(Denisse Gotlib, Mariana L. Durand, Grecia Monroy.)
I. Ninguna orilla queda a las orillas
El más antiguo de los conciertos fue, probablemente, una celebración colectiva que se repitió en determinados momentos de la vida, generación tras generación. Lo repetitivo y cíclico de este rito, sin embargo, no lo hacía perder autenticidad ni volverse vacuo: saber que aquella ceremonia tenía un vínculo con el pasado y que echaba raíces hacia el futuro es lo que lo hacía especial. Ya decía Víctor Jara: “mi canto es una cadena / sin comienzo ni final / y en cada eslabón se encuentra / el canto de los demás”. Hoy, se podría alegar que la música ha perdido algo de su sentido de comunión, que muchas veces los conciertos son “sólo” intercambios comerciales; que el rito se convirtió en rutina. Sin embargo, no hay que olvidar que, ante las estrategias para reducir la música a un negocio con fines de lucro, han surgido también respuestas que la colocan como un espacio a partir del cual se experimenta la intimidad más colectiva que puede haber.
En la larga trayectoria del músico gijonés Nacho Vegas, siempre han estado presentes inquietudes sobre cómo hacer música sin caer sólo en el negocio ni en la rutina y sobre cómo nuestras relaciones personales están casi determinadas por estructuras económicas y políticas asfixiantes. Sin embargo, en los últimos años, y más específicamente a partir de los discos Cómo hacer crac (2011) y Resituación (2014), parece que ha tratado de activar en sus discos y en sus conciertos, al menos de forma más explícita, ciertas prácticas poco usuales en músicos vinculados con el rock y el indie —aunque sabemos que Vegas no sólo compone desde estos “géneros”. Dichas prácticas no pueden dejar de leerse a contrapelo de interesantes proyectos ocurridos en España en los que Vegas ha participado, como el 15M o Movimiento de los Indignados, el Patio Maravillas, la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca), Stop Desahucios, Fundación Robo o la Caja de Músicos, los cuales tienen como manifiesto hacer frente común ante los problemas que los afectan.
Así, más o menos a partir del lanzamiento de Resituación, comenzaron a aparecer en sus presentaciones “coros antifascistas”, como él los suele llamar, que son coros amateur, generalmente integrados a partir de una casa de cultura, de algún movimiento social o de la amistad y cercanía con el músico, los cuales replican en concierto lo que el Coro de Ladinamo y el Patio Maravillas (Madrid) hace en el disco.*
Aunque podría parecer un nombre meramente burlón, “coro antifascista” remite a un momento de la historia de la música ocurrido en 1941, y después retomado por muchos, cuando el cantante estadounidense de folk Woody Guthrie apareció con una guitarra en cuyo cuerpo había escrito la frase “This machine kills fascists” (“Esta máquina mata fascistas”), acto mediante el cual Guthrie, uno de los más importantes cronistas musicales de los años de la Gran Depresión, se pronunciaba contra el horror de la Segunda Guerra Mundial. La imagen de esta guitarra ha sido frecuentemente utilizada por Vegas como telón de fondo en sus conciertos.
Woody Guthrie, 1941. Foto de Lester Balog.
Sin duda, la aparición de los coros da un potente aporte musical a piezas como “Polvorado” o “Runrún”, pero no sólo eso: reconfigura el espacio del concierto para convertirlo en un lugar en el que, literalmente, caben más voces y, por momentos, anula “el efecto tarima”, el cual sitúa una barrera entre los músicos, subidos en el escenario, y el público, debajo, en las butacas.
En el caso de la ciudad de México, el coro Páax Káanil (que en maya significa canto del cielo) se formó en mayo de 2014, previo al concierto de junio en el Teatro Metropólitan. La encomienda de Vegas era sugerente: “formar un coro de amigos”. Susana García, miembro del conjunto, cuenta que algunos de los integrantes fueron incluidos tras haber ganado dinámicas donde tenían que tocar y cantar una canción de Nacho, por haber hecho tributos o por ser cercanos al músico. Aunque en cada ocasión hay cambios en la alineación del coro, la consigna es que siempre esté integrado por gente con la que hay algún vínculo afectivo. Para Susana, la experiencia del coro ha estado llena de pasión y paciencia porque músicos y coristas deben acoplarse en pocos días, incluso horas, y porque la banda es muy minuciosa respecto a la calidad del sonido. No obstante, recalca que nunca se han ensimismado con alcanzar “la perfección” en la interpretación, sino que lo más importante es que las voces se hagan escuchar. Incluso Nacho los anima diciendo que no está mal desafinar, lo que nos recuerda un verso de una de sus canciones: “Para ser un buen cantante tienes que desafinar.”
