Michael Waldrep, “El viaje de regreso: dejar Cuautitlán y el Tren Suburbano” (traducción)

Original: Michael Waldrep, “Return Trip: On Leaving Cuautitlán and the Tren Suburbano” (publicado por Michael Waldrep en Fullbright National Geographic Stories el 20 de enero de 2015.)

Traducción: Grecia Monroy Sánchez (4 de 17)
*Las fotos y videos incluidos aquí son los que aparecen en el artículo original.

El viaje de regreso: dejar Cuautitlán y el Tren Suburbano

El Tren Suburbano transporta pasajeros de sitios en el norte al centro del D.F. Desde Azcapotzalco, en donde se levantan las torres del fondo en la foto, y tan lejos como desde Cuautitlán, llegan pasajeros a Buenavista, para pasear, comprar y trabajar. | Instagram de Michael Waldrep.

El Tren Suburbano transporta pasajeros de sitios en el norte al centro del D.F. Desde Azcapotzalco, en donde se levantan las torres del fondo en la foto, y tan lejos como desde Cuautitlán, llegan pasajeros a Buenavista, para pasear, comprar y trabajar. | Instagram de Michael Waldrep.

La infraestructura le da forma a la ciudad, del mismo modo que el enrejado da forma a la vid. Aunada a las características naturales y topográficas —especialmente las colinas y montañas que rodean el Valle de México, así como los rastros de los ahora desecados lagos—, es la infraestructura lo que da forma a la gris mancha urbana que es la ciudad de México vista en una fotografía tomada por un satélite. Se puede decir mucho acerca del desarrollo de la ciudad simplemente observando una vista sin marcas como la que ofrece Google Maps, así como viendo a través de la ventana del Tren Suburbano mientras te diriges a casa después de un día en la ciudad.

Vista satelital del Valle de México. Las sombras grises más claras marcan el crecimiento urbano, mientras que las sombras grises más oscuras capturan la vegetación (mucha de la cual es de laderas empinadas, que no son adecuadas para la construcción). Imagen del LANDSAT de la NASA.

Vista satelital del Valle de México. Las sombras grises más claras marcan el crecimiento urbano, mientras que las sombras grises más oscuras capturan la vegetación (mucha de la cual es de laderas empinadas, que no son adecuadas para la construcción). Imagen del LANDSAT de la NASA.

Lo anterior es un modo extenso de decir que el desarrollo de Cuautitlán, mi casa durante el mes de diciembre, y la construcción del Tren Suburbano están intrínsecamente conectados. Inaugurado hace tan sólo seis años, en 2008, el Tren Suburbano me proveyó mi ruta hacia y desde la ciudad de México central, del mismo modo que es una ruta para las compras, el trabajo y el paseo para los cientos de miles de residentes de los municipios del Estado de México por los que pasa la trayectoria del tren. Mi casero y vecino en Galaxia ha vivido en Cuautitlán tan sólo desde que el tren abrió. Incluso los residentes que llevan mucho tiempo viviendo en el municipio, como los conductores de taxis que lo recuerdan siendo apenas poco más que un pueblo, y quienes ahora viven en los fraccionamientos, eran también recién llegados a esos fraccionamientos. Colonias como Galaxia, la Guadalupana, las Haciendas y similares habían sido terminadas aproximadamente al mismo tiempo (o desde) que el tren suburbano llegó.

Cuautitlán había tenido trenes antes, por supuesto, a manera de las líneas de trenes de carga y pasajeros entre la ciudad de México y Querétaro, y algunos puntos más al norte. En cierto modo, debía tenerlos: el valle en el cual la capital en la que tanto los mexicas como los mexicanos se asentaron está cercada por montañas demasiado empinadas como para que un tren logre pasar apenas la mitad de su circunferencia. Un tren hacia el norte o sudeste podría ser construido en un grado razonable, mientras que hacia el oeste o el sur la tarea es difícil de concebir incluso ahora, más aún cuando las pistas estaban siendo colocadas a finales del siglo XIX. Tengamos en cuenta que, recientemente, cuando el gobierno estaba considerando ofertas para un sistema de trenes de alta velocidad, una propuesta de ruta de 200 millas en Yucatán, en la costa sur de México, costaría 1.2 billones de dólares, mientras que una ruta de 47 millas sobre el borde oeste del Valle de México, cerca de Toluca, costaría 2.9 billones.

