El español que hace del acto poético una canción

Publicado originalmente en Cultura Colectiva.

(Grecia Monroy.) Un acto poético, según dice Alejandro Jodorowsky, “[…] es una llamada a la realidad.” Es un acto que hacemos con convicción, pero carente de toda justificación. Un acto gratuito, positivo y bello. Visto así, puede ser que hagamos y presenciemos más actos poéticos de los que pensamos. Incluso, puede ser que reconozcamos como poéticos actos que no nacieron siéndolo pero que, a nuestros ojos, lo son. El acto poético parece, entonces, precisar de una “mirada poética”. Algo así es lo que piensa el músico y cantante —originario de Barcelona— Carlos Ann: “es cuestión que elijas lo que quieres y desde dónde quieres ver el mundo. Si quieres ver un mundo crudo, lo vas a ver. Si quieres embellecer con actos poéticos o con impulsos positivos, vas a estar ahí. Yo prefiero estar ahí; es un acto poético que no cuesta nada.”

Por supuesto, si hay un mundo y actos poéticos, debe haber personas poéticas. Más bien, personajes. Y es que el paso entre una persona y un personaje está, justamente, en ciertos actos que, al mismo tiempo, alejan y acercan a una persona de todas los demás. La acercan porque nos podemos reconocer en ella, pero la alejan porque la vemos como un símbolo o metáfora. En el terreno de la música, esto ocurre a menudo: los músicos se vuelven generadores y receptores de actos que los convierten en “algo más”. Hay quienes hacen esto sin darse mucha cuenta y otros más que lo asumen a conciencia. Por eso, pareciera que cada uno de sus gestos y actos son poéticos: al mismo tiempo espontáneos y absolutamente bajo control.

Un acto poético musical es, por ejemplo, volver a presentar por entero las canciones de un disco que salió hace casi 6 años. Eso fue lo que hizo Carlos Ann con El Tigre del Congrés (2010), en tres conciertos en México —Azcapotzalco, Puebla y colonia Roma— los días 3, 11 y 12 de junio. Por cierto que el cantante había estado viviendo en nuestro país hasta hace un par de días, cuando regresó a su Barcelona natal. Antes de ello, pudimos conversar con él sobre la gira del Tigre… y varias cosas físicas y metafísicas más.

Al igual que hace seis años, en estos conciertos se acompañó de dos legendarios guitarristas: Juan Carlos Allende y Enrique Rodríguez Castañeda, músicos que acompañaron durante años a Chavela Vargas y a quienes, de hecho, Carlos Ann conoció en un concierto de la cantante mexicana. “Nos había quedado pendiente volver a estar juntos. Siempre lo hablábamos durante estos años. Buscamos de cierta manera como un leitmotiv, algo como para volver a juntarnos. Pero yo no lo he hecho para revivir el pasado, sino para intentar proyectar hacia el futuro, porque tengo ganas de volver a grabar con ellos, de volver a intentar algo con lo que ya nos conocemos, a ver qué puede surgir a partir del conocimiento. En el primer disco, nos acabábamos de conocer. Ahora ya con seis años de distancia y de trabajo, pues cambia mucho.”

En el escenario, los tres músicos se ven muy integrados y la atmósfera que crean es de devoción y pasión total. Por supuesto, esto se debe también a la naturaleza misma de las canciones del El Tigre del Congrés: el drama del desamor a flor de piel, recuerdos nostálgicos de viejos amigos, historias del barrio en el que Ann creció, versos demoledores sobre amores y almas perdidas. Canciones, literalmente, entrañables; más aún teniendo en cuenta su proceso de composición: “cada disco es diferente y cada canción es diferente. En el disco de El Tigre del Congrés, las canciones me venían dictadas y recuerdo que lo pasé muy mal; el proceso fue duro, fue doloroso. Recuerdo que estaba en mi casa, tomándome una botellita de vino, tranquilamente tocando la guitarra, y de repente me venía dictada la canción. La grababa, porque no podía escribirla. Lo que duraba la canción es lo que duraba la composición. O sea que es a tiempo real. Cuando acababa, me entraba un dolor terrible y me iba de rodillas, caminando por el suelo hasta la otra punta. Cuando se me iba el dolor, me volvía a sentar y me venía otra canción. Aunque el dolor era físico, no nace de lo físico, sino de los cuerpos que tenemos.”

Durante la entrevista, Carlos Ann dice que no se va a poner a dar una “cátedra metafísica”, pero, inevitablemente, lo hace. A mí me parece fascinante; quizás, en parte, porque, en general, sospecho del escepticismo que actualmente reina entre nosotros como una extraña —y embustera— forma de “razón”. Cuando le pregunto sobre si tiene un ritual previo a dar un concierto, cuenta que, aunque en otra época era más “maniático”, lo único que ahora hace es purificar el escenario porque “usualmente, los lugares en los que te presentas están abarrotados de energías atascadas, hay memoria en la pared, hay muchas entidades. Es lo que hago para poder estar a gusto.” Como ya había adelantado, su modo mismo de componer canciones lo asume desde una perspectiva “espiritual” —que podríamos llamar “platónica”— pues considera que “[…] las canciones no son del artista. Están en el mundo de las ideas. Nosotros lo que hacemos es bajarlas aquí a este plano. Considero que las canciones están dictadas.”

Estas creencias metafísicas tienen influjo también en su manera de ver el devenir de su propia carrera artística —a la que él, nos dice, caracterizaría con la palabra “evolución”— y en la relación que tiene con canciones escritas hace mucho, desde que lanzó su primer disco en 1997 —Analogic emotion— hasta el último de 2014 —Holograma. “Hay canciones que las he escrito y no las entendía. Al cabo de unos años, una situación se me ha planteado y resultó ser la canción misma. Eso también a Lou Reed le pasaba. Había canciones que escribió hace cuarenta años y no sabía lo que significaban y después encontró el significado. Y sí que pasa porque el tiempo no existe. Yo no creo en el tiempo.” Pese a la afirmación de este tiempo fractálico y discontinuo, Carlos Ann responde que, si tuviera que presentarse con alguien que jamás lo ha escuchado, le pondría la última canción que ha escrito, porque “energéticamente sería lo que más tendría en común conmigo.”

Ahora que, si tuviera que definir en dos momentos musicales lo que fue y lo que es ahora, elegiría, para lo primero, las canciones “Sólo soy un hombre solo acompañado” y “Queda tiempo para morir”, las cuales les recomendamos escuchar.

Mientras que para definirse en el “presente”, elegiría “Paz y hogar”, así como otras canciones del nuevo disco que está preparando.

De hecho, es a terminar el disco, a mezclarlo y masterizarlo, a lo que Carlos Ann volvió a Barcelona. Seguramente, el resultado será fascinante y… poético. Lo será no sólo por la forma misma de las canciones, sino por el proceso que seguirá y por la convicción con la que el cantante barcelonés asume la creación: “lo que canto es real, lo que canto es puro. Nunca he escrito una canción que no fuera de verdad.” Comprobar esto es tarea nuestra, escuchándolo y viéndolo en el escenario, pero sin olvidar que debemos buscar esta “verdad” no con los ojos de la “objetividad”, sino a la luz de la mirada poética que, con un poco de suerte, podrá revelarnos todo un mundo nuevo.

Carlos Ann: “Hay canciones que las he escrito y no las entendía”

Publicado originalmente en Acordes Modernos.

Carlos Ann. | Facebook del artista.

(Grecia Monroy.) Tras haber visto, el pasado viernes 3 de junio, a Carlos Ann en concierto, reviviendo con intensidad desbordante las canciones de El Tigre del Congrés (2010), y tras haberme quedado fascinada con varias entrevistas en las que quedaba de manifiesto la “mística” que rodea el proceso de composición y de performance musical del cantante barcelonés, la idea de entrevistarlo se volvió irresistible.

Pude hacerlo hace algunos días, en una librería de la colonia Roma, en la Ciudad de México, poco antes del regreso de Carlos a Barcelona —donde terminará, por cierto, de mezclar y masterizar su próximo álbum. La entrevista la hice junto con una amiga que, de hecho, fue quien me presentó musicalmente —hace ya más de diez años— a Ann, al recomendarme y prestarme dos de sus CDs: Descarado (2005) y Bushido (2003). Eso nos hizo pensar que el acontecimiento de la entrevista tenía, al menos para nosotras, un peso medio histórico y, por qué no, medio poético. Esto último se reafirmo, además, por los temas tratados y porque Carlos Ann tiene una presencia que invita a lo poético…

Ésta es, pues, la entrevista en la que, mediado por sus lentes oscuros, Carlos Ann nos habla sobre la gira de El Tigre y varias cosas físicas y metafísicas más.

El “regreso” de El Tigre del Congrés

P: ¿Cómo surgió la idea de revivir la gira de El Tigre del Congrés?
R: Nos había quedado pendiente volver a estar juntos [Ann, Juan Carlos Allende y Enrique Rodríguez Castañeda, los guitarristas que lo acompañan]. Siempre lo hablábamos durante estos años. Buscamos de cierta manera como un leitmotiv, algo para volver a juntarnos. Pero yo no lo he hecho para revivir el pasado, sino para intentar proyectar hacia el futuro, porque tengo ganas de volver a grabar con ellos, de volver a intentar algo con lo que ya nos conocemos. A ver qué puede surgir a partir del conocimiento. En el primer disco, nos acabábamos de conocer. Ahora ya con seis años de distancia y de trabajo, pues cambia mucho.

P: ¿Cómo te sentiste en el concierto del Segundo Piso Live en Azcapotzalco?
R: Bueno, era el primero y el primero siempre es para lanzar las canciones y a ver qué ocurre. Pero bien. Creo que volvió a surgir la magia, la química, entre los tres. Hacía tiempo ya, creo que eran seis años, que no tocamos juntos, pero estoy satisfecho.

P: En ese concierto, cantaste “Las oportunidades” de Andrés Calamaro. ¿Estás en una etapa en la que te sientes directamente relacionado con esa canción o fue más una elección por gusto?
R: Es porque me gusta esa canción. Si te abres al mundo de las oportunidades puedes recibir ofertas… Es una canción que escuchaba mucho tiempo atrás, cuando salió. Después estuve mucho tiempo sin escucharla. Cuando hice el set-list me vino a la cabeza.

P: ¿Tienes algún ritual antes de subirte al escenario?
R: Manías no tengo. Hace años sí que era muy maniático, pero un día rompí con eso. Creo que las manías antes de subir a un escenario son el reflejo del miedo. Lo que sí hago es purificar el escenario, limpiarlo antes: poner una música que no es audible a los oídos, pero que sí que son cosas que limpian, e intentar acomodar un poquito el escenario y el camerino. Usualmente los lugares en los que te presentas están abarrotados de energías atascadas, hay memoria en la pared, hay muchas entidades. Es lo que hago para poder estar a gusto.

La composición de canciones y una teoría del tiempo

P: En otras entrevistas has hablado sobre que el proceso de composición de las canciones de El Tigre del Congrés fue muy “espiritual”. ¿Siempre ha sido así o varía de disco a disco?
R: Siempre va cambiando. Es que está en movimiento. Nosotros somos seres que estamos en movimiento. Somos como una vibración, un fractal. Cada disco es diferente y cada canción es diferente. En el disco de El Tigre del Congrés, las canciones me venían dictadas. Recuerdo que lo pase muy mal; el proceso fue duro, fue doloroso. Recuerdo que estaba en la casa que tenía en Barcelona, tomándome una botellita de vino, tranquilamente tocando la guitarra y de repente me venía dictada la canción; la grababa, porque no la podía escribir. Lo que duraría la canción es lo que duraba la composición. O sea que es a tiempo real. Cuando acababa, me entraba un dolor terrible y me iba de rodillas, caminando por el suelo hasta la otra punta: “¡qué dolor, qué dolor!”. Cuando se me iba el dolor, me volvía a sentar y me venía otra canción. El dolor es físico, pero no nace de lo físico, sino de los cuerpos que tenemos. Eso me ha pasado. Pero no en todos los discos. Son procesos diferentes. Hay disco que son como más tranquilitos… Yo igual intento que una composición no dure más de un día. Tiene que acabarse en el mismo día —y ya un día me parece mucho. Si no, se pierde el instante. Nunca podría hacer de estos discos que dicen “me he tardado tres años en componerlo”. Sí que tardo tres años en componer o en que me venga la canción a mí. Pero lo que es la creación, es rápida.

P: ¿Hay alguna canción que hayas escrito tiempo atrás que hoy en día te transmita algo distinto al por qué la escribiste?
R: Muchas canciones. Hay canciones que las he escrito y no las entendía. Al cabo de unos años, una situación se me ha planteado y resultaba ser la canción misma. Eso también a Lou Reed le pasaba: había canciones que escribió hace cuarenta años, no sabía lo que significaban y después encontró el significado. Y sí que pasa porque el tiempo no existe… Bueno, tampoco voy dar una charla metafísica, pero… El tiempo no existe. Yo no creo en el tiempo.

P: ¿Hay alguna canción de cualquier artista que te ha dado la sensación de que la pudiste haber escrito tú?
R: No una: infinidad de canciones. Porque las canciones no son del artista. Están en el mundo de las ideas. Nosotros lo que hacemos es bajarlas aquí a este plano. Considero que las canciones están dictadas.

P: ¿Alguna vez has tenido una etapa en la que te hayas sentido estancado para componer?
R: No. Afortunadamente, no. Pero siempre que hago un disco tengo el temor. Hay un cierto temor porque vas a componer canciones y no hay nada; hay un papel en blanco. El papel en blanco es un abismo, no sabes hasta dónde te lleva. Y eso sí que en cierta manera te da mucho respeto. Pero rápidamente te sale una canción, luego otra y otra, y ese temor se va desvaneciendo. Luego sí que pasas una fase de comparación de las canciones que estás haciendo actualmente, con las del pasado, del último disco. Pero lo que es temor por quedarme estancado, no.

“El papel en blanco es un abismo, no sabes hasta dónde te lleva”. | Archivo.

Un test de canciones y el trabajo en los discos

P: Si le presentáramos a Carlos Ann a alguien que nunca lo ha escuchado, ¿qué canción le recomendarías que fuera la primera que escuchara?
R: La última que hubiera escrito. Energéticamente, sería lo que más tendría en común conmigo, la última.

