Publicado en Cultura Colectiva con el título de “«La batalla del volcán» una lucha de la que no se habla en El Salvador”.
(Denisse Gotlib y Grecia Monroy.)
Julio López es un cineasta nacido en México, pero con raíces salvadoreñas y guatemaltecas. Su historia de vida está atravesada por lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en estos tres países. Platicamos con él sobre el género desde el cual trabaja: el documental, y sobre cómo es hacer cine cuando los temas son la guerra civil, las desapariciones, la violencia, los movimientos sociales, sin olvidar la dignidad de las personas que pasan por esas experiencias.
Es temprano en Ciudad Universitaria. Por una hora nos apropiamos de la fuente del Centro Cultural Universitario que, con su rumor de agua, da la pauta para el ritmo de la conversación. Julio López es afable y generoso con sus respuestas. Parece ser un apasionado de la palabra y de su trabajo: hay mucho por decir y quiere aprovechar el tiempo al máximo. Al día siguiente tiene programado un viaje de mes y medio a El Salvador. El cineasta forma parte de una generación de jóvenes centroamericanos y mexicanos que están impulsando proyectos para conocer y repensar la historia de violencia, pero también de resistencia, por la que atraviesan sus países y la cual ellos viven de diferentes maneras.
El norte de Centroamérica y el sur de México, la zona de trabajo de Julio, comparten historias de lucha y de opresión. Algunos de los últimos episodios de violencia ocurrieron en la segunda mitad del siglo XX, cuando estallaron las guerras civiles en Guatemala (1960-1996), en El Salvador (1980-1992) y en Nicaragua (1979-1990); mientras que, aunque con sus diferencias específicas, pero con un trasfondo común, en México, en 1994, el EZLN se levantaba en armas. Tras los acuerdos de paz, cada país adoptó distintas y cambiantes políticas para tratar el tema de la guerra y de lo que había ocurrido en ella: algunas encaminadas hacia la memoria; otras, hacia la amnesia.
En los últimos meses, entre otros proyectos, Julio ha estado trabajando en la postproducción de su película La batalla del volcán, la cual aborda, a partir de testimonios de sobrevivientes, la llamada “Ofensiva hasta el tope”, iniciada a finales de 1989, durante la guerra civil salvadoreña. Para él, la elección del tema tiene que ver con la necesidad de traer a la discusión actual temas del siglo XX salvadoreño, el cual está, pese a su cercanía temporal, muy olvidado: las nuevas generaciones poco o nada saben sobre lo que sucedió y los productos culturales o académicos al respecto están lejos de ser suficientes. En esa búsqueda de preguntas y respuestas sobre la historia de la guerra, para el cineasta fue llamativa la batalla en la que, por única ocasión, la guerrilla, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), llegó a San Salvador, con el objetivo de derrocar al gobierno y al ejército.
Un rumor común sobre esta “Ofensiva hasta el tope” es que fue la batalla que “casi” gana el FMLN, lo que probablemente hubiera definido la guerra a su favor. Sin embargo, Julio, fiel a su deseo de hacer un análisis crítico de la historia, piensa que ése es uno de los asuntos a resolver. Sin embargo, lo que sí puede afirmar con certeza es que: “fue la mayor batalla militar jamás librada en suelos salvadoreños, la de más grandes dimensiones y la que definió la guerra. Lo que pasó fue que ni el ejército pudo derrotar a la guerrilla ni la guerrilla pudo derrotar al ejército. Cuando terminó eso y el campo de batalla que había sido la ciudad estaba devastado, fue que dijeron «bueno, vamos a negociar». Por eso, se convirtió en la batalla que definió la guerra y el siglo XX salvadoreño. Como parte del contexto mundial, fue la última batalla de la Guerra Fría.”
Julio López, cineasta.
Julio López nació en México, en 1981. De padre guatemalteco y madre salvadoreña, su vida ha estado marcada por el ir y venir: su infancia la vivió en México; su adolescencia, en El Salvador. También ha pasado temporadas en Guatemala. En su etapa universitaria, regresó a México. Sin embargo, nunca estudió cine: “estudié Comunicación Política aquí en la UNAM. Empecé en esta cuestión del cine por la fotografía documental. La foto me llevó muy orgánicamente al video documental y ya del video documental empecé a hacer otro tipo de películas. Justo en ese tiempo, me regresé a El Salvador, y unos amigos acababan de fundar una productora. Entonces me junté con ellos y empezamos a producir. Pero, la verdad, fue muy inconsciente: nunca fue un plan.”
Sus primeros trabajos como fotodocumentalista los realizó en el 2006, en el DF: “Recuerdo que una de mis escuelas fue el plantón en Reforma encabezado por López Obrador. De hecho me publicaron en alguna revista fotos de aquella vez. Fueron mis primeras fotos publicadas.”