Todo lo anterior se pone a tono con el ya conocido interés de Vegas en músicos y canciones que provienen de la música popular y folk asturiana (véase el proyecto Lucas 15), del country y el folk anglosajones (Townes Van Zandt, Will Oldham, Nick Drake, Phil Ochs) o de cantautores que han estado vinculados a movimientos sociales de izquierda en España (Chicho Sánchez Ferlosio), ejemplos de música pensada para ser representada frente a otros, junto con otros. Aunque tal vez el gijonés no componga pensando en esto, es notable la influencia de este sustrato en sus canciones. Además, la recuperación de estos personajes ya denota la intención de recordar, colocar o recolocar en el panorama musical actual canciones y autores que para algunas historias de la música han quedado en el margen, aunque, paradójicamente, el margen de las historias “oficiales” u “ortodoxas” suele ser el centro de todo lo que de verdad importa en nuestras vidas.
Al hablar de los intereses de Vegas por canciones de otras épocas, no podemos olvidar la pequeña-gran constelación actual de músicos con los que está vinculado y con los que ha colaborado. Para no extendernos de más, mencionaremos apenas dos ineludibles presencias del disco Resituación: Lorena Álvarez y Mursego (Maite Arroitajauregi), la primera por ser la “Rapaza de San Antolín” y la segunda por haber grabado el precioso preludio a “Ciudad Vampira”. Álvarez es conocida por hacer o rehacer, junto con su Banda Municipal, canciones tradicionales de la zona de Asturias, mientras que Mursego suele recuperar canciones tradicionales de la región vasca y arreglarlas a partir de corrientes musicales que podrían parecer antitéticas, como la cumbia.
Si bien Vegas siempre ha publicado con sellos independientes** (Astro, Acuarela, Limbo Starr), en 2010 fue parte central de la fundación de dos proyectos: Marxophone, una cooperativa de músicos con la que autoeditó sus últimos tres discos (La zona sucia [2011], Cómo hacer crac y Resituación) y Fundación Robo, “proyecto musical colectivo que trabaja alrededor de la canción populista”. De hecho, dos de sus canciones, “Cómo hacer crac” y “Runrún”, aparecieron en la plataforma electrónica de Fundación Robo meses antes de ser incluidas en los discos. Llama la atención que, en todas las canciones publicadas por Fundación Robo, el peso no recae en “el” autor de la canción, puesto que dan crédito a todos los colaboradores por igual, sino que pone el acento en el hacer en común, en la canción en sí misma y en su posibilidad de difusión gratuita. Además, Robo funciona como punto de confluencia para la organización de eventos que han contribuido a formar esa constelación de músicos con “deseos de hacer” de la que hablamos antes y a cuestionar la idea, típica de la industria cultural, de que un artista es un individuo ajeno a la realidad social que trabaja para vender sus discos y su imagen a un mercado de consumidores.***
En México, en los últimos años, varias ciudades se vieron forzadas a paralizar casi por completo cualquier actividad cultural pública debido a la violencia y a los recortes presupuestales, por lo que, aunque no caen en terreno árido en nuestro país, las propuestas que abogan por entender el arte como punto de encuentro para crear lazos y pensar cómo hacer frente a los problemas comunes, nos vienen muy bien.
Lo que hasta aquí hemos dicho servirá para comprender mejor la re-situación de Nacho Vegas también en el escenario, pero no como un “cambio de página” del resto de su trayectoria, sino como un camino en el que ha ido madurando ideas y hecho una revisión crítica de sus propios procesos de vida.
II. Allá arriba un cielo azul y detrás de él tal vez haya canciones
Un viernes a la luz de octubre en el Distrito Federal, fuimos juez y parte de aquella re-situación. La cotidianidad turística del Centro Histórico estaba interrumpida por el encabezado del Teatro Metropólitan: grandes letras, cada una iluminada por un foco individual, deletreaban un nombre: N A C H O V E G A S … Quizás dado que placer se encuentra tanto en el acontecimiento en sí como en sus preliminares y en lo que nos permite prolongarlo una vez terminado, previamente a la entrada al recinto, la concurrencia convocada por aquellas letras deambulaba por las periferias frente a la inagotable oferta de souvenirs, anticipando que no hay que olvidar recordar.
A las 9 de la noche “la voz” del Metropólitan da la tercera llamada. La tijuanense Vanessa Zamora abre el concierto con seis canciones de su primer disco, Hasta la fantasía (2014), las cuales son bien recibidas por un público que, inevitablemente, espera impaciente la salida de Nacho Vegas. Vanessa se despide entre aplausos y la oleada de expectación vuelve a inundar el recinto. Salen algunos técnicos a arreglar los últimos detalles. Desde lo lejos se puede distinguir la figura de César Verdú, director de sonido, quien se asegura de que todo esté listo. Pasan apenas unos minutos que se eternizan cuando ocurre. Nacho Vegas, acompañado de sus cinco músicos, aparece elegante con un traje y chaleco negros que contrastan con su camisa blanca.
