentar ideas que habían surgido de mi propia experiencia como habitante de esa zona. De ello se derivó, pues, el trabajo de tesis con el que me titulé y también una versión abreviada de esta investigación en forma de artículo para la Revista Internacional de Comunicación y Desarrollo. Algunas de las ideas desarrolladas en esos trabajos me sirvieron, además, como punto de partida para el desarrollo de un proyecto de intervención artística en Ecatepec, del cual hablé en otra entrada.

Como toda investigación, aunque quizás más aún cuando se trata de una que nos atraviesa vitalmente, quedan muchos cabos sueltos y muchos aspectos sin tratar, pero quizás pueda ser de alguna utilidad para quien esté interesado en el tema de la representación de las periferias urbanas. Pongo a continuación los dos párrafos con los que abre mi tesis y después los enlaces para descargar ésta y su versión como artículo.

El presente trabajo tiene origen en varias de las inquietudes que atraviesan mi propia experiencia de vida como habitante de una periferia urbana. Durante poco más de cinco años, mientras cursaba la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM, al sur de la Ciudad de México, hacía diariamente un traslado de dos horas para llegar desde mi casa al campus y otro igual para volver. Poco a poco me fui dando cuenta de que esos trayectos me marcaban tanto —o incluso a veces más— que lo que sucedía y aprendía en las aulas. Ya fuera en reflexiones solitarias o en compañía de mi amiga, esos trayectos se convertían en la clase extramuros que le terminaba de dar sentido a todas las demás. Nuestro salón de clases era móvil, ruidoso y público: uno de los vagones del metro de la Ciudad de México o el interior de la combi (pequeñas camionetas empleadas para el transporte público en México) que nos llevaría más allá de las fronteras de la capital. Con nuestros compañeros de viaje ya no compartíamos la vocación profesional, mas sí el espacio y una realidad cotidiana común: ese traslado desde “la ciudad central” a “las periferias”. En nuestro caso, se trataba del municipio de Ecatepec, en el Estado de México, que forma parte de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM).

Vivir en Ecatepec no es algo excepcional por sí mismo, porque sea raro o porque sea poco frecuente. De hecho, todo lo contrario: es el segundo lugar más poblado de la ZMCM. Sin embargo, en el imaginario de muchas personas aparece como una zona periférica más, homogénea en cuanto a sus rasgos negativos: desordenada, caótica, sin identidad, sin cultura, sin nada sobresaliente más que sus tasas de criminalidad… En una palabra, un sitio “inhabitable”. Ante esa opinión general, yo me preguntaba qué era, entonces, lo que poco más de millón y medio de personas hacíamos viviendo ahí en Ecatepec. Por supuesto, comprendía bien el ímpetu de denuncia y crítica que puede haber en enfatizar los rasgos meramente negativos de un lugar, además de que reconocí siempre el sesgo de mis relativos privilegios en un contexto como el de México (para empezar, la misma posibilidad de asistir a la universidad), pero aun así sospechaba que debía haber otras cosas que decir y otras maneras de pensar y representar un lugar como Ecatepec. Esa sospecha es lo que en estas páginas quise convertir en una pregunta de investigación.

Enlaces

Monroy Sánchez, Grecia. “Representaciones de la periferia el caso de Ecatepec de Morelos, Estado de México”. Revista Internacional de Comunicación y Desarrollo, vol. 2, núm. 8, 2018, pp. 66-80. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6519175

Monroy Sánchez, Grecia. Representaciones de la periferia: el caso de Ecatepec de Morelos, Estado de México. Trabajo de Fin de Master, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2018. Disponible en: https://gredos.usal.es/handle/10366/136928

Y para terminar, algo que dejé fuera de la investigación: el humor de los memes como modos de representación.

El sentir de muchos de nosotros. XD

La repetición y el gozo: Carlos Ann vuelve a presentar ‘El Tigre del Congrés’ en Ciudad de México

Publicado originalmente en Acordes Modernos.

Carlos Ann | Facebook del artista.

(Grecia Monroy.) La música es inagotable y el placer —algunas veces— tiene que ver con la repetición. ¿Cuántas veces hemos deseado que alguna banda o cantante vuelva a hacer la gira que nos perdimos o que nos encantó tanto que deseamos ver de nuevo? Sensible a estos deseos, Carlos Ann anunció en abril de este año que El Tigre del Congrés (2010) se pasearía de nuevo por México. La noche del viernes pasado esa promesa comenzó a cumplirse.

Serán tres las presentaciones en las que Ann revivirá las canciones de aquel material que se publicó hace seis años. Según él mismo ha dicho, El Tigre del Congrés —título que hace referencia al apodo que, de chico, tenía en el barrio barcelonés donde nació, Congrés— es el disco más desnudo, acústico y orgánico que ha hecho hasta ahora: su voz y dos guitarras fueron todo lo necesario para grabarlo. Estos tres elementos fueron también los que el viernes colmaron el escenario del primero de los conciertos del “regreso del Tigre” —quedan aún el de Puebla del 11 de junio y uno más en la Ciudad de México el 12.

La gira del regreso del Tigre. | Facebook del artista.

El espacio para este regreso —de algo que, en realidad, no se había ido— fue el Segundo Piso Live, un foro y bar en pleno centro de Azcapotzalco, en el norte del D.F. Cerca de las 10 de la noche, Carlos Ann subió al escenario, donde ya se encontraban los dos maestros guitarristas que lo acompañarían todo el concierto: Juan Carlos Allende y Enrique Rodríguez Castañeda. El lugar estaba abarrotado y el humo de un incienso que ardía en el escenario, cerca del micrófono de Ann, flotaba sobre los asistentes de las primeras filas. Sin más preámbulo, comenzó con “Y no queda nada”. Una tras otra, todas las canciones de El Tigre fueron cantadas por Ann y coreadas por los asistentes.

Por supuesto, también las canciones de otros discos de Ann hacían reverberar al público; así sucedió con “La mejor de tus sonrisas”, “La fanfarria” y “Una caja olvidada”. Hubo, además, sorpresas en forma de covers: “La distancia” —clásico de la balada—, “Las oportunidades” —de Andrés Calamaro— y “El triste” —tema de Roberto Cantoral que José José volvió inmortal.

Si la repetición tiene que ver, en ocasiones, con el placer, habría que agregar también sus vínculos con el ritual. Tanto los que van por la vida dando conciertos como los que vamos recibiéndolos asumimos esto, creo, con generosa sorpresa. Nunca antes había visto a Carlos Ann sobre el escenario y, aunque sin duda me quedan ganas de poder verlo alguna otra vez ejecutando sus piezas más rockeras y electrónicas, el concierto de este viernes me dejó la clara impresión de que ocurría algo más que “cantar” cuando él se volcaba —en forma de voz— en esas canciones. Además, la devoción con la que, de tanto en tanto, en los espacios en los que las cuerdas vocales cedían ante las cuerdas de nylon, miraba a los guitarristas que lo flanqueaban transmitía un vínculo tan musical como místico.

Carlos Ann, también conocido como ‘El Tigre del Congrés’. | Facebook del artista.

El incienso seguía consumiéndose y la cerveza seguía siendo consumida mientras versos como estos quedaban suspensos, al igual que el humo, sobre nuestras cabezas: “Estuvimos desviando el tema con nimiedades, de ésas que recuerdan que todo es importante.” Tras una hora de concierto, los músicos dejaron el escenario. Pero, ante el clamor del público, volvieron una vez más. “¿Quieren más? Son incansables, ¿no? Es muy difícil complacerlos a todos”, dijo Ann ante la avalancha de peticiones de canciones lanzada al escenario. Al amenazar, además, que si no le daban otra cerveza se marcharía, la avalancha se transformó en olas de manos que hicieron llegar botellas de cervezas, vasos y mezcal a los pies del escenario. Ofreció aún varias piezas más y era tal la resistencia de la noche a terminar que, incluso, hizo una cappella con el público antes de cerrar definitivamente con la canción que, paradójicamente, abre El Tigre del Congrés: “El tiempo pasó solito”.

Carlos Ann ha dicho que el proceso de composición, o más bien de “alumbramiento”, de una canción puede ser doloroso. Pero, como muchas otras cosas en la vida, el dolor puede dar paso al placer y a la inagotable generosidad que habita en una creación —en una canción— y que se reaviva, repitiéndose, en un concierto. Así sucedió esa noche en Azcapotzalco y, seguramente, volverá a pasar en las dos fechas del “regreso del Tigre” que quedan aún.

Una noche con negro azar: Alfonso André e invitados en el Lunario del Auditorio Nacional

Publicado originalmente en Acordes Modernos.

Memorable concierto de Alfonso André en el Lunario. | Foto: Alfonso Romero.

(Grecia Monroy.) Continuando con las presentaciones por todo el país de su último disco Mar rojo (2015), Alfonso André ofreció un concierto este sábado 28 en el Lunario del Auditorio Nacional, en compañía de varios amigos y excelentes músicos.

Durante las casi dos horas que duró la presentación, el escenario estuvo en constante ebullición, tanto por el ir y venir de los músicos invitados, como por la fuerza de las canciones de Mar rojo y Cerro del aire (2011) —el disco debut de André como cantante—, y las piezas “sorpresa” que adornaron la noche. En cierto modo, esta ebullición contrastaba con la quietud del público que, debido a la disposición del recinto, se ubicó en sillas alrededor de pequeñas mesas redondas dispersas por todo el espacio. Aunque es cierto que esa disposición puede resultar más “cómoda” para escuchar tranquilamente el concierto, sin duda se echó de menos la posibilidad de formar el típico “montón” anhelante y apelmazado, tirando hacia el escenario.