Trabajar desde el documental no fue algo premeditado, pero sí intuitivo: “la primera razón, hace varios años fue por practicidad y por recursos, porque necesitas menos recursos para hacer un documental que para hacer una ficción. Lo otro es que siempre había una necesidad, un deseo muy grande de conocer otras realidades. Por eso empecé a hacer fotodocumental. Alguien me dijo una vez que la fotografía era el mejor pretexto para estar en cualquier lado. Y esa idea era cierta. Una manifestación social, la casa de un viejito, una fiesta, un concierto, todo era el centro para hacer fotos. Ése era un pretexto para estar en esas realidades y un proceso de aprendizaje. Al final el documental es el encuentro de tu persona con el otro, lo haces con el ánimo de conocer la vida de la otra persona o de exponer los problemas que está teniendo. Entonces, es un proceso de conocimiento que termina viéndose reflejado en la pantalla.”
Cuando uno empieza en la labor cinematográfica, tiene que hacer un poco de todo, pues es parte del proceso de formación independiente y autodidacta. Esto cambia con el tiempo, cuando los proyectos se van profesionalizando y especializando. Para Julio, sin embargo, lo anterior no significa pasar a grandes producciones, sino que prefiere los modelos de producción cinematográfica en los que los equipos de trabajo son pequeños: “normalmente, para hacer un documental somos cuatro personas. Yo siempre trato de hacerlo reducido porque me parece que hacer documentales es una experiencia de aprendizaje y de conocimiento que te cambia la vida. Me gusta compartir esto con grupos de amigos. El proceso de filmación es como una aventura de unos meses en la que nos embarcamos; lo hacemos de una forma muy compenetrada y con un equipo de mucha confianza. Porque, además, nos metemos en temas muy difíciles, ya sea por ver el sufrimiento, así en vivo y a todo color, o porque decimos cosas que a muchos sectores de la sociedad no les gustan. Tenemos que ser grupos muy sólidos.”
El equipo de ‘La batalla del volcán’ | Facebook.
Así, en un grupo pequeño, ha sido también la filmación de La batalla del volcán. Si tuviéramos que resumirla en una frase, podríamos decir, siguiendo a Julio, que es una película que habla de la “Ofensiva” como pretexto para hablar de la guerra como pretexto para hablar de por qué no se ha hablado de la guerra. ¿Cómo es eso? Una de las dificultades para hacer un documental sobre un tema como éste es, justamente, la cuestión de hablar, de recordar y de expresar lo que ha estado en silencio durante mucho tiempo: “Es una parte fundamental de la película la reflexión sobre por qué no hemos hablado sobre lo que ocurrió”, dice Julio. Para él, la resistencia a hablar y a recordar responde a varios factores, todos con profundas raíces en la historia salvadoreña. “En El Salvador nunca se habló de la guerra. Una de las razones peculiares para esto es que la guerra se negoció y se firmó: no hubo vencedores, a diferencia de procesos muy claros con vencedores y perdedores, como en Nicaragua o en Guatemala, por ejemplo. A la hora de negociar la guerra, se generan unas ciertas condiciones donde lo mejor es decir «bueno, ya nos quedamos así y ya no le sigamos». Nunca hubo procesos de reparación emocional, física, material.” Hay también otras razones para optar por el silencio: “todos esos años nunca se habló porque todavía la gente estaba con miedo. Luego, el silencio fue por seguridad; no hablas por protegerte a ti, por proteger a tu familia, por proteger a tus compañeros. También está el dolor: no hablas porque no quieres recordar, porque es doloroso. Una última razón, que es de las más difíciles, es por vergüenza o por remordimiento. Es imposible atravesar una guerra sin cometer errores o sin haber visto atrocidades. Sobre todo la gente que hizo la guerra: los combatientes de cualquiera de los bandos —son un montón de bandos, no sólo fueron dos, fueron como diez—, todos cometieron errores, que costaron vidas y daños para toda la vida.”
Contar la verdad es quizás una meta inalcanzable, pero no por eso los intentos por hacerlo son vanos. Intentar mostrar otra parte de la verdad, en el caso de la guerra civil de El Salvador, responde, según nos cuenta Julio, a la necesidad de visibilizar un discurso más allá de la ideologización. Por ello, fue principio básico de La batalla en el volcán no hablar con “los de siempre”, con los que han construido las narrativas ideologizadas de la guerra, las cuales, muchas veces, sirven para intereses particulares. “Vamos a hablar con los de abajo: soldados, guerrilleros y civiles. Todos ellos tienen unas ganas enormes de hablar. Así como hay un abanico de razones por las que la gente no habló, también tenemos un montón de razones por las que la gente sí quiere hablar: primero, porque ya pasó suficiente tiempo; porque el gobierno de FMLN calmó mucho los ánimos de la izquierda; porque, como las víctimas civiles siguen sin recibir justicia, hablar es una forma de reparación. Una de las frases que más tenemos en la película es «yo nunca había hablado de eso». La película empieza diciendo «la ofensiva empezó tal día en esta esquina» y termina hablando de «yo tengo todos estos dolores.» Otra de las preguntas a todos los personajes fue: «¿cuál es tu dolor de la guerra?». Te vas metiendo en cosas que los marcaron para siempre. En El Salvador nunca se dio tiempo a entender la guerra como una tragedia humana. De hecho, se ha dicho tanto la palabra ‘guerra’, que hasta pierde sentido. Entonces, hay que señalar los errores, por lo menos para que pidan perdón, todos. No estoy hablando sólo de la fuerza armada: estoy hablando de los políticos y estoy hablando de la guerrilla también.”