P: Si tuvieras que definir en dos canciones lo que fuiste y lo que eres ahora, ¿qué canciones serían?
R: Yo creo que el inicio sería “Sólo soy un hombre solo acompañado” y “Queda tiempo para morir”. Actualmente, no sé… Claro, es que estoy pensando en el disco nuevo que estoy haciendo que no habéis escuchado, así que no vale la pena hablar de ello. No lo sé… Sería “Paz y hogar”.

P: Si resumieras tu carrera artística en una frase, ¿cuál sería?
R: Evolución.

P: ¿Tú te involucras cuando se hace el diseño de marketing de tus discos?
R: Siempre estoy ahí, pero sí que dejo que el artista reinterprete la obra. Dejo unas directrices, más que nada para que el disco sea un concepto. A mí no me gusta todo. Entonces si estás hablando de un disco triste y van a poner cosas divertidas, pues no.

P: Recuerdo que el sitio web de Descarado era animado y, ese momento, me pareció muy innovador. El concepto era como un bar…
R: Sí, era un bar. Había como una televisión al fondo que se prendían, las botellas, el tocadiscos… Estuvo muy bien. En esa época conté con un equipo maravilloso. Me involucro bastante, pero dejando jugar.

Carlos Ann vuelve a Barcelona a terminar su próximo disco. | Foto: Contracultura.

El personaje, el mundo poético y la sobreinformación

P: ¿Hay una diferencia entre el tú de las canciones y el “real”? Esta pregunta es casi un lugar común, pero los que escuchamos las canciones a veces somos ingenuos…
R: Todos tenemos multi-personalidades. Todos. Es un concepto astrológico. Evidentemente, yo despierto por la mañana y hago cosas como todo el mundo. Pero el 90% de las cosas tampoco son muy comunes. Sin embargo, no me alejo: lo que canto es real, lo que canto es puro. Nunca he escrito una canción que no fuera de verdad.

P: En alguna otra entrevista dijiste que vivimos en un mundo poético, ¿eso nos determina a hacer actos poéticos?
R: Ojalá se hicieran actos poéticos constantemente. Ojalá el mundo real fuera poético. Es cuestión que elijas lo que quieres, dónde quieres estar y dónde quieres ver el mundo. Si quieres ver un mundo crudo, lo vas a ver. Si quieres embellecer con actos poéticos o con impulsos positivos, vas a estar ahí. Yo prefiero estar ahí. Ver todo como si estuviera dentro de algo bello es un acto poético que no cuesta nada.

P: Te vimos este fin de semana entre el público en el concierto de Rubén Pozo y, hace unos meses, en el de Christina Rosenvinge. ¿Sueles estar al tanto de lo que hacen tus colegas?
R: Sí, pero lo que llega. Tampoco tengo una obsesión de información. No tengo una necesidad, como muchas personas, de estar sobreinformada. Hay tanta información… Estaba en una entrevista con Miguel Solís, quien nos ha contado que cada dos días hay la misma información, ahora, que desde 1800 y pico a 1870. ¡Cada dos días! Tampoco tengo la necesidad de la información porque es imposible. No tengo una luna de Géminis que me haga tener la curiosidad de una sobreinformación; la tengo en Tauro: me gusta tomar vino, comer bien. Me preocupa más por la noche comer bien que ir a descubrir algo.

P: ¿Sigues viviendo en México?
R: Ahora me regreso a Barcelona. No tengo hogar fijo. La Tierra es mi hogar. Me he desapegado mucho.

P: ¿Te gustó vivir aquí?
R: Sí, me encanta. Estoy aprendiendo de la cultura y estudiando cositas de México a nivel tribal.

P: ¿Qué proyectos se avecinan?
R: Ahora, acabar mi disco nuevo, me queda poquito. Voy a Barcelona a grabar la parte final, a mezclarlo y a masterizarlo. Después, a lo mejor con el Tigre del Congrés volveremos a hacer unos conciertos. Ya veremos. Hay bastantes planes… Si puedo escribir algún librito más de poesía, también…

Roberto Musso, de El Cuarteto de Nos: “El método científico y el creativo tienen muchísimos puntos en común”

Publicado en Acordes Modernos.

Los cinco de El Cuarteto de Nos. | Facebook de la banda.

(Silvana Carrillo y Grecia Monroy.) Sobre la composición de canciones no hay nada definitivo. Aunque una canción queda siempre como explicación de sí misma, la curiosidad de conocer el proceso que la hizo “ser” late siempre en mucho de nosotros. Quizás es porque ese proceso nos deja asomarnos a espacios que van más allá de lo musical y nos llevan a los orígenes en los que alguien descubrió que hacer canciones era algo a lo que podía y quería dedicar su vida.

Ante una banda como El Cuarteto de Nos, integrada por los uruguayos Santiago Marrero, Roberto Musso, Gustavo “Topo” Antuña, Álvaro Pintos y Santiago Tavella, esta curiosidad es casi inevitable: sus canciones enganchan tanto por su estilo pop-rock —aunque incluyen también otros ritmos—, como por sus letras, en las que aprovechan al máximo los recursos formales del lenguaje (como la rima), además del humor, la ironía, pero también la sincera emotividad, en el desarrollo de temas y conceptos que han refrescado, desde hace poco más de 30 años, la escena musical latinoamericana.

En el intermedio del cierre de su gira por Argentina y del inicio de su paso por México, pudimos charlar, vía telefónica, con Roberto Musso, vocalista y compositor de una gran mayoría de las canciones de la banda. Algunas de las cosas que nos compartió fueron su experiencia al momento de componer canciones, el papel tan importante que tiene el lenguaje en ese proceso creativo y el porqué del interés de la banda en situar a la palabra en un lugar igual de importante que la música.

Roberto Musso de El Cuarteto de Nos. | Facebook de la banda.

Roberto Musso es sencillo e inteligente al hablar y se nota que, oscilando entre un pensamiento lógico y una sensibilidad sutil, su mente bulle de ideas conforme se va expresando. Su formación como ingeniero le ha permitido llegar a entender que el pensamiento “científico” y el “creativo” no están disociados y que tienen más procesos en común de los que a veces puede llegar a parecer: “creo que el ingeniero está subvalorado como alguien sensible. Creo que, cuando alguien se mete al mundo de las matemáticas y de la lógica, tiene algo que ver con la creación: con escapar del mundo real, con poder meterse en el mundo imaginario de los números, de lo que después va a volverse real, pero que está y no está asociado con la realidad. Además, para mí, el método científico y el método creativo tienen muchísimos puntos en común. El método científico no tiene miedo al error, sino que justamente aprende del error —muchas veces los grandes descubrimientos fueron hechos así. Cuando vas a escribir una canción es lo mismo: no tener miedo al fracaso. Con la metodología pasa lo mismo: te digo que yo no soy nadie que pueda escribir una canción en quince minutos ni mucho menos; por eso, preciso de esa metodología que aprendí siendo estudiante.”

Una vez que Roberto ha entrado en ese proceso de composición, cuando se encuentra en el estudio de su casa —quizás sentado en un sillón azul y tomando un almendrado (se recomienda escuchar “Breve descripción de mi persona”)— ¿cómo va “surgiendo” la canción? ¿Sale primero la letra, la música, el tema…? Él nos explica: “Yo me imagino que tengo una manera medio peculiar de componer; creo que cada compositor la ha de tener también. Me imagino primero la canción como un concepto. No puedo escribir una letra sola sin música ni tampoco tengo música esperando una melodía y una letra que la correspondan. Entonces, estoy a veces mucho tiempo buscando un tema específico que quiero cantar en una canción y a partir de ahí uno empieza a estudiar mucho el tema y a desarrollar paralelamente tanto la música, la letra, el tipo de lenguaje que voy a usar, hasta el ambiente de la canción, los sonidos… En la computadora que tengo acá en el estudio de mi casa pongo mucha información de todo eso. Así dejo la canción sobre-terminada con cosas que tengamos que sacar cuando grabemos en definitiva. Pero, si no sabemos el concepto, me es muy difícil poder escribir una canción. Como que no podemos empezar a escribir una canción sin orden. Entonces, primero digo: «¡ah, bueno! Voy a escribir una canción sobre el bullying» —la de “Buen día Benito”—, pero quiero que hable de la venganza y de las culpas y así voy viendo de qué forma escribirla. Pero no empecé esa canción diciendo: «Buen día Benito, ¿te acordás de mí?»”.

Los uruguayos de El Cuarteto de Nos sobre el escenario. | Facebook de la banda.

Para él, en conclusión, ideas antes que palabras. Una vez que se tienen las ideas, ¿cómo ir dándoles forma? Lo que dice una de sus canciones —de Bipolar (2009)— nos puede una dar pista: Entonces es cuando mis respuestas se apilan y flotan en el viento como las de Dylan. Éste, como otros tantos versos del Cuarteto, tiene una de esa rimas que convencen. Este recurso de la rima es una forma de argumento y, además, permite poner en práctica lo mucho que el lenguaje tiene de juego y de flexibilidad. Como antes mencionamos, este trabajo con el lenguaje es un rasgo característico de las canciones del Cuarteto. Sin embargo, no siempre le apuestan al mismo modelo: “Hay distintos tipos de canciones nuestras: hay algunas que son más melódicas, digamos, y hay otras que llegan al límite de lo imaginable con palabras que riman, a su vez, con otras palabras de determinadas frases. Cuando me auto-impongo ese desafío de buscar rimas inteligentes o interesantes y que, además, aporten a la canción, que no generen información intrascendente, me las busco como un juego.”

Ese juego y “forcejeo” con el lenguaje requiere tiempo y mucho trabajo. Por eso, Roberto nos cuenta que puede llegar a pasar hasta un mes trabajando sobre la misma canción. Por supuesto, esta búsqueda de la palabra adecuada no se hace desde la nada; es preciso un fondo del cual escarbar: “Desde chico soy muy buen lector de libros de autores latinoamericanos que me han gustado desde siempre. Todo ese lenguaje florido que tiene el español me parecía que se estaba desaprovechado en el ámbito rockero, específicamente latinoamericano. Poder incorporar, digamos, literatura en español en canciones que tienen, en definitiva, un formato pop como las nuestras está buenísimo.”

En la historia de la música, específicamente de la latinoamericana, ha habido diferentes momentos en los que las letras de las canciones se han colocado en el lugar central de la composición y la interpretación. Así sucedió con El Cuarteto, aunque, según dice Roberto, no fue tanto que quisieran marcar una “nueva línea” o una “ruptura” en la forma de hacer música, sino que “empezamos desde muy chicos de edad la banda y como que siempre el tema del lenguaje y los juegos de palabras estaban en nuestros juegos. ¡Sabés que éramos más nerds que otra cosa cuando empezamos la banda…! Entonces, el uso de lenguaje te diría que hasta estaba incorporado a nuestras personalidades. Después, eso se volvió el sello distintivo del Cuarteto: poder auto-construirnos un lugar propio en base a las canciones. Yo creo que también tiene que ver con que ninguno de nosotros es un músico virtuoso de su instrumento ni de la música en sí, entonces como que capaz que la palabra es el fuerte y, bueno, hay que disimular las carencias por otro lado”, nos confiesa en medio de risas.

Santiago Marrero, Roberto Musso, Gustavo “Topo” Antuña, Álvaro Pintos y Santiago Tavella son El Cuarteto de Nos. | Facebook de la banda.

Por cierto que a los maestros de literatura y lengua no les vendría mal ensayar con sus alumnos el camino que siguieron Roberto, su hermano Ricardo, Alvin Pintos y Santiago Tavella —estos últimos dos miembros aún de la banda— para hacer del lenguaje algo propio mediante la creación de un lugar imaginario al que llamaron “La ciudad de Tajo” y en el cual desarrollaban increíbles contiendas: “Nos inventábamos personajes y nos grabábamos en unos cassettes viejísimos. Hacíamos como que éramos poetas que iban a leer su poesía, que eran poemas hechos por nosotros, muy malos normalmente. Los demás hacían como de críticos y todo terminaba en una batalla campal, todos peleándose: el poeta defendiéndose de las críticas y los críticos atacándolo. Eso lo grabábamos y a los dos tres días lo escuchábamos en nuestras casas y nos reíamos mucho.” De ese juego salieron personajes de las canciones de la primera época del Cuarteto, como “Andamio Pijuán” y “Juan Bojorge Ocorbojón”.

Afortunadamente, este ímpetu lúdico y creativo trascendió los juegos de estos chicos uruguayos y llegó a nosotros para hacernos reír, disfrutar y pensar mediante sus canciones. El juego con el lenguaje es también un juego con el pensamiento y, quizás, con la vida misma. Eso es lo que le apuesta El Cuarteto de Nos y es por eso que les seguiremos la pista en esta gira y en todos los proyectos que estén por venir.

El juego de componer canciones para marcar la historia de la música

Publicado originalmente en Cultura Colectiva.

Los cinco de El Cuarteto de Nos. | Facebook de la banda.

(Silvana Carrillo y Grecia Monroy.) Sobre la composición de canciones no hay nada definitivo. Aunque una canción queda siempre como explicación de sí misma, la curiosidad por conocer el proceso que la hizo “ser” late siempre en mucho de nosotros. Quizás es porque ese proceso nos deja asomarnos a espacios que van más allá de lo musical y nos llevan a los orígenes en los que alguien descubrió que hacer canciones era algo a lo que podía y quería dedicar su vida.

Ante una banda como El Cuarteto de Nos, integrada por los uruguayos Santiago Marrero, Roberto Musso, Gustavo “Topo” Antuña, Álvaro Pintos y Santiago Tavella, esta curiosidad es casi inevitable: sus canciones enganchan tanto por su estilo pop-rock —aunque incorporan también otros ritmos—, como por sus letras, en las que aprovechan al máximo los recursos formales del lenguaje (como la rima), además del humor, la ironía, pero también la sincera emotividad, en el desarrollo de temas y conceptos que han refrescado, desde hace poco más de 30 años, la escena musical latinoamericana.