Alfonso André sigue presentando ‘Mar rojo’. | Foto: Sully Silva

Alfonso André sigue presentando ‘Mar rojo’. | Foto: Sully Silva

El sonido, eso sí, fue impecable. Es evidente que los músicos que acompañan a Alfonso —Federico Fong (bajo), Javier Calderón (guitarra), Adolfo Romero (guitarra) y Chema Arreola (batería)— saben más que bien lo que hacen. Aunque durante el concierto Arreola se mantuvo, como suelen hacer los bateristas, al fondo del escenario, resultaba inevitable “verlo” también frente al micrófono, pues sabemos que muchas de las letras, especialmente las de Mar rojo, han sido escritas por él.

Pocos minutos después de las 21 horas, estos cuatro músicos y Alfonso André aparecieron sobre el escenario, para abrir la noche con una pieza profunda y oscura: “Ese lugar”, última canción de Mar rojo. La voz grave de Alfonso resonó fuerte y clara en el recinto, en cuyas pantallas se proyectaban, a la vez, secuencias de video para acompañar cada canción. Sonó después “Mar rojo” y “Puedes dejarme atrás”, en la que Alfonso fue alternando estrofas con el primer invitado de la noche: Luis Humberto Navejas, voz de Enjambre. Siguieron “Ícaro” y “Brisa”, en la que la voz jazzística de Iraida Noriega logró una gran combinación con la de Alfonso y con la poética letra de esa canción.

Luis Humberto Navejas y Alfonso André, en los ensayos previos al concierto. | Foto: Facebook del artista.

Iraida se quedó en el escenario para, junto a Paco Huidobro, de Fobia, en la guitarra, añadirle intensidad a “Hasta que dejes de respirar”, tema de Caifanes que Alfonso suele tocar como parte de su repertorio. Esa canción, que también contó con la colaboración de Darío González Valderrama en los teclados, logró estremecer tanto por su letra de oscuro erotismo, como por la brillante interpretación que hicieron de ella esa noche. Después, Alfonso nos contó y cantó “La mitad de la verdad”, tema de Cerro del aire. Al baterista y cantante se le veía seguro y contento sobre el escenario; abajo, el público, aunque sentado, no dejaba de estallar en explosiones de euforia y de admiración dirigidas tanto a Alfonso como a sus músicos de base e invitados.

Llegó, entonces, el momento de que Cecilia Toussaint subiera al escenario para soltar la voz junto con Alfonso en “Fuga y quietud”, también de Cerro del aire. Ella volvería más tarde y, mientras tanto, Alfonso invitó a Fernando Rivera Calderón, músico y cabeza de Monocordio, a tocar una “bonita canción de esperanza”, según él mismo André dijo en referencia a “El sol saldrá”. Después, en triple dosis, vendría la participación de Chetes: primero, con el cover de un éxito del regiomontano, “Querer”, en el que alternó estrofas con Alfonso; luego, volviendo a Mar rojo, hicieron “Suelta”; y, finalmente, a manera de homenaje a David Bowie, los dos músicos nos regalaron una versión de “Starman”.

Cecilia Toussaint y Alfonso André. | Foto: Sully Silva.

Luego, el concierto remontó a un ambiente oscuro y rock con piezas como “Tormenta” y “Torre del olvido”, en la cual José Manuel Aguilera, voz de la legendaria La Barranca, acompañó a Alfonso. Los versos decadentes de esta canción adquirieron una nueva densidad con la particular voz de Aguilera, quien fue uno de los más ovacionados de la noche. El músico permaneció un poco más en el escenario, aunque ahora en la guitarra y cediendo el micrófono a Cecilia Toussaint, para tocar “Todo temor esconde siempre algún deseo”. Siguiendo con el tono desafiante de esta pieza, sonó “Muérdeme”, tema en el que Chema Arreola —el “Robapalabras”, como lo llamó Alfonso— dejando por un momento la batería y pasando a tomar el micrófono, hizo la introducción vocal.

Alfonso André y algunos de sus invitados al concierto en el Lunario. | Foto: Facebook del artista.

Tras salir un momento del escenario, André y sus músicos volvieron para ofrecer su versión de la balada “El amor de mi vida” de Camilo Sesto, en la que la voz de Alfonso luce mucho, aunque no sea su estilo musical de base. El cierre de la noche empezaba a anunciarse, pero faltaba aún el cover de “Penélope”, que contaría una vez más con la colaboración de Chetes y de Cecilia. Finalmente, el concierto concluyó con “La piel”, tema en el que Diego Herrera, compañero “caifán”, estuvo a la guitarra y Cecilia al micrófono junto con Alfonso.

De principio a fin, este concierto nos mostró que Alfonso André va por muy buen camino. Aunque él suele decir que tiene “más personalidad de baterista que de cantante”, estando al micrófono sobre el escenario lo que transmite no es sólo una excelente ejecución musical —tanto de su parte como, sin duda, de los músicos que lo acompañan—, sino también un placer convincente de que vale la pena seguir haciendo nuevos proyectos, aun contando ya con una trayectoria musical que lo sitúa como uno de los músicos mexicanos más importantes de nuestros tiempos.

“En aquella patria a la que llaman Neza”: Bunbury ante 200 mil personas

Publicado originalmente en Acordes Modernos.

(Grecia Monroy.) La noche de ayer, martes 17 de mayo, Enrique Bunbury dio un concierto gratuito ante —de acuerdo con cifras anunciadas hoy— aproximadamente 200 mil personas congregadas en el Deportivo Bordo de Xochiaca, en el marco de las celebraciones por el 53 aniversario de “aquella patria a la que llaman Neza”, según verso adaptado por el mismo Bunbury.

Aunque el concierto se había anunciado para iniciar a las 6 de la tarde —con Enjambre a la cabeza, seguido de La Castañeda, para finalizar con Bunbury—, todavía hasta pasadas las 8 de la noche la gente seguía llegando y formando filas larguísimas y serpenteantes que avanzaban a buen ritmo. Además de cuidar que nadie se “metiera” en la fila, también había que estar alerta de no meter los pies en los charcos sucios que la lluvia había dejado. Lo poco que seguía cayendo de leve llovizna era aprovechado por algunos vendedores como última estrategia de mercado: “de a 10 pesos las capas impermeables, para que no mueran de pulmonía y vean a Bunbury”. La fila no dejaba de avanzar, pero la impaciencia iba creciendo, por lo que muchos consultaban en sus teléfonos celulares las redes sociales para saber cómo iba el evento: La Castañeda casi había terminado. Después de algunos minutos más de fila y de las revisiones de seguridad protocolarias en este tipo de eventos, finalmente era posible llegar a la explanada donde estaba el escenario y, a sus pies, un verdadero mar de gente.

Para los que llegamos al final, el escenario era apenas un cuadro luminoso a la distancia, pero podíamos sustituir su visión por la de las pantallas gigantes que estaban colocadas por toda la explanada. Eran poco antes de las 9 y media cuando esas pantallas proyectaron la imagen de Enrique Bunbury, de negro y con lentes oscuros, saliendo al escenario entre aplausos y vitoreos multitudinarios. Sonó “Iberia sumergida”. Esa primera canción prometía un set-list que retomaría un poco de todos los repertorios que Bunbury ha estado tocando últimamente. Siguió el clásico inaugural “El club de los imposibles” y la potente “Destrucción masiva”. Luego, “Dos claves a mis alas” abrió la serie de canciones con nuevos arreglos para el Unplugged, pues le siguieron “Sirena varada”, “Porque las cosas cambian” y “El camino del exceso”. En su primer saludo al público asistente, Bunbury recordó que “esta noche estamos celebrando muchas cosas. Nosotros, aquí arriba, celebramos 30 años de mutaciones; ustedes, allá abajo, 53 años de Nezahualcóyotl” y anunciaba el camino de la celebración: “vamos a hacerles un recorrido por 30 años de canciones. Vamos a intentar tocar canciones de todas las épocas, de todos los momentos. Esperamos que muchas de esas canciones las recuerden con cariño.”

Tras salir un momento y despojado ya de los lentes oscuros y del saco, Bunbury reapareció a cantar “Avalancha”, “Que tengas suertecita” y, según él mismo la presentó, “una canción que hicimos en el disco que grabamos con el hermano Nacho Vegas”, la siempre con dedicatoria “Puta desagradecida”. Después vino “El extranjero” e “Infinito”, una de las canciones con la que muchísima gente reconoce a Bunbury y la cual suele ser la carta de presentación de las recopilaciones “piratas” en CD del cantante que se venden en los vagones del metro del D.F.

Los que habíamos pensado que, por ser un escenario compartido y un evento gratuito, el concierto duraría a lo mucho 40 minutos, estábamos muy equivocados: aún había para rato. Vino la declaración de principios de “El hombre delgado que no flaqueará jamás” y el esperanzador llamado de “Despierta”. Antes de llevarnos “Mar adentro”, Bunbury nos provocaría: “no sé si ya se cansaron o quieren un poco más…” Las manifestaciones bizarras de amor en forma de alarido —como diría Jorge Drexler— se inclinaron por la segunda opción. Entonces, al cobijo de un apenas estrellado cielo mexicano, el español cantó “las estrellas te iluminan y te sirven de guía”, versos del clásico de clásicos “Maldito duende”. Por cierto que, durante ese tema, Bunbury bajó del escenario y se aproximó a las primeras filas de asistentes, provocando olas de euforia que llegaron incluso a las partes más alejadas del escenario.