Vista de la vieja estación de trenes de Cuautitlán, ahora con peseros viajando desde la estación del Tren Suburbano, visible en el fondo. Fotografía por Michael Waldrep.

Vista de la vieja estación de trenes de Cuautitlán, ahora con peseros viajando desde la estación del Tren Suburbano, visible en el fondo. Fotografía por Michael Waldrep.

Sin embargo, la vieja estación de pasajeros de Cuautitlán está, en su mayoría, en ruinas actualmente. El servicio de tren, erigido por propietarios privados (frecuentemente extranjeros) en la temprana historia industrial de México, fue nacionalizado a raíz de la revolución de izquierda de 1910 a 1920; para después ser privatizada y vendida de nuevo a manos privadas en la década de 1990. Los nuevos propietarios privados rápidamente eliminaron el servicio de pasajeros nacional en favor del servicio de carga, con algunas cuantas excepciones para el turismo. Así, el servicio de tren para pasajeros no llegaría a Cuautitlán por cerca de una década.

Pero, incluso ante la escasez de infraestructura y de planeación del transporte público, el norte de la ciudad creció. Los mismos pasos a través de la pared de la montaña que permitieron al tren pasar al norte, posibilitaron la autopista interurbana que va del D.F. a Querétaro, a lo largo de la cual fueron apareciendo hogares suburbanos. La ciudad arquetípica de Estados Unidos invita a las familias de clase media a “conducir hasta que puedan pagar” por una nueva casa. Es decir, les invita a que permitan ser arrojados fuera del centro de la ciudad por las fuerzas centrípetas de los mercados de bienes raíces y el aumento de impuestos, así a que consigan un pedazo de tierra —y una casa— a una distancia de la ciudad que les permita pagarla. En las colinas de Tultitlán y Tlalnepantla, obviamente, los propietarios no califican para préstamos formales para casas, como los que la institución prestamista del gobierno, el INFONAVIT, ha entregado en masa en lugares como Cuautitlán. Sin embargo, las decisiones que hay que tomar al comparar el costo de la tierra con el costo de transporte, multiplicado por decenas de miles de familias, han dan lugar a los asentamientos informales en las afueras del Distrito Federal, lo mismo que a fraccionamientos formales en Galaxia o los vecindarios en el Valle de San Fernando en Los Ángeles, donde crecí.

Viajando en el Tren Suburbano hacia el sur, es decir, desde Cuautitlán al centro de la ciudad, donde estaré viviendo por lo que resta de mi beca, me he encontrado a mí mismo mirando por la ventana, convenciéndome de que puedo ver la densidad de las viviendas y de la industria aumentar lentamente mientras nos dirigimos hacia y luego cruzamos la línea del Distrito Federal. Puedo ver las plantas industriales pasar: la planta de Ford en Cuautitlán, construida en 1964, que exportaba carros al norte de los Estados Unidos a través del ferrocarril; las cervecerías, enviando cervezas al sur, a millones de bocas secas en la ciudad; las otras plantas, cuyos propósitos ni siquiera me puedo imaginar, pero confío en que son importantes.

Vista de la vivienda informal en Buenavista, Tultitlán, Estado de México. Fotografía por Michael Waldrep.

Vista de la vivienda informal en Buenavista, Tultitlán, Estado de México.
Fotografía por Michael Waldrep.

Muchos de los mexicanos con los que he hablado en la ciudad se sorprendían y confundían cuando les decía que estaba viviendo tan lejos en el norte del Estado de México. Más de uno parecía incluso molesto: la idea de Cuautitlán les parecía ligeramente repulsiva, debido a su supuesta falta de cultura, de carácter, de árboles y por la distancia que guardaba respecto a “la ciudad”. A la gente con la que hablé en Galaxia, en cambio, les gustaba por su tranquilidad, su accesibilidad de precio y, de hecho, con frecuencia encontraban el viaje cotidiano, gracias al Tren Suburbano, más manejable. De principio a fin, el viaje es como de 40 minutos, más corto que muchos de los típicos viajes en el Metro y mucho menos abarrotado. Para mi casero, quien trabaja cerca del fin de la línea en Buenavista, el viaje es incluso agradable, aunque un poco caro (tres veces la tarifa del Metro).