En el intermedio del cierre de su gira por Argentina y del inicio de su paso por México, pudimos charlar con Roberto Musso, vocalista y compositor de una gran mayoría de las canciones de la banda. Algunas de las cosas que nos compartió fueron su experiencia al momento de componer canciones, el papel tan importante que tiene el lenguaje en ese proceso creativo y el porqué del interés de la banda en situar a la palabra en un lugar igual de importante que la música. Nos habló también de su último paso por México y de los cambios y continuidades que han tenido como banda.

La gira que los traerá a México a mediados de este mes sigue teniendo como novedad el disco Habla tu espejo (2014), el cual fue ya presentado el año pasado en varios conciertos. Sin embargo, Roberto nos comenta que han hecho variaciones en el repertorio: “Hubo muchos cambios de canciones que no habíamos tocado el año pasado, canciones que hacía tiempo que no tocábamos.” Justamente, en octubre del año pasado se presentaron —junto con otros artistas como Gepe y Paté de Fuá— en el Zócalo de la Ciudad de México, en el marco del festival de la Semana de las Juventudes. Para Roberto, estos espacios son excelentes para cautivar público nuevo, por lo que espera que “[…] mucha gente que nos conoció allí, esa vez, ahora nos vaya a ver cuando estemos en el show nosotros solos.”

Ya es lugar común decir que, a partir de la trilogía de discos inaugurada por Raro (2006), El Cuarteto de Nos ha obtenido reconocimiento internacional e incluso ha desfilado por la alfombra roja de premios como los Grammys Latinos. Su disco Porfiado (2012) fue premiado como mejor álbum pop/rock y el tema “Cuando sea grande” se llevó el premio como mejor canción. ¿Esto ha representado un antes y después para la banda, a nivel personal o musical? Roberto cree que no: “el premio tiene un corolario de todo lo que venía antes: de un disco que se había venido muy bien, que a la gente le había gustado, que la crítica lo había apoyado muy bien y que la gente lo fue a ver a los shows. El premio me parece que viene como consecuencia de todo esto. No hubo para nosotros, por los premios en sí mismos, un antes y después a nivel de más fama o menos fama.”

Roberto Musso es sencillo e inteligente al hablar y se nota que, oscilando entre un pensamiento lógico y una sensibilidad sutil, su mente bulle de ideas conforme se va expresando. Su formación como ingeniero le ha permitido llegar a entender que el pensamiento “científico” y el “creativo” no están disociados y que tienen más procesos en común de los que a veces puede llegar a parecer: “creo que el ingeniero está subvalorado como alguien sensible. Creo que, cuando alguien se mete al mundo de las matemáticas y de la lógica, tiene algo que ver con la creación: con escapar del mundo real, con poder meterse en el mundo imaginario de los números, de lo que después va a volverse real, pero que está y no está asociado con la realidad. Además, para mí, el método científico y el método creativo tienen muchísimos puntos en común. El método científico no tiene miedo al error, sino que justamente aprende del error —muchas veces los grandes descubrimientos fueron hechos así. Cuando vas a escribir una canción es lo mismo: no tener miedo al fracaso. Con la metodología pasa lo mismo: te digo que yo no soy nadie que pueda escribir una canción en quince minutos ni mucho menos; por eso, preciso de esa metodología que aprendí siendo estudiante.”

Una vez que Roberto ha entrado en ese proceso de composición, cuando se encuentra en el estudio de su casa —quizás sentado en un sillón azul y tomando un almendrado (escuchar “Breve descripción de mi persona”)— ¿cómo va “surgiendo” la canción? ¿Sale primero la letra, la música, el tema…? Él nos dice: “Yo me imagino que tengo una manera medio peculiar de componer; creo que cada compositor la ha de tener también. Me imagino primero la canción como un concepto. No puedo escribir una letra sola sin música ni tampoco tengo música esperando una melodía y una letra que la correspondan. Entonces, estoy a veces mucho tiempo buscando un tema específico que quiero cantar en una canción y a partir de ahí uno empieza a estudiar mucho el tema y a desarrollar paralelamente tanto la música, la letra, el tipo de lenguaje que voy a usar, hasta el ambiente de la canción, los sonidos… En la computadora que tengo acá en el estudio de mi casa pongo mucha información de todo eso. Así dejo la canción sobre-terminada con cosas que tengamos que sacar cuando grabemos en definitiva. Pero, si no sabemos el concepto, me es muy difícil poder escribir una canción. Como que no podemos empezar a escribir una canción sin orden. Entonces, primero digo: «¡ah, bueno! Voy a escribir una canción sobre el bullying» —la de “Buen día Benito”—, pero quiero que hable de la venganza y de las culpas y así voy viendo de qué forma escribirla. Pero no empecé esa canción diciendo: “Buen día Benito, ¿te acordás de mí?”.

Para él, en conclusión, ideas antes que palabras. Una vez que se tienen las ideas, ¿cómo ir dándoles forma? Lo que dice una de sus canciones —de Bipolar (2009)— nos puede dar una pista: Entonces es cuando mis rspuestas se apilan y flotan en el viento como las de Dylan. Éste, como otros tantos versos del Cuarteto, tiene una de esa rimas que convencen. La rima es una forma de argumento y, además, permite poner en práctica lo mucho que el lenguaje tiene de juego y de flexibilidad. Como antes mencionamos, este trabajo con el lenguaje es un rasgo característico de las canciones del Cuarteto. Sin embargo, no siempre le apuestan al mismo modelo: “Hay distintos tipos de canciones nuestras: hay algunas que son más melódicas, digamos, y hay otras que llegan al límite de lo imaginable con palabras que riman, a su vez, con otras palabras de determinadas frases. Cuando me auto-impongo ese desafío de buscar rimas inteligentes o interesantes y que, además, aporten a la canción, que no generen información intrascendente, me las busco de verdad como un juego.”

Santiago Marrero, Roberto Musso, Gustavo “Topo” Antuña, Álvaro Pintos y Santiago Tavella son El Cuarteto de Nos. | Facebook de la banda.

Ese juego y “forcejeo” con el lenguaje requiere tiempo y mucho trabajo. Por eso, Roberto nos cuenta que puede llegar a pasar hasta un mes trabajando sobre la misma canción. Por supuesto, esta búsqueda de la palabra adecuada no se hace desde la nada; es preciso un fondo del cual escarbar: “Desde chico soy muy buen lector de libros de autores latinoamericanos que me han gustado desde siempre. Todo ese lenguaje florido que tiene el español me parecía que se estaba desaprovechado en el ámbito rockero, específicamente latinoamericano. Poder incorporar, digamos, literatura en español en canciones que tienen, en definitiva, un formato pop como las nuestras está buenísimo.”

En la historia de la música, específicamente de la latinoamericana, ha habido diferentes momentos en los que las letras de las canciones se han colocado en el lugar central de la composición y la interpretación. Así sucedió con El Cuarteto, aunque, según dice Roberto, no fue tanto que quisieran marcar una “nueva línea” o una “ruptura” en la forma de hacer música, sino que “empezamos desde muy chicos de edad la banda y como que siempre el tema del lenguaje y los juegos de palabras estaban en nuestros juegos. ¡Sabés que éramos más nerds que otra cosa cuando empezamos la banda…! Entonces, el uso de lenguaje te diría que hasta estaba incorporado a nuestras personalidades. Después, eso se volvió el sello distintivo del Cuarteto: poder auto-construirnos un lugar propio en base a las canciones. Yo creo que también tiene que ver con que ninguno de nosotros es un músico virtuoso de su instrumento ni de la música en sí, entonces como que capaz que la palabra es el fuerte y, bueno, hay que disimular las carencias por otro lado”, nos confiesa en medio de risas.

Por cierto que a los maestros de literatura y lengua no les vendría mal ensayar con sus alumnos el camino que siguieron Roberto, su hermano Ricardo, Alvin Pintos y Santiago Tavella —estos últimos dos miembros aún de la banda— para hacer del lenguaje algo propio mediante la creación de un lugar imaginario al que llamaron “La ciudad de Tajo” y en el cual desarrollaban increíbles contiendas: “Nos inventábamos personajes y nos grabábamos en unos cassettes viejísimos. Hacíamos como que éramos poetas que iban a leer su poesía, que eran poemas hechos por nosotros, muy malos normalmente. Los demás hacían como de críticos y todo terminaba en una batalla campal, todos peleándose: el poeta defendiéndose de las críticas y los críticos atacándolo. Eso lo grabábamos y a los dos tres días lo escuchábamos en nuestras casas y nos reíamos mucho.” Por cierto que de ese juego salieron algunos personajes de las canciones de la primera época del Cuarteto, como “Andamio Pijuán” y “Juan Bojorge Ocorbojón”.

Afortunadamente, este ímpetu lúdico y creativo trascendió los juegos de estos chicos uruguayos y llegó a nosotros para hacernos reír, disfrutar y pensar mediante sus canciones. El juego con el lenguaje es también un juego con el pensamiento y, quizás, con la vida misma. Eso es a lo que le apuesta El Cuarteto de Nos y es por eso que les seguiremos la pista en esta gira y en todos los proyectos que estén por venir.

El paso ‘2’ de León Benavente en México: nuevo disco y quién es quién

Publicado en Acordes Modernos y en Cultura Colectiva (en este último con el título “El aterrizaje descomunal de León Benavente en México”.)

César Verdú, Luis Rodríguez, Edu Baos y Abraham Boba de León Benavente. | Fotografía: Mariana L. Durand

César Verdú, Luis Rodríguez, Edu Baos y Abraham Boba de León Benavente. | Fotografía: Mariana L. Durand

(Denisse Gotlib, Mariana L. Durand y Grecia Monroy.) Son las cuatro de la tarde en punto y cruzamos el camellón de Álvaro Obregón para llegar al lugar de la cita. Hace tres años, el grupo español León Benavente editó uno de los mejores discos del 2014, titulado León Benavente. Ahora nos vamos a encontrar para hablar de su nuevo disco, 2, liberado apenas el 8 de abril de este 2016. A pesar de que el año aún es joven, estamos seguras de que este nuevo conjunto de canciones se mantendrá como uno de los materiales más destacados cuando en diciembre escuchemos las doce campanadas.

No es casualidad que una de las primeras paradas de los españoles para promocionar su disco sea nuestra Ciudad de México. Desde que se unieron como León Benavente, han cruzado el Atlántico en cuatro ocasiones y parecen conocer bien el vértigo de llegar a nuestra ciudad-monstruo. Tanto así que el nuevo disco narra fragmentos de su última experiencia de viaje, en la canción “Habitación 615”: “Tras veinte horas de sol, vamos a aterrizar. / Desde el cielo el D.F es descomunal.”

Nuestra entrevista tiene, además, un segundo cometido: conocer un poco más de cada uno de los cuatro integrantes de la banda: César Verdú (batería), Edu Baos (bajo), Luis Rodríguez (guitarra) y Abraham Boba (voz y teclados). Muchos ya saben que el trayecto de León Benavente comenzó cuando los cuatro músicos, que se conocían por haber trabajado con Nacho Vegas, decidieron juntarse a hacer canciones: de ahí surgió su primer disco, a partir del cual hicieron una gira casi ininterrumpida de más de dos años. Sin embargo, antes de eso, cada uno estaba ya en la música: de diferentes modos y habiendo llegado por diferentes caminos.

César Verdú | Fotografía: Mariana L. Durand

César Verdú | Fotografía: Mariana L. Durand

César Verdú (Murcia, 1974) llegó a la música por el camino del rock de los años 50 y 60, y del punk de los Ramones, Sex Pistols y Dictators. En casa, su familia era más de música clásica y ópera. A los 15 años, cuando con algunos amigos formó una banda, más que elegir la batería, ese instrumento lo eligió a él. “Si me hubiera tocado la guitarra, a lo mejor sería guitarrista, no sé. Pero me quedé con la batería hasta el día de hoy.” Aún faltaba para que se encontrara con otro de sus talentos. “Con 16 años me metí a hacer la carrera de Imagen y Sonido, pero por aquel entonces en España no estaba muy sofisticado el tema de la ingeniería de sonido; aunque sí aprendí muchísima fotografía. Me di cuenta de que así no iba a aprender sonido y cuando tenía 18 años me metí a trabajar gratis a una empresa de sonido: cargando, descargando y montando. Así aprendí sobre sonido, a través de trabajar.” Claro que a la vez había que tener otros trabajos que sí pagaran y César tuvo uno de lo más extraño: “trabajaba desmontando cajas fuertes para bancos. Nos íbamos a un almacén donde las resguardábamos, las almacenábamos y las cambiábamos.” Mezclando, pues, lo técnico y lo musical, César ha participado en varios proyectos, entre los que destaca Schwarz, la banda con la que más tiempo ha estado y con la que hizo ocho discos y muchas giras por Europa. “Era un grupo de crowd rock bastante experimental; los conciertos eran muy instrumentales, con vocoder y con luces tipo Pink Floyd.”

Edu Baos | Fotografía: Mariana L. Durand

Edu Baos | Fotografía: Mariana L. Durand

Edu Baos (Zaragoza, 1976) nos cuenta que “desde que sé lo que es trabajar, trabajo en la música”. Aunque en su casa no había realmente un ambiente muy musical, lo que sí había era una guitarra con la que Edu empezó a jugar. “Empecé a aprender poco a poco. Luego, tengo un amigo, que todavía conservo, con el que nos sacamos algunas canciones.” Después de eso, comenzaron las colaboraciones con distintos proyectos de la escena española y, especialmente, su participación en el grupo Tachenko.

A lo largo de sus carreras, tanto Verdú como Baos han alternado roles técnicos y creativos, por decirlo de algún modo, y esto ha sucedido también en León Benavente. Esto, como nos comenta César, “la verdad es una ventaja, porque no solamente estoy yo dentro del grupo como técnico de sonido, también está Edu. Esto ayuda bastante y te das cuenta de ello cuando ves a grupos que no tienen a esa persona que esté encima de una forma técnica y con el conocimiento para hacerlo. Te hace tener las cosas bastante claras, de cómo quieres la producción del próximo disco, de qué sonido buscas, de hacia dónde quieres tirar.” Para Edu, este manejo de ambos terrenos supone una forma particular de poder comunicarse: “cambia el lenguaje que utilizas. Cualquiera de los cuatro tiene su percepción musical. Lo único es que tenemos un poco más de lenguaje para poder transmitir lo que tenemos en la cabeza. Sí ayuda, pero tampoco es lo más difícil: lo más difícil es saber qué funciona en cada canción.”