Aprovechó después para presentar a Los Santos Inocentes, que dicho sea de paso, estaba sonando excelente, como de costumbre. “Nos sentimos agradecidos, honrados y queridos”, expresó el cantante antes de dar inicio a “Lady blue”. Aunque el final parecía inminente, aún quedaban sorpresas…

Los conciertos son un espacio-tiempo misterioso. Lo que ocurre en ellos es difícil de explicar, porque mucho escapa a lo racional y se mueve entre abismos insalvables: lo masivo y lo personal, la paradójica lejanía y cercanía, la fugacidad y la permanencia… Cada quien lo asume y expresa a su modo, supongo. Creo, sin embargo, que no hablo sólo por mí al decir que, al igual que en otras ocasiones, el concierto que Bunbury ofreció esa noche en Ciudad Neza hizo sentir a muchos de los ahí presentes que el mundo podría acabarse después y todo estaría bien. “Es un inmenso placer cantar para ustedes; tocar para ustedes. No nos olviden” fueron las palabras previas a “Más alto que nosotros sólo el cielo”. Después, Bunbury nos recordó un tercer motivo de celebración para ese día: el disco El viaje a ninguna parte cumplía 12 años y así enmarcó “El rescate”. El concierto alcanzaba ya cerca de dos horas de duración; faltaba poco para terminar, aunque mucho en cuanto a densidad de canciones se trata: “La chispa adecuada“, “Los habitantes”, “De todo el mundo“ y “Y al final”. Fue con esta última pieza que, faltando 30 minutos para la medianoche, Enrique Bunbury cerró su primer concierto en Ciudad Neza, su segundo gratuito en México y uno más en sus 30 años de extraordinaria trayectoria musical.

¿Quién es Saúl Fimbres y por qué el siglo XXI nos va a hacer llorar?

Publicada en Acordes Modernos y en Cultura Colectiva.

Tras haberlo visto en concierto el viernes 15 de enero en el foro “Bajo Circuito” de la Ciudad de México, nos encontramos con el músico sonorense de folk Saúl Fimbres para platicar de sus inicios en la música, de su primer disco, El blues de las amapolas, y del nuevo que está por grabar en febrero de este año.

(Grecia Monroy, Denisse Gotlib y Mariana L. Durand). Es de noche y el bar se cimbra cuando algún vehículo pesado transita por encima. Estamos debajo de un puente del Circuito Interior, en la Ciudad de México; literalmente “Bajo Circuito”. Un muchacho sube al escenario acompañado de una guitarra y de un artefacto que posa sobre su nunca: es un soporte para armónica que usan los músicos que necesitan las manos libres para tocar un segundo instrumento. “Voy de rodillas por el camino, ay, nena, fuera bueno verte hoy…”. Alguien en el público interrumpe su charla para voltear al escenario. Y es que suena una música que no se escucha mucho en el D.F. pero que engancha rápidamente. La voz de Saúl Fimbres recorre a toda velocidad el Circuito Interior al ritmo de El blues de las amapolas.

Foto de Carlos H. Juica

Foto: Carlos H. Juica

Las canciones de este, su primer disco, ocupan la mayor parte del concierto, pero también hay lugar para presentar algunas canciones nuevas. Tanto las unas como las otras cuentan con el apoyo vocálico del público, que corea frases entrañables: “Porque nadie te va a perdonar, cuando caiga la noche entre los humillados”, “Por ti mis trenes se me salen de las vías, un camino se abrirá como la tinta bajo una herida”. Para algunos es una sorpresa escuchar algunas de estas canciones en nuevas versiones, en las que Saúl no sólo se acompaña de su guitarra y armónica, sino también de músicos que conforman la alineación típica de una banda de rock (batería, guitarra y bajo).

El miércoles 20 de enero nos dimos cita en un bar de la Condesa. Saúl es del norte de México y su acento lo delata, aunque nuestro oído miope escuche todos los acentos de esa región como uno solo. Haber crecido en la frontera hace que, a sus 27 años, su historia de vida esté marcada por los viajes entre México y Estados Unidos, así como por el influjo de diferentes corrientes de música tradicional. Ser del norte, aunque a simple vista imperceptible, determinó en muchos sentidos su modo de hacer canciones; en este contexto podemos ubicar los primeros indicios de un largo trayecto.

Saúl habla rápido pero hace pausas largas en las que aprovecha para dar un trago a la cerveza. Nos está contando cómo se inició en la música: prácticamente de manera autodidacta. En su adolescencia trabajó como mesero en un restaurante en Las Cruces, en Nuevo México. Pronto se dio cuenta de que cantándole a los clientes recibía más propinas, así que comenzó a hacerlo. Hay algo en su historia que recuerda a la de Nina Simone, quien, inicialmente sólo pianista, comenzó a cantar porque el dueño del bar donde trabajaba se lo pidió: “Mi jefe dijo: ‘si quieres seguir, tienes que cantar’. Entonces, dije: ‘está bien, voy a cantar’, y desde entonces canto”. Son casi obvios sus motivos: ¿por qué cantar? ¿Por qué hacer música? Porque sí, porque es una doble necesidad.

No parece que para Saúl sea necesario dar mayor explicación sobre porqué hacer canciones y publicarlas: “Publicarlas pues para comer y hacerlas para… Porque me gusta. Es una idea muy romántica creer que la canción salva al mundo. Pero si la canción puede salvar a alguien, a una persona aunque sea, está bien; aunque no es mi intención. Obviamente, cuando uno escucha música buena sí hay una salvación dentro de uno. A lo mejor por eso también uno quiere ser bueno, porque quiere reproducir para los demás esa sensación que tuvo uno mismo. No estoy muy seguro, pero por ahí puede ser.”

Antes de cantar, Saúl fue pianista de jazz. Su banda, llamada Bertha’s Ballet, tocaba covers de Chick Corea y de Chuck Mangione. Sin embargo, el piano era muy demandante, el método muy riguroso; no le gustó. Como también escribía, decidió seguir en la música, pero desde otros géneros con los que estaba familiarizado desde niño: el folk y el country.

Su “ser del norte” influye algunas de nuestras preguntas. Sabemos que a partir de 2006 empezaron a ponerse sobre la mira géneros como la crónica periodística para contar lo que pasaba en cuanto a la violencia y el narcotráfico. ¿Pasó algo similar con la música? “Por mil. El narcocorrido es la música de México ahorita. Más que la cumbia no, pero en segundo lugar, fácilmente. Obviamente, al expandirse por todo el país también se vulgariza un poco. Las rolas norteñas tradicionales no son para nada así. El género se deslindó de ciertos códigos para ser más digerible para el resto de la nación. Eso me parece a mí, porque se vende la marca y el tono de la voz, pero las letras y todo lo demás no son iguales para nada. Si vas con un ruco de un rancho y le pones lo que suena ahorita aquí, te va a cachetear. Creo que el narcocorrido es un género muy sincero, no porque vuelen cabezas, sino porque siempre ha sido un género que, aparte de glorificar al delincuente, cuenta historias que le suman más a la realidad: un poquito más de fantasía, un poquito más de nitro. Lo que pasa es que ahorita vivimos en un tiempo en el que no nos asusta nada. Hay que llegar al punto de cortar cabezas para que la gente lo crea. Como la gente vive en un estado de desesperación tan brutal, hay de dos: si no quieres pasar hambre, te haces delincuente; más vale no tener miedo y te la crees. Para eso sirven: son canciones de reclutamiento.”

A diferencia de otras ciudades del norte del país, la dinámica de Hermosillo, la ciudad natal de Saúl, no parece haber cambiado tanto en los últimos años: “Hermosillo es un territorio que siempre ha estado controlado. Ha habido narcos desde la época de mi abuelo y siempre va a haber. Pero es un estado súper pactadísimo. No hay bronca. Salvo en los pueblos: ahí te puede llevar la chingada muy rápido. Pero Hermosillo es una ciudad súper: la gente se la pasa a toda madre ahí, no hace nada, pistea un chingo, tiene dinero. Es muy cómodo vivir ahí, salvo por el calor. Sonora no tiene nada que ver con el norte, con ningún estado. No tiene que ver con Tijuana, con Chihuahua, con Monterrey, nada. Sonora es un estado para gente perezosa, en el sentido bueno.”

Muchos músicos mexicanos recuperan elementos del sustrato de la música tradicional, sin embargo, la sola definición del término “tradicional” pone en aprietos a cualquiera. Para el sonorense, “es una música que le pertenecía propiamente a una región y que conservaba ciertos códigos que se respetaban para que de una persona a otra hubiera una interacción tácita en cuanto al repertorio y en cuanto a la forma de tocar.” Sin embargo, aunque reconoce el influjo que ha tenido en él, Saúl no se asume dentro de esa corriente de música tradicional. De hecho, nos explica que la música tradicional “pura” se encuentra “momificada” y que los últimos resquicios de ese tipo de música es la llamada música de autor: “El iceberg de la canción tradicional es el autor. Antes, lo que definía a la música tradicional es que no tuviera autor. Después, hubo un resurgimiento y hubo música tradicional de autor, que fue “el piquito” de la tradición. A mí me gusta más la música de autor que la tradicional. Realmente, es un intento de rescate. Lo que me interesa es que en la tradición había una nobleza que se perdió. Que sea tradicional o no a mí no me importa. Pero esa nobleza, que otra música no tradicional la recupera, a mí me interesa que se conserve.”