Pero, entonces, resultaba que muy poca de la gente a quienes Cuautitlán parecía dejarles un mal sabor de boca conocían a alguien que viviera ahí. Con frecuencia, ninguno de ellos había pasado algún tiempo ahí. Quizás ni siquiera habían viajado en el Tren Suburbano. Sin embargo, la habían visto, fugazmente y desde la distancia, como una señal para una salida desde la autopista que va a Querétaro, San Miguel de Allende, Guanajuato o a cualquier otro y más encantador punto en el norte.

Nativo de Los Ángeles, Michael Waldrep es director de documentales, artista multimedia e investigador. Actualmente, se encuentra en la ciudad de México para documentar la ciudad, sus vecindarios y sus 22 millones de habitantes, mediante escritura, mapeo, visualización de datos, fotografía y video. Él es uno de los cinco becarios inaugurales del programa de becas Fulbright-National Geographic Digital Storytelling.

¿Quién es Saúl Fimbres y por qué el siglo XXI nos va a hacer llorar?

Publicada en Acordes Modernos y en Cultura Colectiva.

Tras haberlo visto en concierto el viernes 15 de enero en el foro “Bajo Circuito” de la Ciudad de México, nos encontramos con el músico sonorense de folk Saúl Fimbres para platicar de sus inicios en la música, de su primer disco, El blues de las amapolas, y del nuevo que está por grabar en febrero de este año.

(Grecia Monroy, Denisse Gotlib y Mariana L. Durand). Es de noche y el bar se cimbra cuando algún vehículo pesado transita por encima. Estamos debajo de un puente del Circuito Interior, en la Ciudad de México; literalmente “Bajo Circuito”. Un muchacho sube al escenario acompañado de una guitarra y de un artefacto que posa sobre su nunca: es un soporte para armónica que usan los músicos que necesitan las manos libres para tocar un segundo instrumento. “Voy de rodillas por el camino, ay, nena, fuera bueno verte hoy…”. Alguien en el público interrumpe su charla para voltear al escenario. Y es que suena una música que no se escucha mucho en el D.F. pero que engancha rápidamente. La voz de Saúl Fimbres recorre a toda velocidad el Circuito Interior al ritmo de El blues de las amapolas.

Foto de Carlos H. Juica

Foto: Carlos H. Juica

Las canciones de este, su primer disco, ocupan la mayor parte del concierto, pero también hay lugar para presentar algunas canciones nuevas. Tanto las unas como las otras cuentan con el apoyo vocálico del público, que corea frases entrañables: “Porque nadie te va a perdonar, cuando caiga la noche entre los humillados”, “Por ti mis trenes se me salen de las vías, un camino se abrirá como la tinta bajo una herida”. Para algunos es una sorpresa escuchar algunas de estas canciones en nuevas versiones, en las que Saúl no sólo se acompaña de su guitarra y armónica, sino también de músicos que conforman la alineación típica de una banda de rock (batería, guitarra y bajo).

El miércoles 20 de enero nos dimos cita en un bar de la Condesa. Saúl es del norte de México y su acento lo delata, aunque nuestro oído miope escuche todos los acentos de esa región como uno solo. Haber crecido en la frontera hace que, a sus 27 años, su historia de vida esté marcada por los viajes entre México y Estados Unidos, así como por el influjo de diferentes corrientes de música tradicional. Ser del norte, aunque a simple vista imperceptible, determinó en muchos sentidos su modo de hacer canciones; en este contexto podemos ubicar los primeros indicios de un largo trayecto.

Saúl habla rápido pero hace pausas largas en las que aprovecha para dar un trago a la cerveza. Nos está contando cómo se inició en la música: prácticamente de manera autodidacta. En su adolescencia trabajó como mesero en un restaurante en Las Cruces, en Nuevo México. Pronto se dio cuenta de que cantándole a los clientes recibía más propinas, así que comenzó a hacerlo. Hay algo en su historia que recuerda a la de Nina Simone, quien, inicialmente sólo pianista, comenzó a cantar porque el dueño del bar donde trabajaba se lo pidió: “Mi jefe dijo: ‘si quieres seguir, tienes que cantar’. Entonces, dije: ‘está bien, voy a cantar’, y desde entonces canto”. Son casi obvios sus motivos: ¿por qué cantar? ¿Por qué hacer música? Porque sí, porque es una doble necesidad.