Con el testimonio, viene el problema de su representación. ¿Cómo representar sin caer en un simplista discurso desesperanzador y pesimista? Para Julio López, la clave está en la dignidad que se transmite, directa o indirectamente, en el discurso, en la palabra y en los gestos: “Tienes que tener un buen ojo para encontrar qué personas te van a contar una realidad y que sean personas que te permitan mostrar la dignidad ante esas situaciones. Muchas veces eso no es tan consciente, pero las personas de una u otra forma están ahí haciéndole frente a ese horror o denunciándolo o tratando de solucionarlo y hay ahí un dejo de dignidad humana que te dice: «no todo está perdido», «no todo es desastroso», porque hay gente con dignidad. No lo tienes ni que decir ni que verbalizar explícitamente, sólo con oír las reflexiones de la gente, con ver sus acciones, sobresale mucho esa dignidad. En todas las películas que hemos hecho hasta el momento, aun trabajando con directores diferentes y en países diferentes, siempre sobresale esa dignidad humana que es, al fin y al cabo, la única que nos puede salvar.”
Julio López en plena filmación de ‘La batalla del volcán’ | Facebook.
Aunque la dignidad es una característica en común, las circunstancias de producción y difusión del cine no son iguales en México que en otros países de Centroamérica. En México, para bien o para mal, hay una industria y tradición de cine arraigada, mientras que en Centroamérica el proceso de formación cinematográfico empezó recién a finales de los noventas, según nos cuenta Julio. Respecto a la distribución, en su experiencia, los festivales son un buen modo de difundir y legitimar el trabajo propio. Además, están las ventajas propias del tipo de cine que se produce en la región. “Las fortalezas que tienen nuestras películas son que hablan de cosas que nadie más habla. Creo que necesitamos hacer un nicho de cine centroamericano, que se empiece a entender ya el cine centroamericano como un cine más dentro de la cinematografía mundial. Ahorita estamos haciendo esfuerzos muy puntuales en cuestiones de distribución, en hacer películas de calidad y con un discurso bien estructurado. Eso tarde o temprano nos va a permitir entrar a todas las plataformas de distribución. No dudo que, de aquí a diez años, el cine centroamericano va a estar bien, va a ser muy saludable y va a estar bien establecido.”
Esto hay que pensarlo, además, en el contexto específico de El Salvador, de las políticas posteriores a la guerra y, especialmente, de los últimos dos gobierno del partido de izquierda del FMLN. Aunque, en opinión de Julio, se está desperdiciando una oportunidad histórica para crear una plataforma cultural en el país, este gobierno, a través del Ministerio de Economía, no a través de la Secretaría de Cultura, está financiando, por primera vez en la historia del país, proyectos de cine. “Todas las cinematografías del mundo han iniciado porque el Estado ha hecho una inversión muy grande para levantar una industria cinematográfica. Ahora que el Estado salvadoreño, por primera vez, ya en el siglo XXI, está dando dinero para hacer cine, pues son buenísimas noticias.”
Convocatoria para compartir testimonios para ‘La batalla del volcán’’ | Facebook.
Para terminar, Julio nos cuenta qué otros proyectos, además de La batalla del volcán, que probablemente esté lista para finales de este año, están en puerta: “vamos a estrenar en febrero, en Ambulante, El remolino. A partir del segundo semestre del año estrenaremos la película de Marcela Zamora, Los ofendidos, que recoge testimonios de tortura durante la guerra. Además, vamos a rodar dos películas este año: una nueva de Marcela Zamora en la que vamos a hacer el retrato de unos paramédicos voluntarios que tienen una base en el centro de San Salvador; otra de Marlene Santos, documentalista española radicada en El Salvador, que trata sobre una compañía de teatro compuesta por mujeres vendedoras del mercado; ésta se llama La cachada.”
Mientras estos proyectos salen a la luz, hay diferentes facetas del trabajo de Julio que ya podemos disfrutar, muchos de ellos disponibles en su perfil de Vimeo. Por ejemplo, su trabajo como productor en el documental El cuarto de los huesos, dirigido por Marcela Zamora; en El remolino, producido junto con Anaís Viñal y dirigido por Laura Herrera; así como el cortometraje dirigido por Tatiana Huezo, Ausencias. Como director, están los documentales La semilla y la piedra y Acaxual, además de los cortometrajes El videoforo, Veinte dólares y Plaza de cocos.
https://web-beta.archive.org/web/20161017002518if_/http://player.vimeo.com/video/117002929?title=0&byline=0
El Cuarto de los Huesos (Trailer) from Julio López Fernández on Vimeo.