En cuanto a algunos autores importantes en su vida musical, Saúl refiere a Woody Guthrie, Hank Williams, Malvina Reynolds, Bob Dylan y a otros como T. Rex o David Bowie, que, si bien ya no hicieron música tradicional, “empezaron a interpretar la tradición y se despegaron de ella, pero manteniendo esa intensidad” que tanto le interesa. Ahora bien, sobre si tiene algún sueño platónico de colaborar o conocer a alguno de sus favoritos, cuenta que le gustaría conocer a Paul Simon y a Bob Dylan. “Verlos no más y darles la mano. Nada complicado: no más verlos y darles la mano.” Además, narra que una vez en Los Ángeles decidió ir a la casa de César Rosas, el vocalista de Los Lobos: “No me abrió. Él andaba en Alemania de gira. Me abrió su mamá, que es de Hermosillo también —lo investigué— y me mandaron un guardia. Pero le explique a la doña, me vio con una guitarra y como que dijo ‘ah, bueno’. Pero el güey [el guardia] siempre estuvo atrás de mí.”

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Foto: Mariana L. Durand

¿Existe una relación entre ritmos y estados de ánimo? ¿Cómo funciona en el caso de la música tradicional y del folk, donde muchas veces el ritmo y las letras parecen ir en sentido contrario? “Me decía un amigo: ‘no puedo entender una rola de country que sea triste, porque el country es muy feliz.’ Obviamente, el country no es feliz, pero el country o lo que se parece al country suele llevar melodías más rápidas, más campiranas, que sí pueden ser muy felices y, sin embargo, tienen letras muy tristes. Todas las rolas de country puro son tristes. Hay rolas de folk que son muy tristes, pero la melodía es muy rápida. Es como una onda agridulce, estilo José Alfredo [Jiménez], no sé. Muchas rolas de folk están en tono mayor y eso es más brillante. A mí me llamó mucho la atención cómo una rola en tonos mayores y rápida podía ser triste. Pero ¿por qué? No lo sé. No entiendo bien por qué, pero así es.”

Los que somos ajenos a una disciplina o a un arte, pero admiradores de ella, siempre tenemos curiosidad por el momento de creación. Saúl compone cuando tiene ganas: “Me encierro solo y ya, a fumar”. Nos cuenta que usualmente la música y la letra salen al mismo tiempo: “Hay autores que escriben de forma  muy sencilla, pero son muy profundos. Yo pensaba: ‘ah, este verso en esta canción funciona, pero ¿por qué?, si el autor usa una palabra común y corriente, en un orden coherente’. Me clavé analizando eso, así que le entendí y luego ya me sale a mí.”

El blues de las amapolas (2014) es el primer y único disco de estudio de Saúl. El proyecto, según nos cuenta, fue idea de alguien más, aunque él se convenció de que era la idea adecuado. Este disco lo grabó en poco más de dos horas, en el estudio Codependiente, en la colonia Roma, en el D.F., con la ayuda de “Jandro” [Alejandro Jiménez] en la mezcla. Saúl, solo, con guitarra, armónica y voz, grabó todo al mismo tiempo. Al hablar del disco, no se muestra particularmente afecto al proceso de la grabación y nos detalló la razón: “Sí me gusta. Lo que pasa es que fue muy difícil grabar ese disco. Igual no me cobraron nada para grabarlo; me cobraron 1000 pesos, pero yo no los tenía. No tenía dónde vivir ni qué comer. Así estaba muy cabrón.”

Una de las canciones más emblemáticas del disco, “Siglo XXI”, suena como un monumento a la nostalgia de pertenecer a este tiempo y este lugar. “Nena, éste es el siglo XXI, te va a hacer llorar, pero siempre nos queda usar anestesia”. Saúl sabe que, si bien la desesperación parece ser una particularidad de nuestro siglo, también podría caracterizar a cualquier otro: “Todos los siglos te van a hacer llorar. Me gusta pensar que estamos viviendo en el siglo más jodido, aunque no es cierto… Es como una cuestión egocéntrica. Pero cualquier siglo te hubiera hecho llorar. Si hubieras nacido en el siglo V o en el IV: te va a hacer llorar. Pero nos tocó éste, ni modo.”

A Saúl le gusta dar conciertos, especialmente “si no los armo yo, ni hago la publicidad, ni llevo el equipo; si nada más me subo a tocar, me encanta.” Como muchos artistas que han empezado desde abajo, tiene experiencias de todo tipo estando sobre el escenario: “Me han gritado, me han bajado… creo que fue en Sonora, de hecho. Hay veces que me merezco que me bajen y no me bajan, pero aquella vez no me lo merecía. Pero pues está bien… ¿Sabes qué no me gusta? Tocar cuando no te escuchan, ni siquiera para mentarte la madre. Me aburre. La gente a veces tiene una pereza auditiva muy cabrona.”

Como muchos de sus seguidores ya saben y como pudimos atestiguar en el concierto del pasado 15 de enero, quedan aún muchas canciones pendientes que quizá estaremos escuchando para mediados de febrero. Saúl se encuentra actualmente trabajando en un nuevo disco. Nos adelantó, por el momento, que en esta ocasión está trabajando con tres músicos: René Ibarra (bajo), Paulino Monroy (guitarra) y Red Jesus [Fernando Acosta] (batería). Espera incluir dos canciones del disco pasado, pero en nuevas versiones con grupo. “Las otras diez son nuevas y la mayoría irán también con grupo.” Si bien Saúl grabó el disco anterior en solitario, destaca que quiere “experimentar qué es grabar con grupo y ver cómo mezclar. Hay muchas rolas que creo que tienen la posibilidad de meter banda.” Por otro lado, a diferencia de en El blues de las amapolas, en este segundo álbum no incluirá canciones en inglés, pues cree que no funcionan para el público del centro del país.

Finalmente, a propósito de un potencial público en España, Saúl nos comenta: “A mí me gusta mucho la música española. Mi mamá es española, de Algeciras (Andalucía); de niño me crié con mucho flamenco. Me gusta mucho Camarón de la Isla, la rumba catalana y también Joaquín Sabina. La española es una cultura, de alguna forma, hermanada. Y de mi música, la neta, ojalá les guste.”

Versiones con grupo de algunas de las viejas y nuevas canciones de Saúl se pueden escuchar ya en YouTube. Además, El blues de las amapolas está disponible en plataformas digitales. En estos días, escuchar buena música es, en cierto modo, fácil, porque hay muchos proyectos valiosos por ahí. El de Saúl Fimbres es uno de ellos. Lo que lleva recorrido hasta ahora promete mucho, pero, como dice una de sus propias canciones, “No es el principio… tampoco el final.”

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El punto ciego de la pena: Jorge Drexler cierra gira ‘Perfume’ con Luciano Supervielle en México DF

Luciano Supervielle y Jorge Drexler en el Teatro Metropolitan

Luciano Supervielle y Jorge Drexler en el Teatro Metropolitan

Luciano Supervielle y Jorge Drexler en el Teatro Metropolitan del D.F. | Facebook del músico

Publicado en Acordes Modernos.

(Grecia Monroy). El cantautor y músico uruguayo Jorge Drexler cerró este miércoles 18 de noviembre en la ciudad de México la gira Perfume que emprendió en compañía de Luciano Supervielle. Esta gira pasó por varias ciudades españolas y latinoamericanas, con conciertos en los que el repertorio de Drexler se trenzó con piezas instrumentales de Supervielle —quien pertenece al grupo de electrotango Bajofondo— así como con la canción que es coautoría de ambos músicos y que, de hecho, es la que dio título a la gira: “Perfume.” Esta gira inició en Chile, poco después de que Drexler terminó la serie de conciertos para la promoción de su último disco, Bailar en la cueva (2014). En este país sudamericano, Drexler había sido invitado a dar algunos conciertos, pero no quería repetir la dinámica de los shows anteriores, deseo que coincidió con que Luciano Supervielle tenía fechas libres, de lo cual surgió el proyecto de hacer algo en conjunto. Al D.F. mexicano le tocó ser el lugar para el cierre de esta gira, antes de que Drexler viaje a las Vegas a la ceremonia de los Grammys Latinos.

El concierto tuvo lugar en el Teatro Metropolitan. El encargado de abrir el concierto fue el cantautor español Marwan, quien en su disco Un día de estos (2014) hizo una colaboración con Drexler para la canción “Puede ser que la conozcas”. Tras este primer incentivo para los ánimos del público, a las 9 en punto de la noche salió al escenario Drexler con su guitarra acústica, acompañado de Luciano Supervielle, en el piano y tornamesa, y Carlos “Campi” Campón, en el bajo y programaciones. La escenografía —que así como las luces estaba a cargo de Carlos Fajardo— consistía sólo en dos grandes conos cuyas puntas se tocaban, lo cual parecía simular un reloj de arena que se pintaba de diferentes colores en cada canción. Comenzó el concierto con “Causa y efecto”. Después, recordando los desafortunados acontecimientos que han sido noticia en los últimas semanas —París, Líbano, Siria—, cantó “Polvo de estrellas”. Siguieron “Sanar” y “El pianista del gueto de Varsovia”. Llegó, entonces, el momento instrumental: Supervielle interpretó al piano la pieza de su autoría “Un poco a lo Felisberto”, en homenaje al poeta uruguayo Felisberto Hernández, de quien Drexler nos hizo amplia recomendación.