No parece que para Saúl sea necesario dar mayor explicación sobre porqué hacer canciones y publicarlas: “Publicarlas pues para comer y hacerlas para… Porque me gusta. Es una idea muy romántica creer que la canción salva al mundo. Pero si la canción puede salvar a alguien, a una persona aunque sea, está bien; aunque no es mi intención. Obviamente, cuando uno escucha música buena sí hay una salvación dentro de uno. A lo mejor por eso también uno quiere ser bueno, porque quiere reproducir para los demás esa sensación que tuvo uno mismo. No estoy muy seguro, pero por ahí puede ser.”

Antes de cantar, Saúl fue pianista de jazz. Su banda, llamada Bertha’s Ballet, tocaba covers de Chick Corea y de Chuck Mangione. Sin embargo, el piano era muy demandante, el método muy riguroso; no le gustó. Como también escribía, decidió seguir en la música, pero desde otros géneros con los que estaba familiarizado desde niño: el folk y el country.

Su “ser del norte” influye algunas de nuestras preguntas. Sabemos que a partir de 2006 empezaron a ponerse sobre la mira géneros como la crónica periodística para contar lo que pasaba en cuanto a la violencia y el narcotráfico. ¿Pasó algo similar con la música? “Por mil. El narcocorrido es la música de México ahorita. Más que la cumbia no, pero en segundo lugar, fácilmente. Obviamente, al expandirse por todo el país también se vulgariza un poco. Las rolas norteñas tradicionales no son para nada así. El género se deslindó de ciertos códigos para ser más digerible para el resto de la nación. Eso me parece a mí, porque se vende la marca y el tono de la voz, pero las letras y todo lo demás no son iguales para nada. Si vas con un ruco de un rancho y le pones lo que suena ahorita aquí, te va a cachetear. Creo que el narcocorrido es un género muy sincero, no porque vuelen cabezas, sino porque siempre ha sido un género que, aparte de glorificar al delincuente, cuenta historias que le suman más a la realidad: un poquito más de fantasía, un poquito más de nitro. Lo que pasa es que ahorita vivimos en un tiempo en el que no nos asusta nada. Hay que llegar al punto de cortar cabezas para que la gente lo crea. Como la gente vive en un estado de desesperación tan brutal, hay de dos: si no quieres pasar hambre, te haces delincuente; más vale no tener miedo y te la crees. Para eso sirven: son canciones de reclutamiento.”

A diferencia de otras ciudades del norte del país, la dinámica de Hermosillo, la ciudad natal de Saúl, no parece haber cambiado tanto en los últimos años: “Hermosillo es un territorio que siempre ha estado controlado. Ha habido narcos desde la época de mi abuelo y siempre va a haber. Pero es un estado súper pactadísimo. No hay bronca. Salvo en los pueblos: ahí te puede llevar la chingada muy rápido. Pero Hermosillo es una ciudad súper: la gente se la pasa a toda madre ahí, no hace nada, pistea un chingo, tiene dinero. Es muy cómodo vivir ahí, salvo por el calor. Sonora no tiene nada que ver con el norte, con ningún estado. No tiene que ver con Tijuana, con Chihuahua, con Monterrey, nada. Sonora es un estado para gente perezosa, en el sentido bueno.”

Muchos músicos mexicanos recuperan elementos del sustrato de la música tradicional, sin embargo, la sola definición del término “tradicional” pone en aprietos a cualquiera. Para el sonorense, “es una música que le pertenecía propiamente a una región y que conservaba ciertos códigos que se respetaban para que de una persona a otra hubiera una interacción tácita en cuanto al repertorio y en cuanto a la forma de tocar.” Sin embargo, aunque reconoce el influjo que ha tenido en él, Saúl no se asume dentro de esa corriente de música tradicional. De hecho, nos explica que la música tradicional “pura” se encuentra “momificada” y que los últimos resquicios de ese tipo de música es la llamada música de autor: “El iceberg de la canción tradicional es el autor. Antes, lo que definía a la música tradicional es que no tuviera autor. Después, hubo un resurgimiento y hubo música tradicional de autor, que fue “el piquito” de la tradición. A mí me gusta más la música de autor que la tradicional. Realmente, es un intento de rescate. Lo que me interesa es que en la tradición había una nobleza que se perdió. Que sea tradicional o no a mí no me importa. Pero esa nobleza, que otra música no tradicional la recupera, a mí me interesa que se conserve.”