Sin más preámbulo, comienza el teclado de Abraham Boba. ¿Acaso hay alguien que no intuya lo que viene? “Hablo solo, bebo té. / Tomo notas para hacer / de mi vida sin ti / algo habitable. / Leo entera La razón. / Hoy desarmé la televisión, / tarareando una canción / insoportable…”. La fúnebre y pornográfica “Dry Martini S.A.” enciende al público porque nos recuerda nuestro lado más divino y nuestro lado más carnal. No nos puede pasar inadvertido el estratégico cambio de verbos en el que Vegas, juguetón, coloca “Follarte” en aquel verso donde, en su versión original, dice “Quererte es como obrar un milagro”.
Nacho Vegas en el Teatro Metropólitan. Foto de José Jorge Carreón.
Enhorabuena por Verdú, el sonido es impecable. El público se siente satisfecho como si fuera el fin, pero todo apenas comienza. Es hora de que el pintor asturiano Adolfo P. Suárez sea evocado a través de “Adolfo Suicide”, la única canción de amor de Resituación, ha dicho Vegas: “Y es que no, no aprendes nunca, / hermoso como un asturcón surgiendo / entre la niebla”. A continuación, una guitarra que se pregunta y se contesta en un tintineo anuncia el comienzo de la declaración que es “Me he perdido”. Al terminar esta canción del disco a dúo con Christina Rosenvinge, entramos a La zona sucia de Vegas con la preciosa “Perplejidad”.
Nacho toma el micrófono y anuncia la siguiente canción, una que habla “de lugares que se aman, pero duelen”. “Ciudad Vampira” se ha convertido ya en un himno contra la parálisis: “¡yo me creía muerto pero hoy sé que estoy / vivo y que concibo otro lugar!”. Tras esperar unos segundos a que baje la euforia, toma de nuevo el micrófono para hablarnos sobre la camisa blanca que porta, detrás de la cual hay una historia de lucha: fue confeccionada por mujeres que, despedidas injustificadamente de la fábrica donde trabajaban en Gijón —situación que se ha vuelto recurrente en la región asturiana—, decidieron atrincherarse por años en la fábrica para exigir sus derechos laborales. La anécdota cobra sentido por completo cuando aparece el coro Páax Káanil que, adelantando el estribillo de la combativa “Polvorado”, entona las palabras: “Y hay fantasmas recorriendo Europa entera / van desde Berlín a Pola Lena. / Se oyen ruidos de cadenas / que hoy chasquean, hoy que hay luna llena”, de una forma tan poderosa, que causa estremecimiento. Como más de uno habrá notado, en estos versos resuenan frases del eternamente citado Manifiesto del Partido Comunista, (“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”), así como la imagen de una frase atribuida a Rosa Luxemburgo (“Quien no se mueve, no siente las cadenas”).
El coro Páax Káanil se retira, por el momento, del escenario. Vegas aprovecha para recordar una serie de acontecimientos dolorosos e indignantes en nuestro país, como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, los feminicidios y los asesinatos de activistas. Esto da lugar a un ritual que, desde hace ya más de un año, se ha vuelto un gesto contra el olvido entre los mexicanos: algunos sectores del público cuentan del 1 al 43. El sonido de un ukelele invade la sala para dar lugar a la esperanzadora “Runrún” y a uno de sus más conmovedores versos: “Nos quieren en soledad, nos tendrán en común”. Llega la hora de “Taberneros”, esa larga y sentida canción tradicional de desamor rehecha por el asturiano para arrancarnos el corazón de un tajo. El público, rendido, se lo entrega a Vegas. Momento ideal para conceder una breve pausa y presentar a los talentosos músicos con quienes esa noche comparte escenario: César Verdú (sonido), Manu Molina (batería), Luis Rodríguez (bajo), Joseba Irazoki (guitarra), Abraham Boba (piano y acordeón) y, tras un olvido involuntario, al “amor de sus amores”, Edu Baos (guitarra). Inmediatamente después, quizás porque sospecha que todos somos “Actores poco memorables”, comienza el desfile de personajes.
De izquierda a derecha: Abraham Boba (teclado), Edu Baos (guitarra), Manu Molina (batería), Nacho Vegas, Luis Rodríguez (bajo), Joseba Irazoki (guitarra). Foto de José Jorge Carreón.
Abraham Boba toma el acordeón. Empieza la música fúnebre y oscura. Sube la temperatura entre una mezcla de niebla y decadencia. “¿No lo ves? Tu carne es más pálida. / ¿No lo ves? Tu alma es más gris”. Sin darnos cuenta, verso a verso, Vegas lo ha conseguido, nos ha llevado frente al hombre de traje que, con sonrisa dudosa, nos invita a pasar al “Gang-Bang”. ¿Aceptamos? Para seguir a tono con la decadencia de occidente, “Nuevos planes, idénticas estrategias” recuerda de forma irónica que seguir vivos es un acto de resistencia: “tengo un ambicioso plan / consiste en sobrevivir”. A continuación, recorremos Gijón de punta a punta con “La vida manca”, irónica crónica de una muerte anunciada.