Al escuchar a León Benavente, tanto en sus discos como en vivo, la perfección técnica es manifiesta y, de hecho, es una parte inseparable de lo que podría parecer más “creativo”: crear y hacer surgir la canción. Sin embargo, es cierto que esto es un proceso y tiene diferentes momentos. Aunque, según nos cuentan, en este nuevo disco —2— hubo más variedad en cuanto al modo de trabajo, pues algunas canciones las compusieron entre los cuatro y alguna incluso surgió en el estudio, este momento usualmente corre a cargo de Luis Rodríguez y Abraham Boba.

Luis Rodríguez | Fotografía: Mariana L. Durand

Luis Rodríguez | Fotografía: Mariana L. Durand

A Luis Rodríguez (Asturias, 1975) el gusto por la música, al igual que le pasó a sus compañeros, le llegó por algún encuentro fortuito que luego fue tomando forma en compañía de amigos: “imagino que fue una cuestión de empezar a escuchar música cuando era más joven y, a raíz de eso, empezar a interesarme por los sonidos de los discos que había ahí. Creo que algún amigo tenía una guitarra y fue donde me lancé a intentar a ver si podía hacer lo mismo.” Aun así, el sustrato asturiano, expresado en gestos maternos, constituye uno de sus primeros recuerdos musicales: “mi madre me cantaba cuando era muy pequeño; eran canciones tradicionales asturianas, una cosa que se llama añadas, algo parecido a una nana, una canción para dormir a los bebés.” Por cierto que, antes de dar el giro definitivo hacia la música, Luis tuvo una incursión profesional a la que no cree volver: “hice algo parecido a administración de empresas que, bueno, me quedan unas asignaturas para terminar y creo que no voy a terminar nunca.”

Abraham Boba | Fotografía: Mariana L. Durand

Abraham Boba | Fotografía: Mariana L. Durand

Abraham Boba (Galicia, 1975) desde chico tuvo gusto por cantar. “Mi primer recuerdo musical es estar de niño cantando canciones para los amigos de mis padres que me pedían que cantase. Me pagaban doscientas pesetas.” Ya de adolescente, empezó a tocar la batería también. Tras participar en algunos grupos e incluso grabar algún disco, cuando cumplió 22 años, pudo dar cauce a la que es su verdadera vocación: “me di cuenta de que quería estudiar música, estudiar solfeo, que necesitaba herramientas para componer canciones, que a mí es lo que siempre me ha gustado, más que ser músico. Empecé a tomar clases de piano y dos años después empecé solfeo, armonía, arreglos, todo eso. De ahí fue cuando empecé a utilizar el piano como instrumento del día al día.” Como suele ocurrir, la vocación siempre va mezclada con las circunstancias y Abraham Boba también tuvo varios trabajos más allá de la música: “hice un poco de todo. Trabajé en una revista cultural gratuita durante años, luego como camarero, haciendo politonos para móviles… Trabajos varios.”

Como sabemos, las letras de las canciones son tarea de Boba quien, también como muchos sabrán, tiene una carrera previa en solitario que nos ha dejado tres excelentes discos. ¿Cómo son sus momentos de composición? “Soy de la idea de Picasso, que la inspiración te tiene que coger trabajando. Yo soy de cuando sé que tengo que trabajar, le echo como si fuera un funcionario. Me pongo un horario de trabajo, de despertarme por la mañana, desayunar y sentarme al piano, aunque no tenga ninguna idea de nada. A raíz de ahí es como la mente va generando sus recursos para llegar a ideas que luego se pueden convertir en canciones.” Claro que eso no elimina el factor espontáneo que puede hacer que una canción provenga de cualquier lugar: “hay una canción de este disco, por ejemplo, que me dio pie a escribirla un amigo nuestro que es una persona muy vinculada a la música desde hace años; se llama Jesús Llorente. Un día que llegamos a Madrid nos lo encontramos, el hombre venía de no haber dormido nada y dijo «Llevo toda la vida errando». A mí me pareció una frase maravillosa, se me quedó ahí y la apunté. Meses después, haciendo la canción, dices «Ah, mira, esta frase» y va saliendo.”

Desde la última vez que estuvieron por aquí, nos habían advertido que, inevitablemente, el próximo disco alguna novedad tendría, pero que permanecería lo fundamental: canciones honestas que les satisficieran y gustaran. ¿Pero cómo fue meterse al estudio a grabar tras cerrar un largo periodo de gira? “Fue duro, muy duro, porque al final nos tiramos dos años y medio de una gira ininterrumpida, de muchísimos conciertos. Después de toda la paliza que llevábamos, tirarte tantos meses fuera de casa preparando el disco se hace un poco tedioso, aunque estés muy concentrado, pero te agota mucho”, comenta César. Luis rescata el hecho de que “estar estos tres años girando hace que eso se refleje en el disco, con canciones un poco más potentes, con un sabor más directo, porque nosotros ya nos entendemos mejor como músicos. Nuestras relaciones cambian y entonces creo que un poco de la experiencia adquirida durante esos años se cuela, se refleja en el nuevo disco.” Además, esta nueva experiencia tiene incluso una función retroactiva sobre las canciones del primer disco, según dice Abraham: “las canciones del primer disco se transformaron mucho en directo, se hicieron mucho más fieras y eso es algo que desde el principio está en estas nuevas canciones, que también ahora, cuando las toquemos en directo, posiblemente se acaben convirtiendo en otra cosa.”

Los seguidores de las bandas a veces oscilan en polos muy radicales en sus expectativas: o el disco anterior siempre es mejor o el “mejor” disco no ha llegado aún —¡ni nunca llegará! Cada quien lo asume a su modo, pero es un hecho que León Benavente cargó con cierta “presión” a la hora de hacer el segundo disco. “Sería un poco hipócrita decir que no hay presión —nos cuenta Luis—, sabíamos que iba a haber mucha gente pendiente de lo que íbamos a hacer en este disco y eso estaba ahí, pero no permitimos que eso condicionara la composición de estos temas.” César nos cuenta algo de la paradójica opinión de que un disco tan bueno como el primero pareciera, en vez de ofrecer la promesa de lo venidero, cancelar esa posibilidad: “en España nos sucedió muchas veces que la gente venía a nuestros conciertos y luego hablaba con nosotros; y nos reíamos de un comentario que era bastante repetitivo: «joder, ahora a ver qué disco váis a hacer, porque con lo que habéis hecho, lo tenéis muy difícil». Entonces, la verdad que no eran ánimos, era decirte «ni lo intentes». Pero, bueno, nosotros queríamos hacer un disco que englobase, por así decirlo, los tres años que llevamos como grupo.” Boba coincide con esto: “Lo único que pensamos fue en hacer un disco que nos gustase, que nos pareciese mejor que el primero.”

León Benavente | Fotografía: Mariana L. Durand

León Benavente en el D.F. | Fotografía: Mariana L. Durand

La verdad es que 2 ha sorprendido y encantado. Luis Rodríguez lo sitúa como “un disco muy variado, sin llegar a ser ecléctico, es un disco con varios matices”. La primera canción que hicieron para este segundo material fue “California” y, en parte, cree que “esa canción fue la que marcó un poco la línea, pero tampoco podemos decir que es un resumen.”

Uno de los elementos que más de una reseña crítica ha resaltado de 2 es su giro “electrónico”. Esto hay que matizarlo. Aunque es cierto que los sonidos de algunos instrumentos, como la batería, se oyen más sintéticos, no hay en realidad algo “artificial”, porque todos son tocados por ellos. Explica Verdú: “a nivel técnico en este disco, una de las cosas que a mí me apetecía hacer con mis baterías era procesarlas de otra manera que en el anterior, donde eran más orgánicas. En este disco sí que queríamos hacerlo más sintético, pero que estuviera tocado por nosotros. Yo creía que le podía sentar bien a la banda una batería un poco más procesada y guitarras que no fueran tan estándar rockeras, sino que tuvieran unos sonidos diferentes a los de una guitarra convencional; los bajos y los sintes igual.”

Por cierto que, aunque no propiamente como parte del disco, pero sí en el marco de éste, nos dieron también la sorpresa de la colaboración que Enrique Bunbury hizo en una canción que salió como un vinilo 7”: “Televisión”. Ese tema formaba parte de las nuevas canciones para el disco, pero no terminaba de “encajar” con las demás. A Bunbury lo conocían, por un lado, por el proyecto que éste hizo con Nacho Vegas en 2006 (El tiempo de las cerezas) y también porque Edu Baos, que es de Zaragoza al igual que Bunbury, había colaborado como bajista con él en un par de temas. Aunado a esto, el hecho de que 2 saliera con el sello de Warner Music y de que los cinco músicos coincidieran en la Ciudad de México en octubre del año pasado, facilitó la colaboración: “Enrique conocía al grupo, nos conocía a nosotros, le gustó, le apeteció muchísimo y, sobre todo, creíamos que le iba a sentar bien a la canción que la cantase él. La grabamos aquí en un estudio en México. Las pistas terminadas se las mandamos a Enrique a Los Ángeles. Él nos mandó un montón de pistas, muy profesional, quedó perfecta y fue una maravilla trabajar así con él”, nos cuenta Luis.

Un par de días después de nuestra entrevista, en medio de las actividades de la intensa semana de promoción que tuvieron en México, León Benavente ofreció un breve concierto en el Lunario del Auditorio Nacional, en el marco de la “Noche española” en la que participaron también Pablo López y Rozalén. La fórmula mágica del concierto: 7 de las 9 canciones de 2 tocadas por primera vez en México, además de 1 clásico del primer disco —“Ser Brigada”. El acto poético de la noche fue cuando “Habitación 615” regresó a su lugar de origen y fue coreada por todos los que se reconocen en esa crónica de la experiencia de vivir el D.F.

Al día siguiente del concierto, la visita de esta ocasión tuvo su cierre en la convivencia que la banda compartió con sus seguidores en el Centro Cultural España. Entre reencuentros, bienvenidas, fotos saludos, abrazos, firmas en objetos extravagantes y muchas risas, León Benavente se despidió de México prometiendo volver en octubre.

La experiencia de Alfonso André para no morirte en el deseo de ser músico

Publicado en Cultura Colectiva.

(Grecia Monroy.) En la zona centro de la Ciudad de México, a espaldas de la estación Buenavista y de la Biblioteca Vasconcelos, en la intersección de las calles Luna y Saturno, termina el famoso y sabatino Tianguis Cultural del Chopo. En ese cruce cósmico, el pasado sábado 9 de abril, a las dos de la tarde, con un calor primaveral que trae incandescente a la Ciudad, estaba situado el modesto escenario en el que Alfonso André ofrecería un concierto. Aunque las condiciones técnicas del audio no eran las mejores, el público estaba entusiasmado: coreaba las canciones, hacía peticiones, lanzaba piropos al escenario y, lo que es de ley en estos tiempos, alzaban sus teléfonos para tomar fotos y videos.

Javier Calderón y Alfonso André. | Foto: Grecia Monroy

Javier Calderón y Alfonso André. | Foto: Grecia Monroy

De negro, con una playera muy ad-hoc para la onda del Chopo, Alfonso André estaba de pie ante el micrófono en compañía de los músicos, colegas de toda la vida, que lo están acompañando en esta etapa de su carrera: Federico Fong, Javier Calderón, Lari Ruiz Velasco y Chema Arreola. El set-list abarcó canciones de sus dos discos como solista: Cerro del aire (2011) y Mar rojo (2015) y logró momentos veloces e intensos con temas como “Puedes dejarme atrás”, “Tormenta” y “Todo temor esconde siempre algún deseo”, así como canciones que están ya en camino a volverse clásicos muy solicitados, como “La piel”.

En cierto modo, esa intersección de calles en la que se formó el espacio para el concierto es análoga al cruce del tiempo que coloca a un músico de la experiencia de Alfonso André entre el cambio y la permanencia. Estas dos acciones definen la historia de la humanidad y, dentro de esa “gran” historia, la de cada uno de nosotros.

Días después del concierto, en entrevista con Alfonso, pudimos hablar de cómo el necesario cambio y la inevitable permanencia nos regalan la perspectiva para mantenerse inspirado y en movimiento. Para confirmar esto, basta echarle una mirada a su trayectoria y a sus últimos proyectos. Aunque sea por muchos sabido, no está de más recordar que Alfonso es uno de los mejores bateristas mexicanos de los últimos tiempos, miembro de bandas legendarias (Caifanes, La Barranca y Jaguares) y uno de los rockeros más queridos y respetados por el público. Con semejante senda andada, uno podría pensar que la novedad está superada. Pero Alfonso muestra que hay tiempo para todo y, más aún, para volver a pasiones que hemos dejado pendientes en el camino, tal como, en su caso, soltar la voz sobre un escenario.

Alfonso André. | Foto: Armand Torres

Alfonso André. | Foto: Armand Torres

Para Alfonso, hacer esto representó literalmente un desplazamiento: dejar el lugar resguardado que ocupan los bateristas, usualmente en el fondo del escenario, compartiendo espacio con tambores, bombos y tarolas, y pasar al frente del escenario, al micrófono, bajo el reflector central. En este desplazamiento, sin embargo, hubo una cierta continuidad y permanencia de un gusto originario por cantar. El cambio estuvo en reconocer el tiempo para cada cosa. “La batería me escogió a mí. Me gustaba mucho sentarme en mi casa a oír música y tratar de reproducir lo que oía en los bateristas que me gustaban. Mi hermana se compró una batería que yo usaba también; por eso, toco como diestro siendo zurdo. Como a las 18 años empecé un poco más en serio, a tomar clases con un maestro particular. Después, me empleé primero como baterista y de ahí me vino mucho trabajo: con Las Insólitas Imágenes de Aurora, con Caifanes, con La Barranca y con Jaguares. Pero cantar también siempre me ha gustado muchísimo. Me encanta una buena melodía. Para mí, eso es una canción memorable, una que tenga una melodía que te atrape.”