Dos momentos del escenario

Dos momentos del escenario del concierto. | Acordes Modernos

Reanudó Drexler su lírica con “La edad del cielo” y la canción con tintes de tango que da nombre a la gira: “Perfume”, cuya letra fue compuesta por Drexler y la música por Supervielle. Siguió una tanda de canciones del disco Eco: “Eco”, “Mi guitarra y vos” y “Fusión”. Para la segunda de estas canciones, Drexler suscitó entre el público una colaboración en la cual combinó a la perfección lo que él llamó “el exabrupto chilango” con momentos de “silencio en los adentros.” El resultado fue excepcional. Es sorprendente, en verdad, el manejo que tiene Drexler del escenario y del silencio, sonido y eco de la música.

Entre canción y canción, los gritos de las amorosos fans de Drexler se hacían escuchar. El músico agradeció esto que llamó —con la también sorprendente poesía que parece brotar en cada palabra que dice— “manifestaciones bizarras de amor en forma de alarido”. Entonó, entonces, “Sea”, lo cual dio paso al momento de las “complacencias” del concierto: Drexler, solo con su guitarra sobre el escenario, fue atendiendo las peticiones de las canciones que le llegaban desde el público: “Corazón de cristal”, una versión de “When I’m sixty four” de los Beatles y “Noctiluca”. A estas peticiones, él añadió “Don de fluir” y “La milonga del moro judío”, la cual cantó en compañía de Marwan; esta canción le dio pie para hablar de su historia familiar y personal, marcada por la migración y el refugio.

La gira conjunta «Perfume»

La gira conjunta «Perfume»

Tras este momento acústico del concierto, Supervielle y Carlos “Campi” Campón regresaron al escenario para comenzar “Se va, se va, se fue”, seguida de “Universos paralelos”. Estas canciones fueron la bisagra hacia el “momento más coreográfico” del concierto, en palabras de Drexler, quien explicó: “resulta que fuimos a grabar el disco a Colombia y que se nos llenó el disco de cumbia”. Invitándonos a dejar que los asientos del Metropolitan se enfriarán, nos regaló una versión cumbia de “Deseo”, para la que pidió la colaboración del productor Matías Cella en el bajo. Sin dejar que el público tomara asiento, siguió con “Bolivia”, ese canto que tiene algo de histórico, filosófico, poético y, definitivamente, cumbiero. “La historia es circular”, dice Drexler, “quienes hoy todo tienen mañana por todo imploran.”

Jorge Drexler en el escenario

Jorge Drexler en el escenario | Periódico Reforma

Tras esta canción, pareciera que todo ha terminado. Sin embargo, tras un breve instante, salen de nuevo Drexler y sus músicos para, al borde del escenario, hacer algunos de los pasos de la coreografía que podemos ver en el video de “Universos paralelos”. Luego, se reanuda el show con “Bailar en la cueva” y “Luna de Rasquí”, para la cual Drexler invita al escenario al cantautor mexicano David Aguilar. Al respecto de esta última canción, Drexler nos cuenta que la inspiración le vino de un momento en el que, estando acostado en la arena blanca de una playa del Caribe venezolano, sintió que la Luna le hablaba, diciéndole que “hay lugares donde la pena no llega” y que “hasta la pena tiene un punto ciego.” Ese punto ciego de la pena no es, dice Drexler, sólo un lugar en el espacio, sino en el tiempo; cuya duración es de más o menos 1:45 minutos: tal como este concierto. Con esa metafórica despedida, comienza la canción que ahora sí cerrará el recital: “Todo se transforma”. Tras esto, los músicos ovacionados se despiden y desaparecen tras bambalinas. A muchos de los que estuvimos ahí, el punto ciego de la pena nos durará aún algún tiempo más.

Un hombre ha pasado y ha dejado su corazón ardiendo entre nosotros: Nacho Vegas en el Teatro Metropólitan

(Denisse Gotlib, Mariana L. Durand, Grecia Monroy.)

I. Ninguna orilla queda a las orillas 

El más antiguo de los conciertos fue, probablemente, una celebración colectiva que se repitió en determinados momentos de la vida, generación tras generación. Lo repetitivo y cíclico de este rito, sin embargo, no lo hacía perder autenticidad ni volverse vacuo: saber que aquella ceremonia tenía un vínculo con el pasado y que echaba raíces hacia el futuro es lo que lo hacía especial. Ya decía Víctor Jara: “mi canto es una cadena / sin comienzo ni final / y en cada eslabón se encuentra / el canto de los demás”. Hoy, se podría alegar que la música ha perdido algo de su sentido de comunión, que muchas veces los conciertos son “sólo” intercambios comerciales; que el rito se convirtió en rutina. Sin embargo, no hay que olvidar que, ante las estrategias para reducir la música a un negocio con fines de lucro, han surgido también respuestas que la colocan como un espacio a partir del cual se experimenta la intimidad más colectiva que puede haber.

En la larga trayectoria del músico gijonés Nacho Vegas, siempre han estado presentes inquietudes sobre cómo hacer música sin caer sólo en el negocio ni en la rutina y sobre cómo nuestras relaciones personales están casi determinadas por estructuras económicas y políticas asfixiantes. Sin embargo, en los últimos años, y más específicamente a partir de los discos Cómo hacer crac (2011) y Resituación (2014), parece que ha tratado de activar en sus discos y en sus conciertos, al menos de forma más explícita, ciertas prácticas poco usuales en músicos vinculados con el rock y el indie —aunque sabemos que Vegas no sólo compone desde estos “géneros”. Dichas prácticas no pueden dejar de leerse a contrapelo de interesantes proyectos ocurridos en España en los que Vegas ha participado, como el 15M o Movimiento de los Indignados, el Patio Maravillas, la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca), Stop Desahucios, Fundación Robo o la Caja de Músicos, los cuales tienen como manifiesto hacer frente común ante los problemas que los afectan.

Así, más o menos a partir del lanzamiento de Resituación, comenzaron a aparecer en sus presentaciones “coros antifascistas”, como él los suele llamar, que son coros amateur, generalmente integrados a partir de una casa de cultura, de algún movimiento social o de la amistad y cercanía con el músico, los cuales replican en concierto lo que el Coro de Ladinamo y el Patio Maravillas (Madrid) hace en el disco.*

Aunque podría parecer un nombre meramente burlón, “coro antifascista” remite a un momento de la historia de la música ocurrido en 1941, y después retomado por muchos, cuando el cantante estadounidense de folk Woody Guthrie apareció con una guitarra en cuyo cuerpo había escrito la frase “This machine kills fascists” (“Esta máquina mata fascistas”), acto mediante el cual Guthrie, uno de los más importantes cronistas musicales de los años de la Gran Depresión, se pronunciaba contra el horror de la Segunda Guerra Mundial. La imagen de esta guitarra ha sido frecuentemente utilizada por Vegas como telón de fondo en sus conciertos.

Woody Guthrie, 1941. Foto de Lester Balog.

Woody Guthrie, 1941. Foto de Lester Balog.

Nacho Vegas y su banda en el Niceto Club de Buenos Aires, el 18 de agosto de 2015. Fotografía de Belén Soria.

Nacho Vegas y su banda en el Niceto Club de Buenos Aires, el 18 de agosto de 2015. Fotografía de Belén Soria.

Sin duda, la aparición de los coros da un potente aporte musical a piezas como “Polvorado” o “Runrún”, pero no sólo eso: reconfigura el espacio del concierto para convertirlo en un lugar en el que, literalmente, caben más voces y, por momentos, anula “el efecto tarima”, el cual sitúa una barrera entre los músicos, subidos en el escenario, y el público, debajo, en las butacas.

En el caso de la ciudad de México, el coro Páax Káanil (que en maya significa canto del cielo) se formó en mayo de 2014, previo al concierto de junio en el Teatro Metropólitan. La encomienda de Vegas era sugerente: “formar un coro de amigos”. Susana García, miembro del conjunto, cuenta que algunos de los integrantes fueron incluidos tras haber ganado dinámicas donde tenían que tocar y cantar una canción de Nacho, por haber hecho tributos o por ser cercanos al músico. Aunque en cada ocasión hay cambios en la alineación del coro, la consigna es que siempre esté integrado por gente con la que hay algún vínculo afectivo. Para Susana, la experiencia del coro ha estado llena de pasión y paciencia porque músicos y coristas deben acoplarse en pocos días, incluso horas, y porque la banda es muy minuciosa respecto a la calidad del sonido. No obstante, recalca que nunca se han ensimismado con alcanzar “la perfección” en la interpretación, sino que lo más importante es que las voces se hagan escuchar. Incluso Nacho los anima diciendo que no está mal desafinar, lo que nos recuerda un verso de una de sus canciones: “Para ser un buen cantante tienes que desafinar.”