En cuanto a algunos autores importantes en su vida musical, Saúl refiere a Woody Guthrie, Hank Williams, Malvina Reynolds, Bob Dylan y a otros como T. Rex o David Bowie, que, si bien ya no hicieron música tradicional, “empezaron a interpretar la tradición y se despegaron de ella, pero manteniendo esa intensidad” que tanto le interesa. Ahora bien, sobre si tiene algún sueño platónico de colaborar o conocer a alguno de sus favoritos, cuenta que le gustaría conocer a Paul Simon y a Bob Dylan. “Verlos no más y darles la mano. Nada complicado: no más verlos y darles la mano.” Además, narra que una vez en Los Ángeles decidió ir a la casa de César Rosas, el vocalista de Los Lobos: “No me abrió. Él andaba en Alemania de gira. Me abrió su mamá, que es de Hermosillo también —lo investigué— y me mandaron un guardia. Pero le explique a la doña, me vio con una guitarra y como que dijo ‘ah, bueno’. Pero el güey [el guardia] siempre estuvo atrás de mí.”

Saúl11

Foto: Mariana L. Durand

¿Existe una relación entre ritmos y estados de ánimo? ¿Cómo funciona en el caso de la música tradicional y del folk, donde muchas veces el ritmo y las letras parecen ir en sentido contrario? “Me decía un amigo: ‘no puedo entender una rola de country que sea triste, porque el country es muy feliz.’ Obviamente, el country no es feliz, pero el country o lo que se parece al country suele llevar melodías más rápidas, más campiranas, que sí pueden ser muy felices y, sin embargo, tienen letras muy tristes. Todas las rolas de country puro son tristes. Hay rolas de folk que son muy tristes, pero la melodía es muy rápida. Es como una onda agridulce, estilo José Alfredo [Jiménez], no sé. Muchas rolas de folk están en tono mayor y eso es más brillante. A mí me llamó mucho la atención cómo una rola en tonos mayores y rápida podía ser triste. Pero ¿por qué? No lo sé. No entiendo bien por qué, pero así es.”

Los que somos ajenos a una disciplina o a un arte, pero admiradores de ella, siempre tenemos curiosidad por el momento de creación. Saúl compone cuando tiene ganas: “Me encierro solo y ya, a fumar”. Nos cuenta que usualmente la música y la letra salen al mismo tiempo: “Hay autores que escriben de forma  muy sencilla, pero son muy profundos. Yo pensaba: ‘ah, este verso en esta canción funciona, pero ¿por qué?, si el autor usa una palabra común y corriente, en un orden coherente’. Me clavé analizando eso, así que le entendí y luego ya me sale a mí.”

El blues de las amapolas (2014) es el primer y único disco de estudio de Saúl. El proyecto, según nos cuenta, fue idea de alguien más, aunque él se convenció de que era la idea adecuado. Este disco lo grabó en poco más de dos horas, en el estudio Codependiente, en la colonia Roma, en el D.F., con la ayuda de “Jandro” [Alejandro Jiménez] en la mezcla. Saúl, solo, con guitarra, armónica y voz, grabó todo al mismo tiempo. Al hablar del disco, no se muestra particularmente afecto al proceso de la grabación y nos detalló la razón: “Sí me gusta. Lo que pasa es que fue muy difícil grabar ese disco. Igual no me cobraron nada para grabarlo; me cobraron 1000 pesos, pero yo no los tenía. No tenía dónde vivir ni qué comer. Así estaba muy cabrón.”

Una de las canciones más emblemáticas del disco, “Siglo XXI”, suena como un monumento a la nostalgia de pertenecer a este tiempo y este lugar. “Nena, éste es el siglo XXI, te va a hacer llorar, pero siempre nos queda usar anestesia”. Saúl sabe que, si bien la desesperación parece ser una particularidad de nuestro siglo, también podría caracterizar a cualquier otro: “Todos los siglos te van a hacer llorar. Me gusta pensar que estamos viviendo en el siglo más jodido, aunque no es cierto… Es como una cuestión egocéntrica. Pero cualquier siglo te hubiera hecho llorar. Si hubieras nacido en el siglo V o en el IV: te va a hacer llorar. Pero nos tocó éste, ni modo.”