La elección por la batería como instrumento estuvo determinada un poco por las circunstancias, mucho por su innegable talento, pero además, como dice Alfonso, por una inicial “incompatibilidad” de personalidades. “Tengo más personalidad de baterista que de cantante. Aunque ambas actividades me gustan mucho, estoy más cómodo detrás de mis tambores que enfrente del escenario cantando.” Asimismo, soltar la voz tiene algo de misterioso y, a la vez, orgánico: “es un instrumento muy extraño, porque eres tú; no es algo que puedas tocar con las manos. Todo lo que te pasa afecta a tu instrumento: tu humor, cuántas horas dormiste, qué tomaste, qué comiste, la calidad del aire, la humedad. La voz es un instrumento muy esotérico.”

Alfonso André, cantante y baterista. | Foto: Armand Torres

Alfonso André, cantante y baterista. | Foto: Armand Torres

Cantar tiene que ver con darle materia y movimiento a palabras que antes yacían inmóviles en el papel. Cuando, como en las canciones que Alfonso canta, son palabras que han pasado por la mente de alguien más, la interpretación adquiere otros matices. “Hay gente que compone sus propias canciones y creo que es más fácil interpretarlas porque son cosas que han vivido personalmente. Ser un intérprete de canciones es un poco como ser un actor. Tienes que entender lo que quiere transmitir la canción y proyectarlo a través de tu técnica y de tu instrumento.” El instrumento puede ser la voz, pero también la batería, porque en ambos casos, “estás transmitiendo, de distintas maneras, un sentimiento. El chiste es dejar que salga eso que traes adentro.”

Las letras de las canciones con las que ha trabajado Alfonso siempre han sido de un valor incuestionable: desde los textos de Saúl Hernández para Caifanes y Jaguares, hasta las letras metafóricas y profundas que Chema Arreola —nieto del escritor Juan José Arreola— ha hecho especialmente para Alfonso. Trabajar lado a lado con Chema ha sido una ventaja, porque le ha permitido discutir “de qué queremos que hable la canción. Si de repente hay una frase que no me gusta, que no estoy de acuerdo con lo que dice o que me siento incómodo cantándola, pues la cambiamos. Eso es bueno, porque escribe para mí las canciones, entonces es más fácil interpretarlas.”

Pero entre interpretar una canción en el estudio de grabación e interpretarla en un escenario hay una distancia que para Alfonso comenzó a abreviarse desde los conciertos con Jaguares, y que está terminando de resolverse en sus últimos conciertos. “La primera vez que me tuve que parar enfrente fue en un concierto de Jaguares. Saúl [Hernández] estaba muy mal de la garganta y me pidió: “hoy en la noche canta tú «Miércoles de ceniza»”. Como la mitad de la canción me la pasaba sentado porque hay una caja de ritmos, le dije que sí. La primera vez fue un shock; me sentía desnudo ahí enfrente de la gente. Pero a la gente le gustó y a nosotros también nos pareció que estaba padre dentro del show que me pasara de repente enfrente, por lo que se quedó como parte del concierto durante muchos años. Cada vez lo sufría menos y lo disfrutaba más. Eso fue un buen entrenamiento para cuando saqué mi primer disco. Ahora, cada vez lo siento más natural. Pero sí ha sido un proceso difícil, porque no soy una persona muy extrovertida. Además, todavía creo que me faltan tablas, pero no tengo prisa: estoy disfrutando lo que es, como es, al momento que es.”

Alfonso pertenece a una generación de músicos que, para muchos, marcó un antes y después de la música en México. Sin embargo, él sitúa esto como algo más circunstancial que esencial: “yo no me siento especial ni siento que nuestra generación haya sido muy especial. Me tocó un momento específico de la historia en el que hubo un apoyo muy fuerte por parte de la industria de la música, cosa que no había tenido hasta entonces el rock. Además, ya había gente haciendo cosas interesantes; como antes de eso nadie nos pelaba, todos hacíamos lo que nos daba la gana y cada quien tenía un sonido muy específico. Maldita Vecindad no tenía nada que ver con Las Insólitas Imágenes de Aurora, eran grupos totalmente diferentes, pero nos gustaba tocar juntos y sentir que éramos parte de una nueva forma de hacer música basada en las raíces, en ser mexicanos. No pretendíamos nada más que lo que éramos.”

Así, empezar algo nuevo después de haber hecho ya lo que para muchos es el trabajo de una vida entera es un acto valiente e inspirador. Al hablar con Alfonso André, resulta claro que su proyecto como solista no se trata de superar, olvidar o tirar al vacío lo hecho con sus bandas anteriores ni su papel de baterista. “A mí me gusta seguir haciendo cosas nuevas. Estoy muy divertido ahora con esta parte de mi carrera. Me encantaría hacer algo nuevo también con Caifanes, pero es difícil, porque es meterse también con discos muy importantes para mucha gente. Incluso hay gente que dice que no hagamos el disco porque es casi como una blasfemia. Pero a mí me gustaría por lo menos hacerle la lucha. Hemos estado tirando algunas ideas y de repente nos juntamos a ensayar, pero realmente no nos hemos clavado totalmente en hacer nuevo disco. Yo creo que todos tienen un poco de recelo por lo mismo, pero esperemos vencerlo y tener algo nuevo que mostrar, porque no me gustaría quedarme tocando «La negra Tomasa» hasta el día que me muera.”

Oscilar entre el cambio y la permanencia otorga perspectiva, la cual, a su vez, es antídoto contra el hastío. Por eso, el movimiento entre nuevos proyectos y la continuidad de algunos otros, como los conciertos y el posible nuevo disco de Caifanes, crea un espacio creativo para no estancarse: “como que nos da chance de no traer en la cabeza sólo a Caifanes, que eso puede hacer que la gente nos alucine o que nos alucinemos entre nosotros. Está padre poder ir y volver. Aunque de repente sí está un poco esquizofrénico, porque un día estoy tocando ante decenas de miles de personas y al día siguiente estoy tocando para doscientas.”

El concierto del Chopo. | Foto: Kaast Agency

El concierto del Chopo. | Foto: Kaast Agency

Afortunadamente, este cruce oscilante entre el cambio y la permanencia nos permite seguir disfrutando de las varias facetas de Alfonso André y, especialmente, de su proyecto como cantante, del cual los dos discos que hasta ahora lleva son muy afortunada consecuencia. Él mantiene las ganas de seguir en esto, aunque reconoce algunas dificultades con las que muchos de los que vivimos y trabajamos en México nos identificamos: “apenas llevo dos discos y me gustaría que fueran muchos más. Me gusta mucho hacer esto y la banda que tengo, aunque es difícil mantener una banda junta en estos días. Todos tienen otras chambas porque, si no, no sale para vivir. Entonces, obviamente no los puedo obligar a que sólo estén conmigo, pero todos están aquí porque les gusta mucho.”

Las geografías musicales de Alfonso André, su Cerro del aire y su Mar rojo, están ahí para los que aún no se adentran al viaje y también para los que ya lo han caminado varias veces. Además, la gira de presentaciones andará por varias ciudades de México toda esta primer mitad del año, para los que quieran adentrarse en la senda de esas geografías de la mano de la banda completa en vivo y de la voz de Alfonso.

Alfonso André: “La primera vez ante el micrófono me sentía desnudo enfrente de la gente”

Publicado en Acordes Modernos.

Alfonso André, cantante y baterista. | Foto: Armand Torres

Alfonso André, cantante y baterista. | Foto: Armand Torres

(Grecia Monroy.) Por la zona centro de la Ciudad de México, en la intersección de las calles Luna y Saturno, termina (o comienza, dependiendo de por dónde se llegue) el famoso Tianguis Cultural del Chopo, tradicionalmente un recinto para la reunión de diversas tribus urbanas, así como para la venta de discos, playeras estampadas, revistas e indumentaria de todo tipo. En ese cruce cósmico de calles, el pasado sábado 9 de abril, a las dos de la tarde, con el calor primaveral que tiene incandescente al D.F., estaba situado el modesto escenario en el que Alfonso André ofrecería un concierto. Aunque las condiciones técnicas del audio no eran las mejores, el público estaba entusiasmado: coreaba las canciones, hacía peticiones, lanzaba piropos al escenario y, lo que es inevitable en estos tiempos, alzaba sus teléfonos para tomar fotos y videos.

El concierto del Chopo. | Foto: Kaast Agency

El concierto del Chopo. | Foto: Kaast Agency

De negro, con una playera ad-hoc para la onda del Chopo, Alfonso André estaba de pie ante el micrófono, acompañado de los músicos, colegas de toda la vida, que lo están acompañando en esta etapa de su carrera: Federico Fong, Javier Calderón, Lari Ruiz Velasco y Chema Arreola. El set-list abarcó canciones de sus dos discos como solista, Cerro del aire (2011) y Mar rojo (2015), y tuvo momentos memorables especialmente con temas como “Puedes dejarme atrás”, “Tormenta”, “Todo temor esconde siempre algún deseo” y “La piel”.

Días después del concierto, pudimos hablar con Alfonso sobre cómo el necesario cambio y la inevitable permanencia otorgan la perspectiva para mantenerse inspirado y en movimiento. Para confirmar esto, basta echarle una mirada a su trayectoria y a sus últimos proyectos. Aunque sea por muchos sabido, no está de más recordar que Alfonso es uno de los mejores bateristas mexicanos de los últimos tiempos, miembro de bandas legendarias (Caifanes, La Barranca, Jaguares) y uno de los rockeros más queridos y respetados por el público. Con semejante senda andada, uno podría pensar que la novedad está superada. Pero Alfonso muestra que hay tiempo para todo y, más aún, para volver a pasiones que hemos dejado pendientes en el camino, tal como, en su caso, soltar la voz sobre un escenario.

Alfonso André. | Foto: Armand Torres

Alfonso André. | Foto: Armand Torres

Para Alfonso, hacer esto representó literalmente un desplazamiento: dejar el lugar resguardado que ocupan los bateristas, usualmente en el fondo del escenario, compartiendo espacio con tambores, bombos y tarolas, y pasar al frente del escenario, al micrófono, bajo el reflector central. En este desplazamiento, sin embargo, hubo cierta continuidad y permanencia de gustos originarios; el cambio estuvo en reconocer el tiempo para cada cosa. La elección inicial por la batería como instrumento estuvo determinada un poco por las circunstancias, mucho por su innegable talento, pero además, como dice Alfonso, por una “incompatibilidad” de personalidades: “tengo más personalidad de baterista que de cantante. Aunque ambas actividades me gustan mucho, estoy más cómodo detrás de mis tambores que enfrente del escenario cantando.”

Alfonso pertenece a una generación de músicos que, para muchos, marcó un antes y después de la música en México. De manera que empezar algo nuevo después de haber hecho ya lo que para muchos es el trabajo de una vida entera es un acto valiente e inspirador. Al hablar con él, nos queda claro que su proyecto como solista no intenta “superar” o dejar atrás lo hecho con sus bandas anteriores ni su papel de baterista; más bien, es un oscilar entre el cambio y la permanencia que le otorga perspectiva y un espacio creativo para no estancarse. “A mí me gusta seguir haciendo cosas nuevas. Me encantaría hacer algo nuevo también con Caifanes, pero es difícil, porque es meterse también con discos muy importantes para mucha gente. Incluso hay gente que dice que no hagamos el disco porque es casi como una blasfemia. Pero a mí me gustaría por lo menos hacerle la lucha, porque no me gustaría quedarme tocando sólo “La negra Tomasa” hasta el día que me muera.”

Javier Calderón y Alfonso André. | Foto: Grecia Monroy

Javier Calderón y Alfonso André. | Foto: Grecia Monroy

Afortunadamente, este cruce oscilante entre el cambio y la permanencia nos permite seguir disfrutando de las varias facetas de Alfonso André y especialmente de su proyecto como cantante, del cual los dos discos que hasta ahora lleva son muy afortunada muestra. Su Cerro del aire y su Mar rojo nos sitúan en el terreno de los matices de la interpretación. Cantar tiene que ver con darle materia y movimiento a palabras que yacen inmóviles en el papel. Cuando, como en las canciones que Alfonso canta, son palabras que han pasado por la mente de alguien más, hay además otros factores en juego. “Hay gente que compone sus propias canciones —dice— y creo que es más fácil interpretarlas porque son cosas que han vivido personalmente. Ser un intérprete de canciones es un poco como ser un actor. Tienes que entender lo que quiere transmitir la canción y proyectarlo a través de tu técnica y de tu instrumento.” El instrumento puede ser la voz, pero también la batería, porque en ambos casos, “estás transmitiendo, de distintas maneras, un sentimiento. El chiste es dejar que salga eso que traes adentro.”

Las letras de las canciones con las que ha trabajado Alfonso siempre han sido de un valor incuestionable: desde los textos de Saúl Hernández para Caifanes y Jaguares, hasta las letras metafóricas y profundas que Chema Arreola —nieto del escritor Juan José Arreola— ha hecho especialmente para Alfonso. Trabajar lado a lado con Chema ha sido una ventaja, porque le ha permitido que puedan discutir “de qué queremos que hable la canción. Si de repente hay una frase que no me gusta, que no estoy de acuerdo con lo que dice o que me siento incómodo cantándola, pues la cambiamos. Eso es bueno, porque escribe para mí las canciones, entonces es más fácil interpretarlas.”

Pero entre interpretar una canción en el estudio de grabación e interpretarla en un escenario hay una distancia que para Alfonso comenzó a abreviarse desde sus tiempos con Jaguares, y que está terminando de resolverse en sus últimos conciertos. “La primera vez que me tuve que parar enfrente fue en un concierto de Jaguares. Saúl [Hernández] estaba muy mal de la garganta y me pidió: “hoy en la noche canta tú «Miércoles de ceniza»”. Como la mitad de la canción me la pasaba sentado porque hay una caja de ritmos, le dije que sí. La primera vez fue un shock; me sentía desnudo ahí enfrente de la gente. Pero al público le gustó y a nosotros también nos pareció que estaba padre dentro del show que me pasara de repente enfrente, por lo que se quedó como parte del concierto durante muchos años. Cada vez lo sufría menos y lo disfrutaba más. Eso fue un buen entrenamiento para cuando saqué mi primer disco. Ahora, cada vez lo siento más natural. Pero sí ha sido un proceso difícil, porque no soy una persona muy extrovertida. Además, todavía creo que me faltan tablas, pero no tengo prisa: estoy disfrutando lo que es, como es, al momento que es.”