Todo lo anterior se pone a tono con el ya conocido interés de Vegas en músicos y canciones que provienen de la música popular y folk asturiana (véase el proyecto Lucas 15), del country y el folk anglosajones (Townes Van Zandt, Will Oldham, Nick Drake, Phil Ochs) o de cantautores que han estado vinculados a movimientos sociales de izquierda en España (Chicho Sánchez Ferlosio), ejemplos de música pensada para ser representada frente a otros, junto con otros. Aunque tal vez el gijonés no componga pensando en esto, es notable la influencia de este sustrato en sus canciones. Además, la recuperación de estos personajes ya denota la intención de recordar, colocar o recolocar en el panorama musical actual canciones y autores que para algunas historias de la música han quedado en el margen, aunque, paradójicamente, el margen de las historias “oficiales” u “ortodoxas” suele ser el centro de todo lo que de verdad importa en nuestras vidas.

Al hablar de los intereses de Vegas por canciones de otras épocas, no podemos olvidar la pequeña-gran constelación actual de músicos con los que está vinculado y con los que ha colaborado. Para no extendernos de más, mencionaremos apenas dos ineludibles presencias del disco Resituación: Lorena Álvarez y Mursego (Maite Arroitajauregi), la primera por ser la “Rapaza de San Antolín” y la segunda por haber grabado el precioso preludio a “Ciudad Vampira”. Álvarez es conocida por hacer o rehacer, junto con su Banda Municipal, canciones tradicionales de la zona de Asturias, mientras que Mursego suele recuperar canciones tradicionales de la región vasca y arreglarlas a partir de corrientes musicales que podrían parecer antitéticas, como la cumbia.

Si bien Vegas siempre ha publicado con sellos independientes** (Astro, Acuarela, Limbo Starr), en 2010 fue parte central de la fundación de dos proyectos: Marxophone, una cooperativa de músicos con la que autoeditó sus últimos tres discos (La zona sucia [2011], Cómo hacer crac y Resituación) y Fundación Robo, “proyecto musical colectivo que trabaja alrededor de la canción populista”. De hecho, dos de sus canciones, “Cómo hacer crac” y “Runrún”, aparecieron en la plataforma electrónica de Fundación Robo meses antes de ser incluidas en los discos. Llama la atención que, en todas las canciones publicadas por Fundación Robo, el peso no recae en “el” autor de la canción, puesto que dan crédito a todos los colaboradores por igual, sino que pone el acento en el hacer en común, en la canción en sí misma y en su posibilidad de difusión gratuita. Además, Robo funciona como punto de confluencia para la organización de eventos que han contribuido a formar esa constelación de músicos con “deseos de hacer” de la que hablamos antes y a cuestionar la idea, típica de la industria cultural, de que un artista es un individuo ajeno a la realidad social que trabaja para vender sus discos y su imagen a un mercado de consumidores.***

En México, en los últimos años, varias ciudades se vieron forzadas a paralizar casi por completo cualquier actividad cultural pública debido a la violencia y a los recortes presupuestales, por lo que, aunque no caen en terreno árido en nuestro país, las propuestas que abogan por entender el arte como punto de encuentro para crear lazos y pensar cómo hacer frente a los problemas comunes, nos vienen muy bien.

Lo que hasta aquí hemos dicho servirá para comprender mejor la re-situación de Nacho Vegas también en el escenario, pero no como un “cambio de página” del resto de su trayectoria, sino como un camino en el que ha ido madurando ideas y hecho una revisión crítica de sus propios procesos de vida.

II. Allá arriba un cielo azul y detrás de él tal vez haya canciones

Un viernes a la luz de octubre en el Distrito Federal, fuimos juez y parte de aquella re-situación. La cotidianidad turística del Centro Histórico estaba interrumpida por el encabezado del Teatro Metropólitan: grandes letras, cada una iluminada por un foco individual, deletreaban un nombre: N A C H O V E G A S … Quizás dado que placer se encuentra tanto en el acontecimiento en sí como en sus preliminares y en lo que nos permite prolongarlo una vez terminado, previamente a la entrada al recinto, la concurrencia convocada por aquellas letras deambulaba por las periferias frente a la inagotable oferta de souvenirs, anticipando que no hay que olvidar recordar.

A las 9 de la noche “la voz” del Metropólitan da la tercera llamada. La tijuanense Vanessa Zamora abre el concierto con seis canciones de su primer disco, Hasta la fantasía (2014), las cuales son bien recibidas por un público que, inevitablemente, espera impaciente la salida de Nacho Vegas. Vanessa se despide entre aplausos y la oleada de expectación vuelve a inundar el recinto. Salen algunos técnicos a arreglar los últimos detalles. Desde lo lejos se puede distinguir la figura de César Verdú, director de sonido, quien se asegura de que todo esté listo. Pasan apenas unos minutos que se eternizan cuando ocurre. Nacho Vegas, acompañado de sus cinco músicos, aparece elegante con un traje y chaleco negros que contrastan con su camisa blanca.

Sin más preámbulo, comienza el teclado de Abraham Boba. ¿Acaso hay alguien que no intuya lo que viene? “Hablo solo, bebo té. / Tomo notas para hacer / de mi vida sin ti / algo habitable. / Leo entera La razón. / Hoy desarmé la televisión, / tarareando una canción / insoportable…”. La fúnebre y pornográfica “Dry Martini S.A.” enciende al público porque nos recuerda nuestro lado más divino y nuestro lado más carnal. No nos puede pasar inadvertido el estratégico cambio de verbos en el que Vegas, juguetón, coloca “Follarte” en aquel verso donde, en su versión original, dice “Quererte es como obrar un milagro”.

Nacho Vegas en el Teatro Metropólitan. Foto de José Jorge Carreón.

Nacho Vegas en el Teatro Metropólitan. Foto de José Jorge Carreón.

Enhorabuena por Verdú, el sonido es impecable. El público se siente satisfecho como si fuera el fin, pero todo apenas comienza. Es hora de que el pintor asturiano Adolfo P. Suárez sea evocado a través de “Adolfo Suicide”, la única canción de amor de Resituación, ha dicho Vegas: “Y es que no, no aprendes nunca, / hermoso como un asturcón surgiendo / entre la niebla”. A continuación, una guitarra que se pregunta y se contesta en un tintineo anuncia el comienzo de la declaración que es “Me he perdido”. Al terminar esta canción del disco a dúo con Christina Rosenvinge, entramos a La zona sucia de Vegas con la preciosa “Perplejidad”.

Nacho toma el micrófono y anuncia la siguiente canción, una que habla “de lugares que se aman, pero duelen”. “Ciudad Vampira” se ha convertido ya en un himno contra la parálisis: “¡yo me creía muerto pero hoy sé que estoy / vivo y que concibo otro lugar!”. Tras esperar unos segundos a que baje la euforia, toma de nuevo el micrófono para hablarnos sobre la camisa blanca que porta, detrás de la cual hay una historia de lucha: fue confeccionada por mujeres que, despedidas injustificadamente de la fábrica donde trabajaban en Gijón —situación que se ha vuelto recurrente en la región asturiana—, decidieron atrincherarse por años en la fábrica para exigir sus derechos laborales. La anécdota cobra sentido por completo cuando aparece el coro Páax Káanil que, adelantando el estribillo de la combativa “Polvorado”, entona las palabras: “Y hay fantasmas recorriendo Europa entera / van desde Berlín a Pola Lena. / Se oyen ruidos de cadenas / que hoy chasquean, hoy que hay luna llena”, de una forma tan poderosa, que causa estremecimiento. Como más de uno habrá notado, en estos versos resuenan frases del eternamente citado Manifiesto del Partido Comunista, (“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”), así como la imagen de una frase atribuida a Rosa Luxemburgo (“Quien no se mueve, no siente las cadenas”).

El coro Páax Káanil se retira, por el momento, del escenario. Vegas aprovecha para recordar una serie de acontecimientos dolorosos e indignantes en nuestro país, como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, los feminicidios y los asesinatos de activistas. Esto da lugar a un ritual que, desde hace ya más de un año, se ha vuelto un gesto contra el olvido entre los mexicanos: algunos sectores del público cuentan del 1 al 43. El sonido de un ukelele invade la sala para dar lugar a la esperanzadora “Runrún” y a uno de sus más conmovedores versos: “Nos quieren en soledad, nos tendrán en común”. Llega la hora de “Taberneros”, esa larga y sentida canción tradicional de desamor rehecha por el asturiano para arrancarnos el corazón de un tajo. El público, rendido, se lo entrega a Vegas. Momento ideal para conceder una breve pausa y presentar a los talentosos músicos con quienes esa noche comparte escenario: César Verdú (sonido), Manu Molina (batería), Luis Rodríguez (bajo), Joseba Irazoki (guitarra), Abraham Boba (piano y acordeón) y, tras un olvido involuntario, al “amor de sus amores”, Edu Baos (guitarra). Inmediatamente después, quizás porque sospecha que todos somos “Actores poco memorables”, comienza el desfile de personajes.

De izquierda a derecha: Abraham Boba (teclado), Edu Baos (guitarra), Manu Molina (batería), Nacho Vegas, Luis Rodríguez (bajo), Joseba Irazoki (guitarra). Foto de José Jorge Carreón.

De izquierda a derecha: Abraham Boba (teclado), Edu Baos (guitarra), Manu Molina (batería), Nacho Vegas, Luis Rodríguez (bajo), Joseba Irazoki (guitarra). Foto de José Jorge Carreón.