La voz de Vegas se dirige a ti: “Cada mañana / te despierta la sensación / de que hay alguien gritando a tu lado / pero estás solo en la habitación”. Lo hace de nuevo, revuelve la letra, intencionadamente, para que la sintamos nuestra: “y una niña susurra a tu oído / que han desahuciado a Carlos Slim”. Una estruendosa guitarra atropella. Desde el primer acorde se escucha venir a toda velocidad “Perdimos el control”, aquel violento relato en el que el verdadero protagonista no son las drogas, sino el estado extático, la locura exacerbada: “Y nos creímos ángeles, / y hasta ella quiso volar. / Y lo hizo tras dejarme / aquel mensaje aún por contestar: / «¿Dónde estás, corazón? / ¿Te has cansado de mí? / Yo estoy en el balcón y, / ¿sabes?, voy a saltar». / Se rió, «-¡JA JA JA!-», / y después se cortó”. Éxtasis también para los que nunca la habíamos escuchado en concierto. Justo al borde de la cornisa, las manos de Vegas nos regresan al Metropólitan para que acudamos al día de “La gran broma final”, historia sobre un destino trágico del que, por definición, no se puede escapar: “Hay quien decía que era / grande y fuerte nuestro amor / y lo era igual que las Torres Gemelas / allá en Nueva York”.
Nacho Vegas en el Teatro Metropólitan. Foto de José Jorge Carreón.
Los músicos dejan sus instrumentos y salen del escenario insinuando el final del concierto, pero el público no acepta la despedida. Grita, ovaciona, golpea el suelo a toda velocidad con los pies. Nacho Vegas reaparece sólo con su guitarra. Se ha quitado el saco y el chaleco; su camisa blanca refleja el juego de luces y parece brillar más. Rasga a su única compañera y comienza “Luz de agosto en Gijón”, confesión que, con ternura, deja ver la relación compleja que uno suele tener con su ciudad natal, lugar del cual escapar y al que siempre, inevitablemente, volver. La banda entera reaparece a la mitad de la canción para rematarla con todos los instrumentos.
El coro Páax Káanil se integra al escenario. Algo bueno nos espera. A la manera de los antiguos juglares o cantores populares, Vegas comienza la historia de la siguiente canción con un íncipit de tintes legendarios: “Esto que vais a escuchar, esto que vais a escuchar”. La nueva canción, titulada “Vinu, cantares y amor”, formará parte del próximo disco de Vegas, Canciones populistas. Es la única de su repertorio que versa en español y en asturiano. El tema central: la alegría, la fiesta y el amor como condición de cualquier transformación social: “si nun hai vinu, cantares y amor, non, esta nun ye la mio revolución” (“si no hay vino, cantares y amor, no, ésta no es mi revolución”). Para concluir este primer encore, no podía faltar, estando en el D.F., la explosión de electricidad de “El mercado de Sonora” que quema todos los instrumentos con ese final interminable al más puro estilo del rock.
De nuevo desaparecen los músicos entre ovaciones; esta pausa nos permite percatarnos de la tensión en nuestros tímpanos que simula la sensación de la sordera, casi como un indicio de que el final se acerca pero aún no estamos listos para dejarlos ir. Se hacen del rogar casi más de la cuenta. Al público mexicano no se le puede negar “¡otra, otra!”, sobre todo porque falta una última canción, probablemente con la que más de uno en el recinto se enganchó con el asturiano: “El hombre que casi conoció a Michi Panero” suena para cerrar una espléndida noche. Vegas es gentil y, de nuevo, interviene los versos originales: cambia el “Hasta nunca” por un “Hasta siempre”, que sabemos significa que pronto nos volveremos a encontrar.
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* En un afán enciclopédico, recuperamos los nombres de algunos de los coros que han participado en los conciertos del músico en los últimos años: Huertano (Murcia), Frente del Ebro (Zaragoza), Enxebre (La Coruña), Corín Aida Lafuente (Santander), Bora Bora (Granada), Pals a les Rodes (Barcelona) y Páax Káanil (ciudad de México).
** Con excepción de El tiempo de las cerezas (2006), disco grabado junto con Enrique Bunbury, y de la edición mexicana del recopilatorio Canciones inexplicables (2007), publicado por EMI México bajo la licencia de Limbo Starr.
*** En este video de Fundación Robo puede atestiguarse la intención del proyecto y las inmensas preguntas que busca(ba)n responder en 2013.