Alfonso es muy querido por el público. | Foto: Kaast Agency

Alfonso es muy querido por el público. | Foto: Kaast Agency

Los que ya conocemos la música de Alfonso André también lo estamos disfrutando mucho. Sus geografías musicales, su Cerro del aire y su Mar rojo, están ahí para los que aún no se adentran al viaje y también para los que ya lo han caminado varias veces. Además, la gira de presentaciones andará por varias ciudades de México toda esta primer mitad del año.

La experiencia de Alfonso André para no morirte en el deseo de ser músico

Publicado en Cultura Colectiva.

(Grecia Monroy.) En la zona centro de la Ciudad de México, a espaldas de la estación Buenavista y de la Biblioteca Vasconcelos, en la intersección de las calles Luna y Saturno, termina el famoso y sabatino Tianguis Cultural del Chopo. En ese cruce cósmico, el pasado sábado 9 de abril, a las dos de la tarde, con un calor primaveral que trae incandescente a la Ciudad, estaba situado el modesto escenario en el que Alfonso André ofrecería un concierto. Aunque las condiciones técnicas del audio no eran las mejores, el público estaba entusiasmado: coreaba las canciones, hacía peticiones, lanzaba piropos al escenario y, lo que es de ley en estos tiempos, alzaban sus teléfonos para tomar fotos y videos.

Javier Calderón y Alfonso André. | Foto: Grecia Monroy

Javier Calderón y Alfonso André. | Foto: Grecia Monroy

De negro, con una playera muy ad-hoc para la onda del Chopo, Alfonso André estaba de pie ante el micrófono en compañía de los músicos, colegas de toda la vida, que lo están acompañando en esta etapa de su carrera: Federico Fong, Javier Calderón, Lari Ruiz Velasco y Chema Arreola. El set-list abarcó canciones de sus dos discos como solista: Cerro del aire (2011) y Mar rojo (2015) y logró momentos veloces e intensos con temas como “Puedes dejarme atrás”, “Tormenta” y “Todo temor esconde siempre algún deseo”, así como canciones que están ya en camino a volverse clásicos muy solicitados, como “La piel”.

En cierto modo, esa intersección de calles en la que se formó el espacio para el concierto es análoga al cruce del tiempo que coloca a un músico de la experiencia de Alfonso André entre el cambio y la permanencia. Estas dos acciones definen la historia de la humanidad y, dentro de esa “gran” historia, la de cada uno de nosotros.

Días después del concierto, en entrevista con Alfonso, pudimos hablar de cómo el necesario cambio y la inevitable permanencia nos regalan la perspectiva para mantenerse inspirado y en movimiento. Para confirmar esto, basta echarle una mirada a su trayectoria y a sus últimos proyectos. Aunque sea por muchos sabido, no está de más recordar que Alfonso es uno de los mejores bateristas mexicanos de los últimos tiempos, miembro de bandas legendarias (Caifanes, La Barranca y Jaguares) y uno de los rockeros más queridos y respetados por el público. Con semejante senda andada, uno podría pensar que la novedad está superada. Pero Alfonso muestra que hay tiempo para todo y, más aún, para volver a pasiones que hemos dejado pendientes en el camino, tal como, en su caso, soltar la voz sobre un escenario.

Alfonso André. | Foto: Armand Torres

Alfonso André. | Foto: Armand Torres

Para Alfonso, hacer esto representó literalmente un desplazamiento: dejar el lugar resguardado que ocupan los bateristas, usualmente en el fondo del escenario, compartiendo espacio con tambores, bombos y tarolas, y pasar al frente del escenario, al micrófono, bajo el reflector central. En este desplazamiento, sin embargo, hubo una cierta continuidad y permanencia de un gusto originario por cantar. El cambio estuvo en reconocer el tiempo para cada cosa. “La batería me escogió a mí. Me gustaba mucho sentarme en mi casa a oír música y tratar de reproducir lo que oía en los bateristas que me gustaban. Mi hermana se compró una batería que yo usaba también; por eso, toco como diestro siendo zurdo. Como a las 18 años empecé un poco más en serio, a tomar clases con un maestro particular. Después, me empleé primero como baterista y de ahí me vino mucho trabajo: con Las Insólitas Imágenes de Aurora, con Caifanes, con La Barranca y con Jaguares. Pero cantar también siempre me ha gustado muchísimo. Me encanta una buena melodía. Para mí, eso es una canción memorable, una que tenga una melodía que te atrape.”

La elección por la batería como instrumento estuvo determinada un poco por las circunstancias, mucho por su innegable talento, pero además, como dice Alfonso, por una inicial “incompatibilidad” de personalidades. “Tengo más personalidad de baterista que de cantante. Aunque ambas actividades me gustan mucho, estoy más cómodo detrás de mis tambores que enfrente del escenario cantando.” Asimismo, soltar la voz tiene algo de misterioso y, a la vez, orgánico: “es un instrumento muy extraño, porque eres tú; no es algo que puedas tocar con las manos. Todo lo que te pasa afecta a tu instrumento: tu humor, cuántas horas dormiste, qué tomaste, qué comiste, la calidad del aire, la humedad. La voz es un instrumento muy esotérico.”

Alfonso André, cantante y baterista. | Foto: Armand Torres

Alfonso André, cantante y baterista. | Foto: Armand Torres

Cantar tiene que ver con darle materia y movimiento a palabras que antes yacían inmóviles en el papel. Cuando, como en las canciones que Alfonso canta, son palabras que han pasado por la mente de alguien más, la interpretación adquiere otros matices. “Hay gente que compone sus propias canciones y creo que es más fácil interpretarlas porque son cosas que han vivido personalmente. Ser un intérprete de canciones es un poco como ser un actor. Tienes que entender lo que quiere transmitir la canción y proyectarlo a través de tu técnica y de tu instrumento.” El instrumento puede ser la voz, pero también la batería, porque en ambos casos, “estás transmitiendo, de distintas maneras, un sentimiento. El chiste es dejar que salga eso que traes adentro.”

Las letras de las canciones con las que ha trabajado Alfonso siempre han sido de un valor incuestionable: desde los textos de Saúl Hernández para Caifanes y Jaguares, hasta las letras metafóricas y profundas que Chema Arreola —nieto del escritor Juan José Arreola— ha hecho especialmente para Alfonso. Trabajar lado a lado con Chema ha sido una ventaja, porque le ha permitido discutir “de qué queremos que hable la canción. Si de repente hay una frase que no me gusta, que no estoy de acuerdo con lo que dice o que me siento incómodo cantándola, pues la cambiamos. Eso es bueno, porque escribe para mí las canciones, entonces es más fácil interpretarlas.”

Pero entre interpretar una canción en el estudio de grabación e interpretarla en un escenario hay una distancia que para Alfonso comenzó a abreviarse desde los conciertos con Jaguares, y que está terminando de resolverse en sus últimos conciertos. “La primera vez que me tuve que parar enfrente fue en un concierto de Jaguares. Saúl [Hernández] estaba muy mal de la garganta y me pidió: “hoy en la noche canta tú «Miércoles de ceniza»”. Como la mitad de la canción me la pasaba sentado porque hay una caja de ritmos, le dije que sí. La primera vez fue un shock; me sentía desnudo ahí enfrente de la gente. Pero a la gente le gustó y a nosotros también nos pareció que estaba padre dentro del show que me pasara de repente enfrente, por lo que se quedó como parte del concierto durante muchos años. Cada vez lo sufría menos y lo disfrutaba más. Eso fue un buen entrenamiento para cuando saqué mi primer disco. Ahora, cada vez lo siento más natural. Pero sí ha sido un proceso difícil, porque no soy una persona muy extrovertida. Además, todavía creo que me faltan tablas, pero no tengo prisa: estoy disfrutando lo que es, como es, al momento que es.”

Alfonso pertenece a una generación de músicos que, para muchos, marcó un antes y después de la música en México. Sin embargo, él sitúa esto como algo más circunstancial que esencial: “yo no me siento especial ni siento que nuestra generación haya sido muy especial. Me tocó un momento específico de la historia en el que hubo un apoyo muy fuerte por parte de la industria de la música, cosa que no había tenido hasta entonces el rock. Además, ya había gente haciendo cosas interesantes; como antes de eso nadie nos pelaba, todos hacíamos lo que nos daba la gana y cada quien tenía un sonido muy específico. Maldita Vecindad no tenía nada que ver con Las Insólitas Imágenes de Aurora, eran grupos totalmente diferentes, pero nos gustaba tocar juntos y sentir que éramos parte de una nueva forma de hacer música basada en las raíces, en ser mexicanos. No pretendíamos nada más que lo que éramos.”

Así, empezar algo nuevo después de haber hecho ya lo que para muchos es el trabajo de una vida entera es un acto valiente e inspirador. Al hablar con Alfonso André, resulta claro que su proyecto como solista no se trata de superar, olvidar o tirar al vacío lo hecho con sus bandas anteriores ni su papel de baterista. “A mí me gusta seguir haciendo cosas nuevas. Estoy muy divertido ahora con esta parte de mi carrera. Me encantaría hacer algo nuevo también con Caifanes, pero es difícil, porque es meterse también con discos muy importantes para mucha gente. Incluso hay gente que dice que no hagamos el disco porque es casi como una blasfemia. Pero a mí me gustaría por lo menos hacerle la lucha. Hemos estado tirando algunas ideas y de repente nos juntamos a ensayar, pero realmente no nos hemos clavado totalmente en hacer nuevo disco. Yo creo que todos tienen un poco de recelo por lo mismo, pero esperemos vencerlo y tener algo nuevo que mostrar, porque no me gustaría quedarme tocando «La negra Tomasa» hasta el día que me muera.”

Oscilar entre el cambio y la permanencia otorga perspectiva, la cual, a su vez, es antídoto contra el hastío. Por eso, el movimiento entre nuevos proyectos y la continuidad de algunos otros, como los conciertos y el posible nuevo disco de Caifanes, crea un espacio creativo para no estancarse: “como que nos da chance de no traer en la cabeza sólo a Caifanes, que eso puede hacer que la gente nos alucine o que nos alucinemos entre nosotros. Está padre poder ir y volver. Aunque de repente sí está un poco esquizofrénico, porque un día estoy tocando ante decenas de miles de personas y al día siguiente estoy tocando para doscientas.”

El concierto del Chopo. | Foto: Kaast Agency

El concierto del Chopo. | Foto: Kaast Agency

Afortunadamente, este cruce oscilante entre el cambio y la permanencia nos permite seguir disfrutando de las varias facetas de Alfonso André y, especialmente, de su proyecto como cantante, del cual los dos discos que hasta ahora lleva son muy afortunada consecuencia. Él mantiene las ganas de seguir en esto, aunque reconoce algunas dificultades con las que muchos de los que vivimos y trabajamos en México nos identificamos: “apenas llevo dos discos y me gustaría que fueran muchos más. Me gusta mucho hacer esto y la banda que tengo, aunque es difícil mantener una banda junta en estos días. Todos tienen otras chambas porque, si no, no sale para vivir. Entonces, obviamente no los puedo obligar a que sólo estén conmigo, pero todos están aquí porque les gusta mucho.”

Las geografías musicales de Alfonso André, su Cerro del aire y su Mar rojo, están ahí para los que aún no se adentran al viaje y también para los que ya lo han caminado varias veces. Además, la gira de presentaciones andará por varias ciudades de México toda esta primer mitad del año, para los que quieran adentrarse en la senda de esas geografías de la mano de la banda completa en vivo y de la voz de Alfonso.

Christina Rosenvinge: “No hay que esconder la dulzura, es una parte que te hace más fuerte”

Publicado en Acordes Modernos.

Christina Rosenvinge en el Foro Indie Rocks. | Miguel Angel Huicochea/ContraCultura

Christina Rosenvinge en el Foro Indie Rocks. | Miguel Angel Huicochea/ContraCultura

(Grecia Monroy.) La semana pasada, la madrileña Christina Rosenvinge estuvo en la Ciudad de México, tras una ausencia de los escenarios de este país de casi seis años. Con actividades que incluyeron dos conciertos, firma de autógrafos e incluso la presentación de un libro que es una especie de biografía-musical-periodística, la cantautora madrileña saldó más que bien la deuda que tenía con sus seguidores mexicanos. En este contexto, tuvimos la oportunidad de platicar con ella, así como de presenciar los dos conciertos que ofreció: el primero en el Foro Indie Rocks (5 de marzo); el segundo en el Centro Cultural España (8 de marzo).

Ambos shows fueron estupendos y muy similares en cuanto al repertorio. El primero de ellos nos dio pretexto para conversar con Christina sobre cómo se sintió al tocar con una banda rock completa en el escenario, a diferencia de otros momentos en los que sólo ha estado presente ella y su guitarra. Nos dijo: “ha sido una cosa muy buena porque, después del último disco, hice una gira mucho más intimista donde toqué con una especie de trío acústico con chelo y con otro guitarrista. Cuando acabé, me di cuenta de que echaba mucho de menos tener una banda de rock otra vez, así que empecé a escribir canciones para sonar furiosa y conseguir subir el nivel de energía en el escenario. Es muy estimulante y muy rejuvenecedor hacer esto.” Para los que estuvimos en el concierto, también fue sumamente estimulante escuchar las nuevas y viejas canciones con arreglos novedosos en los que la guitarra eléctrica tenía un lugar principal.

El Foro Indie Rocks estuvo repleto y entre el público pudimos ver al mismo Carlos Ann, quien también está de visita en México para presentarse en el festival Puente Elástico. El encargado de abrir el concierto fue Amaro Ferreiro, quien presentó varias canciones —“Experto en tropezar” y “Trueno y relámpago”, entre otras— de lo que será su próximo álbum, Biólogo, y quien también deleitó al público al invitar al escenario a su hermano, Iván Ferreiro, para interpretar un par de clásicos —“S.P.N.B” y “Turnedo”— que fueron coreados ampliamente por el público.