Abraham Boba toma el acordeón. Empieza la música fúnebre y oscura. Sube la temperatura entre una mezcla de niebla y decadencia. “¿No lo ves? Tu carne es más pálida. / ¿No lo ves? Tu alma es más gris”. Sin darnos cuenta, verso a verso, Vegas lo ha conseguido, nos ha llevado frente al hombre de traje que, con sonrisa dudosa, nos invita a pasar al “Gang-Bang”. ¿Aceptamos? Para seguir a tono con la decadencia de occidente, “Nuevos planes, idénticas estrategias” recuerda de forma irónica que seguir vivos es un acto de resistencia: “tengo un ambicioso plan / consiste en sobrevivir”. A continuación, recorremos Gijón de punta a punta con “La vida manca”, irónica crónica de una muerte anunciada.

La voz de Vegas se dirige a ti: “Cada mañana / te despierta la sensación / de que hay alguien gritando a tu lado / pero estás solo en la habitación”. Lo hace de nuevo, revuelve la letra, intencionadamente, para que la sintamos nuestra: “y una niña susurra a tu oído / que han desahuciado a Carlos Slim”. Una estruendosa guitarra atropella. Desde el primer acorde se escucha venir a toda velocidad “Perdimos el control”, aquel violento relato en el que el verdadero protagonista no son las drogas, sino el estado extático, la locura exacerbada: “Y nos creímos ángeles, / y hasta ella quiso volar. / Y lo hizo tras dejarme / aquel mensaje aún por contestar: / «¿Dónde estás, corazón? / ¿Te has cansado de mí? / Yo estoy en el balcón y, / ¿sabes?, voy a saltar». / Se rió, «-¡JA JA JA!-», / y después se cortó”. Éxtasis también para los que nunca la habíamos escuchado en concierto. Justo al borde de la cornisa, las manos de Vegas nos regresan al Metropólitan para que acudamos al día de “La gran broma final”, historia sobre un destino trágico del que, por definición, no se puede escapar: “Hay quien decía que era / grande y fuerte nuestro amor / y lo era igual que las Torres Gemelas / allá en Nueva York”.

Nacho Vegas en el Teatro Metropólitan. Foto de José Jorge Carreón.

Nacho Vegas en el Teatro Metropólitan. Foto de José Jorge Carreón.

Los músicos dejan sus instrumentos y salen del escenario insinuando el final del concierto, pero el público no acepta la despedida. Grita, ovaciona, golpea el suelo a toda velocidad con los pies. Nacho Vegas reaparece sólo con su guitarra. Se ha quitado el saco y el chaleco; su camisa blanca refleja el juego de luces y parece brillar más. Rasga a su única compañera y comienza “Luz de agosto en Gijón”, confesión que, con ternura, deja ver la relación compleja que uno suele tener con su ciudad natal, lugar del cual escapar y al que siempre, inevitablemente, volver. La banda entera reaparece a la mitad de la canción para rematarla con todos los instrumentos.

El coro Páax Káanil se integra al escenario. Algo bueno nos espera. A la manera de los antiguos juglares o cantores populares, Vegas comienza la historia de la siguiente canción con un íncipit de tintes legendarios: “Esto que vais a escuchar, esto que vais a escuchar”. La nueva canción, titulada “Vinu, cantares y amor”, formará parte del próximo disco de Vegas, Canciones populistas. Es la única de su repertorio que versa en español y en asturiano. El tema central: la alegría, la fiesta y el amor como condición de cualquier transformación social: “si nun hai vinu, cantares y amor, non, esta nun ye la mio revolución” (“si no hay vino, cantares y amor, no, ésta no es mi revolución”). Para concluir este primer encore, no podía faltar, estando en el D.F., la explosión de electricidad de “El mercado de Sonora” que quema todos los instrumentos con ese final interminable al más puro estilo del rock.

De nuevo desaparecen los músicos entre ovaciones; esta pausa nos permite percatarnos de la tensión en nuestros tímpanos que simula la sensación de la sordera, casi como un indicio de que el final se acerca pero aún no estamos listos para dejarlos ir. Se hacen del rogar casi más de la cuenta. Al público mexicano no se le puede negar “¡otra, otra!”, sobre todo porque falta una última canción, probablemente con la que más de uno en el recinto se enganchó con el asturiano: “El hombre que casi conoció a Michi Panero” suena para cerrar una espléndida noche. Vegas es gentil y, de nuevo, interviene los versos originales: cambia el “Hasta nunca” por un “Hasta siempre”, que sabemos significa que pronto nos volveremos a encontrar.

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* En un afán enciclopédico, recuperamos los nombres de algunos de los coros que han participado en los conciertos del músico en los últimos años: Huertano (Murcia), Frente del Ebro (Zaragoza), Enxebre (La Coruña), Corín Aida Lafuente (Santander), Bora Bora (Granada), Pals a les Rodes (Barcelona) y Páax Káanil (ciudad de México).

** Con excepción de El tiempo de las cerezas (2006), disco grabado junto con Enrique Bunbury, y de la edición mexicana del recopilatorio Canciones inexplicables (2007), publicado por EMI México bajo la licencia de Limbo Starr.

*** En este video de Fundación Robo puede atestiguarse la intención del proyecto y las inmensas preguntas que busca(ba)n responder en 2013.

Fieras en nuestro refugio: León Benavente en la ciudad de México

César Verdú, Luis Rodríguez, Edu Baos y Abraham Boba de León Benavente

César Verdú, Luis Rodríguez, Edu Baos y Abraham Boba de León Benavente

César Verdú, Luis Rodríguez, Edu Baos y Abraham Boba de León Benavente

Publicado en: Arcus.

(Denisse Gotlib, Mariana L. Durand, Grecia Monroy.) El miércoles 14 de octubre de este año, la banda española de rock León Benavente se presentó en el foro El Imperial, en la ciudad de México, con un concierto que, al menos para nuestro país, es un cierre a la vez que una promesa, porque es el último que darán aquí antes de su segundo disco. Según comentaron en entrevista reciente, entrarán a grabar a partir del 1 de noviembre y el disco podría salir para la primavera del próximo año. De hecho, su estancia en México, además de los shows, tuvo también el objetivo de grabar una canción en un estudio local.

En el escenario, los cuatro “leones” estuvieron con la misma energía de siempre; ésa que, desde el primer show que dieron en nuestro país, impresionó y encantó a muchos de los que, en aquel momento, acudieron sólo por la curiosidad de ver en escena a cuatro músicos vinculados con Nacho Vegas. Esta relación musical y amistosa entre León Benavente y Nacho Vegas comprueba que, en ocasiones, lo bueno atrae lo bueno. Sin embargo, la banda también se ha encargado de asumir su propio sitio, su propio estilo y su propio modo de trabajo. El disco que viene en camino parece ser un síntoma de que las cosas marchan bien, porque da continuidad a su proceso de consolidación. Como señala Luis Rodríguez (guitarra), “[…] cuando grabamos el primer disco, éramos cuatro personas que nos conocíamos de trabajar juntos, pero no como banda. Ahora, somos cuatro personas que llevan dos años girando juntos: inevitablemente algo novedoso va a haber”.

La fuerza de León Benavente ha probado diferentes y excéntricos escenarios en México. La selección de estos lugares ha tenido que ver con la necesidad, como ha dicho César Verdú (batería), de empezar como todo empieza: desde abajo en un lugar donde no eran conocidos y donde, pese a que no eran ningunos amateurs, tenían que asumir que, como banda, recién comenzaban a darse a conocer y a formar su público. En su primera visita a México, a mediados de 2014, ofrecieron su primer show en el bar Caradura, un martes 3 de junio. Poco menos de un año después, en marzo de este 2015, volvieron con un repertorio más extenso y heterogéneo de lugares: un par de clubes en Metepec (sábado 21) y Tultitlán (viernes 27), en el Estado de México; la estación del metro Tacubaya (lunes 23), la Fonoteca Nacional (miércoles 25) y el Centro Cultural España (sábado 28), en el D.F.

Una constante en sus conciertos, como podrán atestiguar quienes han presenciado el show más de una ocasión, es el preludio: minutos tensados por la expectación de verlos en el escenario disponiendo y afinando los instrumentos, conectando aquel cable, comprobando una nota Todo ello como apropiación total de su quehacer, adecuando la experiencia musical con sus intenciones de sentido. La música no sólo es mensaje, sino también canal de transmisión: ocurre tanto en el instante perecedero del concierto, como en la inmortalidad de las canciones en el disco.

León Benavente en la ciudad de México.

León Benavente en la ciudad de México.