A Saúl le gusta dar conciertos, especialmente “si no los armo yo, ni hago la publicidad, ni llevo el equipo; si nada más me subo a tocar, me encanta.” Como muchos artistas que han empezado desde abajo, tiene experiencias de todo tipo estando sobre el escenario: “Me han gritado, me han bajado… creo que fue en Sonora, de hecho. Hay veces que me merezco que me bajen y no me bajan, pero aquella vez no me lo merecía. Pero pues está bien… ¿Sabes qué no me gusta? Tocar cuando no te escuchan, ni siquiera para mentarte la madre. Me aburre. La gente a veces tiene una pereza auditiva muy cabrona.”

Como muchos de sus seguidores ya saben y como pudimos atestiguar en el concierto del pasado 15 de enero, quedan aún muchas canciones pendientes que quizá estaremos escuchando para mediados de febrero. Saúl se encuentra actualmente trabajando en un nuevo disco. Nos adelantó, por el momento, que en esta ocasión está trabajando con tres músicos: René Ibarra (bajo), Paulino Monroy (guitarra) y Red Jesus [Fernando Acosta] (batería). Espera incluir dos canciones del disco pasado, pero en nuevas versiones con grupo. “Las otras diez son nuevas y la mayoría irán también con grupo.” Si bien Saúl grabó el disco anterior en solitario, destaca que quiere “experimentar qué es grabar con grupo y ver cómo mezclar. Hay muchas rolas que creo que tienen la posibilidad de meter banda.” Por otro lado, a diferencia de en El blues de las amapolas, en este segundo álbum no incluirá canciones en inglés, pues cree que no funcionan para el público del centro del país.

Finalmente, a propósito de un potencial público en España, Saúl nos comenta: “A mí me gusta mucho la música española. Mi mamá es española, de Algeciras (Andalucía); de niño me crié con mucho flamenco. Me gusta mucho Camarón de la Isla, la rumba catalana y también Joaquín Sabina. La española es una cultura, de alguna forma, hermanada. Y de mi música, la neta, ojalá les guste.”

Versiones con grupo de algunas de las viejas y nuevas canciones de Saúl se pueden escuchar ya en YouTube. Además, El blues de las amapolas está disponible en plataformas digitales. En estos días, escuchar buena música es, en cierto modo, fácil, porque hay muchos proyectos valiosos por ahí. El de Saúl Fimbres es uno de ellos. Lo que lleva recorrido hasta ahora promete mucho, pero, como dice una de sus propias canciones, “No es el principio… tampoco el final.”

https://web-beta.archive.org/web/20161017004658if_/https://embed.spotify.com/?uri=spotify:album:3HWYqDUWFYqThWZS50QoJx&view=&theme=

‘2’: el nuevo disco de León Benavente, a la venta el 8 de abril

Lo nuevo de León Benavente sale el 8 de abril.Lo nuevo de León Benavente sale el 8 de abril.

(Denisse Gotlib, Mariana L. Durand, Grecia Monroy.) El 8 de abril (dentro de dos meses y medio… ¡y contando!) será el día en que conozcamos el nuevo material de León Benavente que, siguiendo un estricto orden cronológico, lleva por nombre 2. Según han informado en una breve nota que acompaña un teaser de la grabación del disco, éste se editará en versión CD, vinilo + CD y digital.

Desde el momento en que sacaron su primer disco, León Benavente (2013), la banda tuvo una gira casi ininterrumpida que terminó a finales del 2015. El 1 de noviembre fue el día en el que entraron a grabar el material en Garate Estudios, con el productor vasco Kaki Arkarazo. La mezcla, como en el disco anterior, la hizo Luca Petricca en Reno Estudios y la masterización estuvo en manos de Mike Marsh de The Exchange Estudios. Al igual que su primer disco, éste fue producido por la misma banda.

Aunque no sepamos todavía qué novedades nos encontraremos en esta ocasión, una diferencia con su primer material será, según ellos mismos han comentado, que ese disco lo grabaron siendo cuatro músicos que no tenían propiamente una dinámica de grupo; mientras que este segundo álbum se gesta después de ya un par de años en los que han llegado a conocerse y consolidarse como banda. Sin embargo, como ellos también han dicho, mantendrán eso que enganchó a muchos con su primer álbum: “canciones directas, honestas y, sobre todo, que nos muevan y nos gusten”.