Amaro Ferreiro abriendo el concierto de Christina Rosenvinge. | Miguel Angel Huicochea/ContraCultura

Amaro Ferreiro abriendo el concierto de Christina Rosenvinge. | Miguel Angel Huicochea/ContraCultura

Poco después de que los Ferreiro se despidieran, salieron los tres jóvenes músicos que acompañan a Christina Rosenvinge en el escenario y, finalmente, salió ella misma: sonriente, con su característica rubia cabellera al aire, vestida de negro y armada con una guitarra eléctrica. Sonó la introducción musical de la advertencia que es “Alguien tendrá la culpa”, gran canción de Lo nuestro, su último disco y el cual estaba presentando en esta ocasión. Éste sería el inicio del recorrido que pasaría, en total, por 22 canciones básicamente de sus tres últimos discos: Tu labio superior (2008), La joven Dolores (2011) y Lo nuestro (2015). Esta trilogía colmó al show de intensidad e hizo oscilar al público por diversos estados de ánimo: desde la trágico-cómica “Anoche (el puñal y la memoria)”, pasando por la hermosa, clásica y muy coreada “Canción del Eco”, hasta la metafóricamente reivindicadora “La tejedora”. Si tuviéramos que señalar una de las muchas cualidades de la música de Christina Rosenvinge, diríamos que es la variedad lírica de las canciones: en un mismo disco encontramos muchos temas tratados y ella puede moverse con facilidad de un tono poético amoroso en el que confiesa que “Tu boca es mi perdición”, a un tono narrativo donde habla de la vida de Nikola Tesla, como ocurre en “Pobre Nicolás.”

Otra cualidad atractiva, sin duda, es la relación entre la música y la letra, en la cual no hay siempre correspondencia unívoca, sino un juego que, ella nos comenta, es un poco como lo que sucede en el buen arte de la cocina: “si estuviéramos hablando de cocina, te diría que es que cuando juntas ingredientes tienes que buscar extremos. La música o el arte se fabrican de la misma manera. No puedes poner todo en el mismo lado de la balanza porque, entonces, pierdes el equilibrio. Busco la oscuridad en el sonido de la música porque para mí es una manera de transmitir esa vitalidad telúrica que tiene la tierra. Mis letras son muy líricas, tienen palabras de un lenguaje muy poético; utilizan muchas metáforas, a veces, metáforas que hablan de rosas, de la naturaleza, de mariposas… Entonces, mezclo mariposas con muerte y lo que transmite, al final de todo, es pasión; una especie de deseo por la vida.” El humor es otro de los ingredientes que ella añade a sus composiciones, el cual, además de a una cuestión de estilo, responde a una postura vital: “mi familia es danesa, del norte de Europa, y ahí la gente se toma todo más a pecho. Y si hay algo que he aprendido del espíritu de los latinos, y que he absorbido, es que lo más terrible, lo más trágico de la vida, se puede asimilar gracias al humor. Nunca se debe perder el humor ni el humor respecto a uno mismo. Tienes que ser consciente de que tienes momentos ridículos, de tu debilidad y tienes que tener la capacidad de reírte de ti mismo. Si no la vida es invivible, realmente.”

Christina Rosenvinge ofreció un gran concierto. | Miguel Angel Huicochea/ContraCultura

Christina Rosenvinge ofreció un gran concierto. | Miguel Angel Huicochea/ContraCultura

Uno de los puntos más intensos y enérgicos del concierto lo ocuparon dos de las canciones más representativas de Lo nuestro: “La muy puta” y “La tejedora”. Cada una de estas canciones, a su modo particular, están inevitablemente situadas en algo que podríamos llamar un modo de ser mujer. Para quienes crean que estamos por defender algún lugar común sobre la reivindicación de la música hecha por mujeres, se equivocan. Estas dos canciones son, simplemente, dos expresiones contundentes y muy bien logradas de lo que el talento musical y un bien y creativamente asumido lugar de enunciación pueden lograr. Al cantar “La muy puta”, Christina encarna al desafiante personaje en el escenario: ella va a llegar tarde a su propio funeral. Según explica antes de dar inicio a la canción, esta pieza está basada en una teoría suya sobre la impuntualidad como acumulación de tiempo y de vida. “Quizás así no mueras nunca”, aventura. La canción habla de la vida a través de la muerte y lo hace mediante un riff al más estilo rock. “La tejedora” tiene también una letra vital, aunque menos narrativa y mucho más poética, metafórica e, incluso, críptica; la música y la forma en que Rosenvinge suelta la voz se acerca más a esa “fuerza telúrica” de la que nos habló, así como a un impulso primitivo expresado en los ritmos de la batería y el canto fuerte, cercano por momentos al alarido.

Christina Rosenvinge en su visita a la Ciudad de México. | Grecia Monroy

Christina Rosenvinge en su visita a la Ciudad de México. | Grecia Monroy

Inmediatamente después de estas canciones, Christina nos lleva a otro momento del concierto, marcado por el tono amoroso: ya sea nostálgico, como en “Animales vertebrados”, o sugerentemente erótico, como en “Negro cinturón”. Esto es muestra de algo que Christina cree y pone en práctica como parte de la reivindicación de lo que significa ser mujer: “cuando las mujeres reivindicamos nuestro valor, también tenemos que reivindicarnos desde los aspectos más puramente femeninos. Es decir, tener una voz fina, un físico delicado o dominar lenguajes femeninos, como es la costura, no quiere decir que tu espíritu no sea fiero. Creo que no hay que esconder la dulzura; es una parte que te hace más fuerte, no más débil. Hay que exponer también todo esto. Lo que sí creo que hay que buscar es ser genuino.”

Este momento estaba ya cercano a marcar el cierre del show, pero Christina prolongó el final saliendo y volviendo al escenario al menos tres ocasiones. Ella dijo que podría estar toda la noche tocando para nosotros y seguramente nosotros podríamos haber amanecido envueltos en sus canciones, pero no fue eso lo que pasó. El concierto terminó, pero nos queda la promesa de un nuevo álbum del cual ella, según nos comentó, ha escrito ya algunas canciones. Nos queda además la lección, encarnada no sólo en sus canciones, sino en el modo mismo en el que ha llevado su carrera artística, de no pasar mucho rato justificando lo que queremos hacer, sino simplemente hacerlo: “los prejuicios están ahí y todos los sufrimos, pero creo que no tienes que estar en pie de guerra constantemente contra ellos, porque eso te impide hacer lo que realmente quieres. Si todo el rato estás en una postura feminista muy reivindicativa, siempre te estás peleando y, al final, no puedes hacer lo que realmente quieres hacer porque estás explicando todo el rato tu derecho a hacerlo. Mi posición es que te tienes que imponer sobre lo prejuicios. No hay que entretenerse en discutirlos: directamente hay que apartarlos e imponerse. Al final, la insistencia y el que des por hecho que tienes el derecho a hacerlo y ni siquiera lo reclames es lo que lo hace tuyo.”

Fragilidad y fortaleza en la voz de Christina Rosenvinge

Publicado en Cultura Colectiva.

(Denisse Gotlib y Grecia Monroy.) En estos tiempos en los que es fácil pasar mucho tiempo opinando sobre cómo creemos que debería ser el mundo, es tan sencillo como peligroso dejar de hacer lo que realmente queremos por pasar mucho tiempo explicando nuestro derecho a hacerlo. Olvidamos que, en ocasiones, el gesto de simplemente hacer algo es, al tiempo, una declaración de principios. Ésta es la clave para comprender la trayectoria musical de más de 30 años de Christina Rosenvinge.

Christina Rosenvinge en el Foro Indie Rocks. | Miguel Angel Huicochea/ContraCultura

Christina Rosenvinge en el Foro Indie Rocks. | Miguel Angel Huicochea/ContraCultura

Hace unos días, la cantautora danesa-española estuvo en la capital de nuestro país, tras una ausencia de casi seis años, y pudimos verla en esplendor en el escenario, así como charlar con ella.

Rosenvinge ofreció dos conciertos: uno en el Foro Indie Rocks y otro, gratuito, en el Centro Cultural España, en el marco de un evento en conmemoración del Día de la Mujer. En ambos, el set-list estuvo marcado por las canciones de sus tres últimos discos —Tu labio superior, La joven Dolores y Lo nuestro—, muchas de ellas con nuevos arreglos.

El sábado 5 de marzo, en un Foro Indie Rocks repleto y con los ánimos ya caldeados por el breve recital con el que Amaro Ferreiro abrió el escenario, Christina Rosenvinge salió a través de las cortinas traseras del escenario, cumpliendo la promesa de su cita con el público mexicano, al mismo tiempo que entregándonos una premonición de lo que sucedería esa noche. Al mando siempre del micrófono y, alternativamente, de una guitarra eléctrica y un teclado, la cantante nos atrapó con su frágil fortaleza que seduce a la vez que impone. Su propuesta escénica y musical es, inevitablemente, también una propuesta femenina en este mundo del rock en el que lo más usual son las voces y los cuerpos masculinos. El último disco de Rosenvinge, Lo nuestro (2015), es una reivindicación perfecta del camino ecléctico que ha seguido su carrera: ha conocido muchos mundos y ha aprendido algo de todos. Este disco cierra la última de las trilogías en las que se ha organizado la obra discográfica de Christina Rosenvinge.

Tanto en el concierto del Indie Rocks como en el del Centro Cultural España, pudimos escuchar un estilo mucho más rockero y enérgico que en otros espectáculos en los que se había presentado en un formato acústico y sin banda. Para Christina, estar de gira con una banda completa “ha sido una cosa muy buena porque, después del último disco, hice una gira mucho más intimista donde toqué con una especie de trío acústico con chelo y con otro guitarrista. Cuando acabé, me di cuenta de que echaba mucho de menos tener una banda de rock otra vez, así que empecé a escribir canciones para sonar furiosa y conseguir subir el nivel de energía en el escenario. Es muy estimulante y muy rejuvenecedor hacer esto.”

Christina Rosenvinge ofreció un gran concierto. | Miguel Angel Huicochea/ContraCultura

Christina Rosenvinge ofreció un gran concierto. | Miguel Angel Huicochea/ContraCultura

Uno de los grandes retos consistió en encontrar a los músicos que la acompañarían en el escenario: “me costó mucho encontrar gente que tuviera las mismas referencias que yo. Al final, la clave estaba en buscar gente mucho más joven, porque la gente de mi generación es muy conservadora y tiene miedo a experimentar.” La elección que hizo fue excelente, pues los tres jóvenes que la acompañan —Emilio Saiz (guitarra), David T. Ginzo (bajo, teclados) y Juan Diego Gosálvez (batería)— logran un muy buena articulación con ella y un sonido cuidado y explosivo en los nuevos arreglos de algunas canciones.

Al parecer, México es un buen lugar para experimentar, puesto que, como han reiterado muchos otros artistas, Christina también percibe que la gente aquí suele ser más desinhibida: “es más fácil desatarse, no te da vergüenza ponerte emocional, porque la gente lo acompaña. Hay una desinhibición emocional muy liberadora.” Christina también reconoció que el público mexicano es muy exigente y crítico.

Christina Rosenvinge en su visita a la Ciudad de México. | Grecia Monroy

Christina Rosenvinge en su visita a la Ciudad de México. | Grecia Monroy

Esto nos lo comentó Christina días después del concierto, cuando nos reunimos con ella en el Valiant Pub de la Ciudad de México, el cual, unos minutos antes, había sido el escenario para la presentación del libro semi-biográfico Christina Rosenvinge. La historia a través de sus letras (México, 2016). Éste fue realizado por la seguidora mexicana de la madrileña, Aida Flores, quien lo preparó durante los últimos dos años a partir de múltiples entrevistas y notas de prensa, logrando un texto que, al mismo tiempo que muestra los cambios en la trayectoria de la cantautora, logra mantener una secuencia narrativa coherente que hace su lectura muy amena. El libro de Flores sigue la línea de la “crítica apasionada” que seguidores de otros músicos han hecho, como el trabajo de Maitena Aboitiz sobre Gustavo Cerati (Gustavo Cerati en primera persona, 2013) o el de Alejandro Parrilla sobre Tori Amos (Exit 75, 2014).

La presentación fue emotiva e íntima, pues dio espacio para la interacción de Christina con el público. Además, la charla entre Christina, Aida Flores y el periodista musical Ricardo Bravo, fue muy ilustrativa tanto al respecto del proceso de formación del libro como de la trayectoria de la cantante. Durante esta charla, Christina señaló que, además de que es interesante poder verse a sí misma “reflejada” en sus propias palabras, el trabajo de Aida le parece muy valioso por mostrar cómo va cambiando lo que uno dice de sí mismo en diferentes entrevistas. En ese sentido, la entrevista le parece una especie de género literario que no refleja exclusiva ni nítidamente al entrevistado, sino que es una combinación entre lo que éste dice, la visión del periodista, la intención de los medios que la publican, etc. Por ello, el ejercicio periodístico de Aida es una especie de “meta-entrevista” que permite dar cuenta de lo que va cambiando alrededor de las entrevistas.

Christina Rosenvinge, Ricardo Bravo y Aida Flores en la presentación del libro. | Grecia Monroy

Christina Rosenvinge, Ricardo Bravo y Aida Flores en la presentación del libro. | Grecia Monroy

Al escuchar lo que se dijo en la presentación, así como al hojear el libro, se hace más claro que el lugar común de la “transición” por la que pasó Christina de ser una artista “pop” dentro de un circuito de música “comercial” —su etapa de Alex y Christina— a ser una cantautora ubicada más bien en el ámbito “alternativo”, es un poco simplista. Como ella misma señaló, para comprender su trayectoria musical es preciso considerar que abarca también la historia de una mujer a lo largo de 30 años; de manera que la experimentación, la contradicción, la simultaneidad, la duda y la certeza han estado presentes en todo momento. De ahí que, por ejemplo, su primera banda, a los 15 años, fuera ya un poco punk y rock, estilo que vemos fuertemente retomado en su último trabajo, y que desde la época de Alex y Christina ya componía letras con la semilla de un feminismo liberador que la acompaña hasta su último disco.

Por supuesto, el hecho de ser una mujer cantante no es sólo un tema para las canciones, sino también un lugar desde el cual éstas se hacen. Aunque Christina sabe que esto influye y que sería ingenuo pensar lo contrario, también cree que no hay que pasar demasiado rato justificándose: “los prejuicios están ahí y todos los sufrimos, pero creo que no tienes que estar en pie de guerra constantemente contra ellos, porque eso te impide hacer lo que realmente quieres. Si todo el rato estás en una postura feminista muy reivindicativa, siempre te estás peleando y, al final, no puedes hacer lo que realmente quieres hacer porque estás explicando todo el rato tu derecho a hacerlo. Mi posición es te tienes que imponer sobre lo prejuicios. No hay que entretenerse en discutirlos: directamente hay que apartarlos e imponerse. Al final, la insistencia y el que des por hecho que tienes el derecho a hacerlo y ni siquiera lo reclames es lo que lo hace tuyo.”

