Original: Michael Waldrep, “A Journal of Living in the Suburbs of Mexico City” (publicado por Michael Waldrep en Fulbright National Geographic Stories el 15 de diciembre de 2014.)
Traducción: Grecia Monroy Sánchez (3 de 17)
*Las fotos y videos incluidos aquí son los que aparecen en el artículo original.
Cuautitlán: un diario acerca de vivir en los suburbios de la ciudad de México
Cerca de 600 000 personas viven en la creciente Cuautitlán, uno de los suburbios más alejados de la ciudad de México, debido a los precios baratos de las viviendas, los subsidios y las mejoras en infraestructura.
Aproximadamente a 18 millas (29 kilómetros) en línea recta desde el Centro de la ciudad de México, se ubica la que será mi casa por un mes. Un breve, aunque complejo, viaje por tres estaciones del metro de la ciudad (por aproximadamente 30 centavos de dólar) te lleva a la estación Buenavista. Fundada en el siglo XIX, ésta fue alguna vez la principal estación inter-urbana de la ciudad, antes de que el servicio nacional de pasajeros decayera a raíz de la privatización de los ferrocarriles. Actualmente, es más un centro comercial que una estación de trenes, aunque sigue siendo mi punto de entrada y salida de la ciudad propiamente dicha, del mismo modo que lo es para miles cada día. Desde Buenavista, un viaje de cuarenta minutos en el Tren Suburbano (por aproximadamente 1 dólar) te lleva lejos hacia el norte, a través de la frontera del Distrito Federal, hacia el Estado de México y, finalmente, a la estación Cuautitlán. Ésta también parece más un centro comercial que una terminal; la estación está sobre los trenes de carga, el Suburbano y la zona de espera de una pequeña flota de buses colectivos o peseros. Por 40 centavos de dólar, puedes encontrar un pequeño pedazo de cojín en el asiento de uno de esos peseros que te conducirá a tu casa, a los puntos distantes, incluso más al norte. La caminata de la estación a mi casa es tan sólo de 40 minutos, pero ante la perspectiva de pistas para el transporte de mercancía, banquetas angostas o casi nulas y un simple, aunque difícil de medir, sentimiento de hostilidad hacia los peatones, la mayoría prefiere el viaje en autobús.
Después de 10 minutos, mi autobús me deja enfrente de mi casa. No hay paradas oficiales, así que los transportes te dejarán más o menos donde necesites. El vecindario —más bien un fraccionamiento— se llama Galaxia. Todavía no estoy seguro de por qué. No tiene nada de “espacial” ni las casas son tan diferentes de aquéllas en el más históricamente nombrado Haciendas Cuautitlán —que es el siguiente desarrollo— o el de estilo genérico La Guadalupana —que está al otro lado. (La comunidad a puerta cerrada que se encuentra más abajo, “La Toscana”, todavía está vendiendo casas con un supuesto estilo italiano, por si alguien está interesado.) Diseñadas como unidades completas por grandes compañías constructoras como Casas Geo o Consorcio Ara, las casas son repetitivas; cada vecindario está hecho de sólo uno o dos diseños. Aun así, el llamativo nombre de mi propio vecindario significa que los peseros que van ahí tienen una pequeña y bonita estrella en el letrero que indica su destino.
En realidad, nunca ha habido mucha oportunidad para diseños innovadores en el presupuesto de estos desarrollos. La construcción de las casas y algunos de los fondos disponibles para ayudar a comprarlas son dados por la agencia federal llamada Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit). Usando ingresos fiscales, el Infonavit asegura millones de hipotecas a lo largo de México —cerca del 70% de los préstamos para vivienda en el país—, por lo que ha permitido el auge de nuevas viviendas unifamiliares, la mayoría de ellas en el Estado de México. En una ciudad en la que el ingreso promedio anual por trabajador apenas alcanza los 10 000 dólares, los precios de las casas tienen que ser accesibles.
Las casas, hechas con dinero público por empresas privadas, son de construcción barata y, frecuentemente, maltrecha. Mi propia pequeña casa tiene menos de diez años y se ve peor de lo que debiera; los propietarios están actualmente buscando cambiar el techo, después de que el yeso del techo de una de las dos recámaras se viniera abajo por la humedad. Aunque hay algunos empleos en Cuautitlán, desde industria pesada hasta bodegas de almacenamiento, el vecindario está lejos del centro de la ciudad, en donde la mayoría trabaja. A partir de la reciente crisis financiera global, muchos de estos desarrollos han tenido tiempos difíciles. Ante la perspectiva de penosos viajes diarios y viviendas lejos de lo ideal, muchas de las cosas no se han vendido, y varias de las que fueron brevemente ocupadas, han sido abandonadas masivamente. A esto se la ha llamado un “éxodo”.
Sin embargo, aunque en Galaxia hay algunas cuantas casas a la venta, las calles se ven muy habitadas. Sin duda alguna, la sensación es diferente que en gran parte del resto de la ciudad. Antes de convertirse en un escabroso camino de terracería una cuadra más abajo, la calle en la que vivo es la principal vía pública del vecindario y, aunque ciertamente es el espacio más habitado del vecindario, en comparación con la ciudad de México o incluso con el centro histórico y comercial de Cuautitlán, es muy silenciosa. Tres horas después del atardecer, la calle queda vacía, con excepción de un par de adolescentes navegando los topes de las calles con sus bicicletas, escuchando música mal sintonizada en su celular y esquivando al último puñado de peseros de la noche.
Es un suburbio, pues. No es inmediatamente identificable como ejemplo de uno de los vecindarios de clase media en los que pasé gran parte de mi infancia y adolescencia, pero los patrones de vida son sorprendentemente similares. Es un lugar para que las familias tengan su propio espacio y para que críen a sus hijos en paz. Es un vecindario formal, cuya infraestructura física y política fue establecida por empresas y por el gobierno en turno. La gente viaja cotidianamente a trabajar y regresa a sus casas para cocinar la cena. Los niños juegan afuera, pasando el tiempo con sus amigos después de la escuela. Si creciste de algún modo similar al mío o has tomado la misma clase de decisiones por tu familia que mis padres hicieron por la mía, esto te debe sonar familiar. En términos de una intención artística, el trabajo que estoy haciendo aquí te puede parecer familiar también. Estos lugares, al igual que los periodísticamente más emocionantes (y peligrosos), asentamientos informales al este de la ciudad, requieren investigación.
Sin embargo, éste es un fenómeno nuevo para México, como de hecho lo es para gran parte del mundo. La pareja que es dueña de mi casa proviene de Iztapalapa y Milpa Alta, respectivamente, las cuales son zonas periféricas a su propio modo, pero que no tienen nada que ver con un suburbio en el modo en el que lo conozco ni en el que puedo reconocer, de alguna manera, aquí en Galaxia. Esto no quiere decir que Cuautitlán se sienta familiar; es fácil sentirse aislado, en un sitio extraño y desorientado. Estoy tentado a atribuir esto a que soy un extranjero aquí, un forastero, pero pienso que la falta de familiaridad es también, quizás, parte de la experiencia suburbana. Esperando conocer más gente en la cuadra, le pregunté a mi casero si él conocía a alguien en esta área, pero después de cinco años de vivir en esa calle y de manejar un taxi al otro extremo del tren suburbano, aún no había llegado a conocer a ningún otro de los habitantes de Galaxia.