La sala del foro El Imperial es pequeña y tiene la decoración mitad contemporánea y mitad anticuada que distingue al bien o mal llamado estilo vintage. El escenario, resguardado por un telón de terciopelo rojo, está en una de las esquinas y queda reflejado en un espejo rectangular que se encuentra en uno de sus costados. Desde las nueve de la noche comenzó a llegar la gente: mexicanos y españoles entre el público nos reunimos conectados por un mismo idioma y un mismo gusto musical. Para las diez y media, el lugar estaba casi lleno. Desafortunadamente, tanto para quienes acudían por primera vez al ritual —como era el caso de muchos, a juzgar por los comentarios que podían escucharse entre el tumulto— como para quienes prolongábamos el mito, el telón impidió experimentar el preludio del que hablamos antes. Sin embargo, quienes nos encontrábamos cerca de la entrada del recinto alcanzamos a ver, minutos previos al concierto, al bajista, Edu Baos, rodeado de amigos y fanáticos, concediendo algunas palabras e incluso algunos pasos de baile. También era posible atisbar, de espaldas, a César Verdú. Desde esos momentos previos, se podían escuchar los gritos de apoyo y la sempiterna porra del “oe, oe, oe, oe”, en este caso, rematada por “León, León…”

Así, el preámbulo de otras ocasiones fue factor sorpresa esa noche. Aproximadamente diez minutos antes de las once, sin más presentación, se abrió el telón y comenzó el concierto. Entre el público y los “leones” no había más barrera que los pocos centímetros de altura del templete; la gente estaba tan cerca como para sentir la vibración de la ropa ante el rugir. La fuerza en el escenario es presencia y León Benavente la tiene. Tema adicional es que habrá más de un@ que piense que ninguno de sus integrantes tiene mala pinta. En el pequeño escenario, cada uno ocupaba su lugar: en la única de sus esquinas —pues dos de sus laterales quedan descubiertos al público— estaba César Verdú, de negro, camisa de manga corta, sentado frente a su batería y al lado de una consola de audio; delante de él, a la derecha, Edu Baos, pantalón negro y camisa azul claro, portando el bajo y frente a un sintetizador; en la extrema izquierda, Luis Rodríguez, de negro y con su característica gorra, tomaba la guitarra; y, al frente, Abraham Boba, camisa blanca y saco negro, de pie ante el micrófono y el Farfisa.

El escenario de el foro El Imperial.

El escenario de el foro El Imperial.

La canción que inauguró el concierto fue “Revolución.” Le siguió “Década”, ese himno nostálgico que advierte que “Está muy claro que algo tiene que cambiar / O se irá todo a la mierda”. Abraham Boba, ante la luz blanca, canta ensimismado a la vez que conectado con su movimiento y con el público. Por cierto que, para ese momento, algunas de las fans, habiendo perdido ya todo tipo de inhibición, están lanzando en forma de gritos eufóricos toda clase de propuestas románticas al escenario. La banda, imperturbable o guardándose sus opiniones al respecto para sus adentros, sigue con “Las ruinas”. César Verdú se toma un tiempo entre canciones para revisar, en la consola de audio, que todo vaya bien: los gajes del oficio del baterista experto en sonido. Antes de que comience “Las hienas”, Edu y Luis alzan su cerveza para brindar con la audiencia, que después se estremece al escuchar los acordes de “El Rey Ricardo”, cruda confesión del poder encarnado en cinismo: “Voy a extralimitarme / en todas mis funciones. / Voy a desnudarte sin quitarte los tacones”.

El punto de inflexión de esta primera parte del concierto está marcada por una de las canciones del disco —junto con ”Muy fuerte” y “La palabra”— de tema desencantadamente amoroso: “Estado provisional”. Este tema es sin duda uno de los favoritos del público, uno de los que más fácilmente enganchan al disco y uno cuyas notas y rimas predicen con gran acierto la sobria intensidad de un estado emocional con el que todos nos identificamos. Al terminar esta canción, Abraham aprovechó para expresar el gusto que les da estar de nuevo en México, así como para agradecer al público su presencia.

Comenzó, entonces, la siguiente tanda de canciones: una tras otra, fuertes, irresistibles; ellos, invencibles, pero rendidos ante la música y ante nosotros. Entre intermitencias de azul y rojo es difícil fotografiar la energía siempre en movimiento de César. Edu, sumido en mareas de luces rojas, sonríe hacia las cámaras, hacia el público y hacia Luis, quien entre verdes oleadas y manchas moradas mira las cuerdas de su guitarra. Al mirarlos, piensas ¿qué miran cuando miran mientras tocan? “Vamos a ver si avanzan las negociaciones“, provoca Abraham, como presentación a la canción así titulada, a la cual le sigue “Europa ha muerto”, el cover que León Benavente hace de la banda asturiana Los Ilegales.
¿Alguien ha dicho ya que los conciertos son un acto verdaderamente carnal? En los conciertos, el cara a cara y el cuerpo a cuerpo son la nota principal. La relación que establece el rock entre los emisores y receptores del show tiene algo de vida, algo de muerte, algo de breve muerte… La experiencia auditiva se vuelve tangible a través de los instrumentos, de los movimientos, en un baile hipnotizante de notas y de cuerdas vocales que doblegan nuestros cinco sentidos. La temperatura sube. Nos entregamos al unísono, pues los cuatro músicos y el público son todos factores necesarios para la entrada a la dimensión músico-carnal. En su cuenta de Twitter, León Benavente anunció el show de esa noche con las siguientes palabras: «Hoy a sudar tod@s en @elimperialclub». Y así fue. Aquí el calor es algo bueno. “¡Parecemos una estufa!” es el acertado símil que Edu Baos usa para auto-definirse en el escenario. Nosotros, estamos en nuestro punto.

Abraham Boba, vocalista de León Benavente.

Abraham Boba, vocalista de León Benavente.

En medio de esa fiebre, si alguno quitaba la vista del escenario —lo cual era un reto difícil— y daba un vistazo hacia la parte posterior del recinto, hacia el público, podía reparar en la figura de Nacho Vegas, quien, en medio de la multitud, mezclándose entre ella, pero inevitablemente destacando, estaba de pie presenciando el show de León Benavente. Una escena así es casi un acto poético, especialmente para aquellos de nosotros para quienes “En el principio fue Vegas”.

El concierto alcanzó otro de sus puntos álgidos con “Ánimo, valiente”. Comienzan los acordes y la batería, y las resonancias del video de la canción al ver a César guiñar el ojo de la misma manera que en aquél. Alguna vez, él describió esta canción como el resumen de todo lo que te puedes encontrar dentro del disco: “es un canto o un grito de esperanza; es una canción que está describiendo una generación, un sentimiento de ver que el tiempo pasa, que las cosas no son como te las dibujaron y que, al final, no puedes decaer”. Las tres canciones siguientes no nos dejan recuperar el ritmo natural de nuestros pulmones: “Todos contra todos”, “La palabra” y, la que siempre cierra, “Ser brigada”. “La palabra” es una explosión total: desde el piso, de rodillas, Edu Baos desgarra el bajo; Luis deshace la guitarra, César rompe la batería y Abraham nos dispara con esa serie de preguntas irresolubles que, sin embargo, son nuestra vida misma: “¿Qué significa «a mí me duele más»?”.

Cuando esta canción acaba, ocurre algo que nos hace comprobar que el tiempo cíclico y ritual de los mitos, en pleno siglo XXI, sigue determinando nuestras vidas. Desde el micrófono, Abraham nos cuenta que hace casi dos años, cuando tocaron por primera vez en México, en el bar Caradura, justamente en este preciso punto del concierto, Edu quemó el amplificador del bajo ¡del mismo modo que acaba de ocurrir ahora! Este ánimo que rompe también probó su poder en el concierto que dieron el 8 octubre en el Centro Cultural España, en el marco de Sounds From Spain, cuando tuvieron que parar a la mitad de “Ánimo, valiente”, porque, como explicó Abraham: “nuestro batería le da tan fuerte que ha reventado el pedal del bombo”.

Edu Baos, bajista de León Benavente.

Edu Baos, bajista de León Benavente.

Tras las diligencias para solucionar este asunto, durante lo cual Edu fue ovacionado, comenzó “Ser brigada”. Hay actos que se repiten, pero que, en un concierto, siempre serán la “primera vez” de alguien. Así pasa con la tradición de que, a mitad de esta fantástica canción, se forme entre el público un círculo de slam al cual Abraham Boba baja para formar parte. Ocurre lo mismo con la variante lírica en la que Abraham cambia a la capital española por nuestra ciudad: “[…] crearon su propia sinfonía y su melodía / se escuchaba desde Lisboa a Perpignan / de la Coruña a Gibraltar / desde el D.F…”. El final de esta canción marca también el final del concierto. De vuelta los cuatro “leones” en el escenario, reciben sus últimos aplausos y ovaciones, antes de que el telón baje, ocultándolos. Los oídos de todos seguían palpitantes y expectantes: el silencio era extraño después de una hora de semejante fuerza musical.

León Benavente nos deja anhelantes frente a las posibilidades de lo venidero. Según ha dicho Abraham Boba, es debido al cuidado que quieren poner en la calidad de su sonido que no han adelantado canciones del nuevo álbum en los shows en vivo: “Es una especie de política que estamos siguiendo en el grupo. Quizá vaya un poco a contracorriente comercial […] Lo que buscamos es que no suceda eso de tocar una en vivo, que se grabe en un teléfono y la primera aproximación de la gente a ese tema sea con un sonido que no suele ser el mejor” (Reforma, 13/10/2015). Muchísimo se aprecian este tipo de gestos en los que la dilación expresa el cuidado profesional y apasionado por el trabajo propio que otros disfrutan. “Tú, que recorres los caminos con paciencia”. Esas canciones que aún no conocemos —tanto quienes ya hemos prestado oídos al rugir de los leones como quienes apenas están por descubrirlos— quedan como promesas silenciosas de lo que nos queda por escuchar.

Todas las fotos aquí.