Sobre la enseñanza del jazz en México: entrevista con Arturo Valadez

Arturo Valadez es un profesor mexicano de jazz y director de la Arturo Valadez BigBand. Aunque su formación inicial fue en la Facultad de Música de la UNAM, en México, encontró su rumbo definitivo en Los Ángeles, Estados Unidos, donde tuvo oportunidad de estudiar con el músico, compositor y profesor estadounidense Dick Grove (1927-1998). A partir de esa experiencia, Valadez pudo tener una perspectiva más clara de la situación del jazz en México. De eso nos habló en una charla reciente que tuvimos.

Históricamente, ni el jazz ni, especialmente, el blues han sido géneros asociados a los conservatorios de música. En México hay tres escuelas superiores donde existe la licenciatura en jazz: la Universidad Veracruzana de Xalapa (Licenciatura en Estudios de Jazz), la Escuela Superior de Música del INBA (Licenciatura en Jazz) y la Universidad de Artes y Ciencias de Chiapas (Licenciatura en Jazz y Músicas Populares, creada en 2009).

A propósito de lo anterior, Arturo Valadez aprovecha para contarnos uno de los  antecedentes de la Escuela Superior de Música: fundada bajo el mandato de Lázaro Cárdenas, en 1936, la Escuela Nocturna de Música para Trabajadores y Empleados que, siguiendo el enfoque de su antecesor, la Escuela Popular Nocturna de Música,  tenía por objetivo que los trabajadores que no cumplieran con el perfil para entrar al conservatorio pudieran de igual manera formarse como músicos. Sin embargo, el maestro señala que el perfil actual de los estudiantes de la Escuela Superior de Música está alejado de aquel que tenía la Escuela Nocturna de Música para Trabajadores y Empleados.

Asimismo, Valadez cuenta que, a pesar de que la Escuela Superior de Música comenzó a ofertar licenciaturas desde 1980, diversas pugnas políticas provocaron que la licenciatura en jazz tardara dieciocho años, hasta 1998, en ser aprobada. Antes de eso, los alumnos salían con un certificado y no con un título de licenciados. Para el maestro y músico, la situación del jazz en México ha estado atravesada por una serie de prejuicios raciales y de clase que han perjudicado tanto el desarrollo de los músicos de jazz como el desarrollo de una cultura de música jazz más amplia.

Arturo Valadez, profesor y director de una orquesta de jazz.

Su formación al lado de Dick Grove en Estados Unidos fue clave para comprender la pedagogía de la enseñanza de la música. Responder a la pregunta sobre cómo se debe enseñar música y, especialmente, géneros “no ortodoxos” como el jazz, el blues e incluso el rock, no es sencillo; menos aún en un ambiente conservador como el que Valadez señala que existe en algunas de las instituciones de enseñanza musical en México. Para el profesor, hay una lucha entre la llamada música académica y el jazz, lo cual se traduce también en la selección de los instrumentos que se deben aprender en una carrera como la de composición. “Dime qué instrumento tocas y te diré de qué clase social eres”, sentencia Valadez, a propósito de que, cuando él estudió en la carrera de composición, era obligatorio el piano, aunque la mayoría de los alumnos tenían como base de composición la guitarra.

Asimismo, en los salones de clases se hacen presentes heterogeneidades culturales que, por desgracia, señala el profesor, parecen seguir reproduciendo cierto eurocentrismo. La herencia de solfeo europea, señala Valadez, deja de lado lo sensorial de la música —muy presente en corrientes americanas de música popular— y afirma solamente su nivel racional. Para él, ésta es la razón de que en las ramas más conservadoras de la música clásica no se pueda improvisar, ni ser espontáneo, ni sentir.

Aun así, el jazz siempre encuentra su modo de expresión. Muestra de ello es la Arturo Valadez Big Band Jazz, la cual se formó a partir de una iniciativa entre la Dirección General de Empleo, Capacitación y Fomento Cooperativo (DGECyFC) del Gobierno del Distrito Federal y Arturo Valadez. En la orquesta “confluyen músicos que van desde egresados de licenciaturas o músicos con una experiencia similar, hasta músicos con una amplia experiencia internacional.” Así pues, en cuanto al jazz en México, hay proyectos a los que seguir la pista e historias por ser contada.