Además, Christina cree y pone en práctica otro punto fundamental para la reivindicación de lo que significa ser mujer: “cuando las mujeres reivindicamos nuestro valor, también tenemos que reivindicarnos desde los aspectos más puramente femeninos. Es decir, tener una voz fina, un físico delicado o dominar lenguajes femeninos, como es la costura, no quiere decir que tu espíritu no sea fiero. Creo que no hay que esconder la dulzura; es una parte que te hace más fuerte, no más débil. Hay que exponer también todo esto. Lo que sí creo que hay que buscar es ser genuino.”

Christina Rosenvinge en concierto. | Miguel Angel Huicochea/ContraCultura

Christina Rosenvinge en concierto. | Miguel Angel Huicochea/ContraCultura

La fragilidad y dulzura es algo que encontramos en su modo de cantar, pero también podemos escuchar una constante experimentación vocal en sus discos: “en Cerrado y, sobre todo, en Mi pequeño animal, cantaba mucho con un estilo rock más de escuela. Cuando empecé a escribir en inglés, empecé con lo de la palabra hablada, buscando un tono más intimista; para eso empecé a usar más la voz más susurrada. Ahora ha llegado un punto en el que alterno. La dramatización de la letra es muy importante, pues no sólo es la letra, es cómo la cantas. Tiene que transmitir a ratos fragilidad, a veces ira, a veces fortaleza y, al mismo tiempo, ser musical. Siempre me gusta tener un pie en la palabra hablada que, al fin y al cabo, es más literaria. Se trata de encontrar la manera de cantar y hablar al mismo tiempo y conseguir sonar muy personal, no como músico profesional, sino como una persona que se está rajando, de arriba a abajo. Eso es lo que pretendo y es lo más difícil de todo.”

Para Christina, la relación entre la música y letra no es siempre de correspondencia. A este respecto, nos ilustra con una curiosa y muy explicativa metáfora: “Si estuviéramos hablando de cocina, te diría que es que cuando juntas ingredientes tienes que buscar extremos. La música o el arte se fabrican de la misma manera. No puedes poner todo en el mismo lado de la balanza porque, entonces, pierdes el equilibrio. Busco la oscuridad en el sonido de la música porque para mí es una manera de transmitir esa vitalidad telúrica que tiene la tierra. Mis letras son muy líricas, tienen palabras de un lenguaje muy poético; utilizan muchas metáforas, a veces, metáforas que hablan de rosas, de la naturaleza, de mariposas… Entonces, quiero mezclar mariposas con muerte y lo que transmite, al final de todo, es pasión; una especie de deseo por la vida.” El humor es otro de los ingredientes que ella agrega a sus composiciones, el cual, además de a una cuestión de estilo, responde a una postura vital: “mi familia es danesa, del norte de Europa, y ahí la gente se toma todo más a pecho. Y si hay algo que he aprendido del espíritu de los latinos y que he absorbido es que lo más terrible, lo más trágico de la vida, se puede asimilar gracias al humor. Nunca se debe perder el humor ni el humor respecto a uno mismo. Tienes que ser consciente de que tienes momentos ridículos, de tu debilidad y tienes que tener la capacidad de reírte de ti mismo. Si no la vida es invivible, realmente.”

Según nos comentó, aunque aún sin muchos detalles, Christina se encuentra ya escribiendo los temas de su próximo trabajo, el cual tendrá una línea de continuidad con Lo nuestro, así como con la experiencia de sus últimos directos. Sin duda, la expectativa es grande para los que recién disfrutamos de la fuerza de Christina en el escenario y de la atracción poderosa de sus letras. No resta más que decir que esperamos que la próxima visita de la madrileña a nuestro país guarde la distancia adecuada con nuestros deseos de volver a verla y escucharla.

Julio López y el cine salvadoreño: “Es imposible atravesar una guerra sin cometer errores”

Publicado en Cultura Colectiva con el título de “«La batalla del volcán» una lucha de la que no se habla en El Salvador”.

(Denisse Gotlib y Grecia Monroy.)

Julio López es un cineasta nacido en México, pero con raíces salvadoreñas y guatemaltecas. Su historia de vida está atravesada por lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en estos tres países. Platicamos con él sobre el género desde el cual trabaja: el documental, y sobre cómo es hacer cine cuando los temas son la guerra civil, las desapariciones, la violencia, los movimientos sociales, sin olvidar la dignidad de las personas que pasan por esas experiencias.

Es temprano en Ciudad Universitaria. Por una hora nos apropiamos de la fuente del Centro Cultural Universitario que, con su rumor de agua, da la pauta para el ritmo de la conversación. Julio López es afable y generoso con sus respuestas. Parece ser un apasionado de la palabra y de su trabajo: hay mucho por decir y quiere aprovechar el tiempo al máximo. Al día siguiente tiene programado un viaje de mes y medio a El Salvador. El cineasta forma parte de una generación de jóvenes centroamericanos y mexicanos que están impulsando proyectos para conocer y repensar la historia de violencia, pero también de resistencia, por la que atraviesan sus países y la cual ellos viven de diferentes maneras.

El norte de Centroamérica y el sur de México, la zona de trabajo de Julio, comparten historias de lucha y de opresión. Algunos de los últimos episodios de violencia ocurrieron en la segunda mitad del siglo XX, cuando estallaron las guerras civiles en Guatemala (1960-1996), en El Salvador (1980-1992) y en Nicaragua (1979-1990); mientras que, aunque con sus diferencias específicas, pero con un trasfondo común, en México, en 1994, el EZLN se levantaba en armas. Tras los acuerdos de paz, cada país adoptó distintas y cambiantes políticas para tratar el tema de la guerra y de lo que había ocurrido en ella: algunas encaminadas hacia la memoria; otras, hacia la amnesia.

En los últimos meses, entre otros proyectos, Julio ha estado trabajando en la postproducción de su película La batalla del volcán, la cual aborda, a partir de testimonios de sobrevivientes, la llamada “Ofensiva hasta el tope”, iniciada a finales de 1989, durante la guerra civil salvadoreña. Para él, la elección del tema tiene que ver con la necesidad de traer a la discusión actual temas del siglo XX salvadoreño, el cual está, pese a su cercanía temporal, muy olvidado: las nuevas generaciones poco o nada saben sobre lo que sucedió y los productos culturales o académicos al respecto están lejos de ser suficientes. En esa búsqueda de preguntas y respuestas sobre la historia de la guerra, para el cineasta fue llamativa la batalla en la que, por única ocasión, la guerrilla, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), llegó a San Salvador, con el objetivo de derrocar al gobierno y al ejército.

Un rumor común sobre esta “Ofensiva hasta el tope” es que fue la batalla que “casi” gana el FMLN, lo que probablemente hubiera definido la guerra a su favor. Sin embargo, Julio, fiel a su deseo de hacer un análisis crítico de la historia, piensa que ése es uno de los asuntos a resolver. Sin embargo, lo que sí puede afirmar con certeza es que: “fue la mayor batalla militar jamás librada en suelos salvadoreños, la de más grandes dimensiones y la que definió la guerra. Lo que pasó fue que ni el ejército pudo derrotar a la guerrilla ni la guerrilla pudo derrotar al ejército. Cuando terminó eso y el campo de batalla que había sido la ciudad estaba devastado, fue que dijeron «bueno, vamos a negociar». Por eso, se convirtió en la batalla que definió la guerra y el siglo XX salvadoreño. Como parte del contexto mundial, fue la última batalla de la Guerra Fría.”

Julio López, cineasta.

Julio López, cineasta.

Julio López nació en México, en 1981. De padre guatemalteco y madre salvadoreña, su vida ha estado marcada por el ir y venir: su infancia la vivió en México; su adolescencia, en El Salvador. También ha pasado temporadas en Guatemala. En su etapa universitaria, regresó a México. Sin embargo, nunca estudió cine: “estudié Comunicación Política aquí en la UNAM. Empecé en esta cuestión del cine por la fotografía documental. La foto me llevó muy orgánicamente al video documental y ya del video documental empecé a hacer otro tipo de películas. Justo en ese tiempo, me regresé a El Salvador, y unos amigos acababan de fundar una productora. Entonces me junté con ellos y empezamos a producir. Pero, la verdad, fue muy inconsciente: nunca fue un plan.”

Sus primeros trabajos como fotodocumentalista los realizó en el 2006, en el DF: “Recuerdo que una de mis escuelas fue el plantón en Reforma encabezado por López Obrador. De hecho me publicaron en alguna revista fotos de aquella vez. Fueron mis primeras fotos publicadas.”

Trabajar desde el documental no fue algo premeditado, pero sí intuitivo: “la primera razón, hace varios años fue por practicidad y por recursos, porque  necesitas menos recursos para hacer un documental que para hacer una ficción. Lo otro es que siempre había una necesidad, un deseo muy grande de conocer otras realidades. Por eso empecé a hacer fotodocumental. Alguien me dijo una vez que la fotografía era el mejor pretexto para estar en cualquier lado. Y esa idea era cierta. Una manifestación social, la casa de un viejito, una fiesta, un concierto, todo era el centro para hacer fotos. Ése era un pretexto para estar en esas realidades y un proceso de aprendizaje. Al final el documental es el encuentro de tu persona con el otro, lo haces con el ánimo de conocer la vida de la otra persona o de exponer los problemas que está teniendo. Entonces, es un proceso de conocimiento que termina viéndose reflejado en la pantalla.”

Cuando uno empieza en la labor cinematográfica, tiene que hacer un poco de todo, pues es parte del proceso de formación independiente y autodidacta. Esto cambia con el tiempo, cuando los proyectos se van profesionalizando y especializando. Para Julio, sin embargo, lo anterior no significa pasar a grandes producciones, sino que prefiere los modelos de producción cinematográfica en los que los equipos de trabajo son pequeños: “normalmente, para hacer un documental somos cuatro personas. Yo siempre trato de hacerlo reducido porque me parece que hacer documentales es una experiencia de aprendizaje y de conocimiento que te cambia la vida. Me gusta compartir esto con grupos de amigos. El proceso de filmación es como una aventura de unos meses en la que nos embarcamos; lo hacemos de una forma muy compenetrada y con un equipo de mucha confianza. Porque, además, nos metemos en temas muy difíciles, ya sea por ver el sufrimiento, así en vivo y a todo color, o porque decimos cosas que a muchos sectores de la sociedad no les gustan. Tenemos que ser grupos muy sólidos.”

El equipo de ‘La batalla del volcán’ | Facebook.

El equipo de ‘La batalla del volcán’ | Facebook.

Así, en un grupo pequeño, ha sido también la filmación de La batalla del volcán. Si tuviéramos que resumirla en una frase, podríamos decir, siguiendo a Julio, que es una película que habla de la “Ofensiva” como pretexto para hablar de la guerra como pretexto para hablar de por qué no se ha hablado de la guerra. ¿Cómo es eso? Una de las dificultades para hacer un documental sobre un tema como éste es, justamente, la cuestión de hablar, de recordar y de expresar lo que ha estado en silencio durante mucho tiempo: “Es una parte fundamental de la película la reflexión sobre por qué no hemos hablado sobre lo que ocurrió”, dice Julio. Para él, la resistencia a hablar y a recordar responde a varios factores, todos con profundas raíces en la historia salvadoreña. “En El Salvador nunca se habló de la guerra. Una de las razones peculiares para esto es que la guerra se negoció y se firmó: no hubo vencedores, a diferencia de procesos muy claros con vencedores y perdedores, como en Nicaragua o en Guatemala, por ejemplo. A la hora de negociar la guerra, se generan unas ciertas condiciones donde lo mejor es decir «bueno, ya nos quedamos así y ya no le sigamos». Nunca hubo procesos de reparación emocional, física, material.” Hay también otras razones para optar por el silencio: “todos esos años nunca se habló porque todavía la gente estaba con miedo. Luego, el silencio fue por seguridad; no hablas por protegerte a ti, por proteger a tu familia, por proteger a tus compañeros. También está el dolor: no hablas porque no quieres recordar, porque es doloroso. Una última razón, que es de las más difíciles, es por vergüenza o por remordimiento. Es imposible atravesar una guerra sin cometer errores o sin haber visto atrocidades. Sobre todo la gente que hizo la guerra: los combatientes de cualquiera de los bandos —son un montón de bandos, no sólo fueron dos, fueron como diez—, todos cometieron errores, que costaron vidas y daños para toda la vida.”

Contar la verdad es quizás una meta inalcanzable, pero no por eso los intentos por hacerlo son vanos. Intentar mostrar otra parte de la verdad, en el caso de la guerra civil de El Salvador, responde, según nos cuenta Julio, a la necesidad de visibilizar un discurso más allá de la ideologización. Por ello, fue principio básico de La batalla en el volcán no hablar con “los de siempre”, con los que han construido las narrativas ideologizadas de la guerra, las cuales, muchas veces, sirven para intereses particulares. “Vamos a hablar con los de abajo: soldados, guerrilleros y civiles. Todos ellos tienen unas ganas enormes de hablar. Así como hay un abanico de razones por las que la gente no habló, también tenemos un montón de razones por las que la gente sí quiere hablar: primero, porque ya pasó suficiente tiempo; porque el gobierno de FMLN calmó mucho los ánimos de la izquierda; porque, como las víctimas civiles siguen sin recibir justicia, hablar es una forma de reparación. Una de las frases que más tenemos en la película es «yo nunca había hablado de eso». La película empieza diciendo «la ofensiva empezó tal día en esta esquina» y termina hablando de «yo tengo todos estos dolores.» Otra de las preguntas a todos los personajes fue: «¿cuál es tu dolor de la guerra?». Te vas metiendo en cosas que los marcaron para siempre. En El Salvador nunca se dio tiempo a entender la guerra como una tragedia humana. De hecho, se ha dicho tanto la palabra ‘guerra’, que hasta pierde sentido. Entonces, hay que señalar los errores, por lo menos para que pidan perdón, todos. No estoy hablando sólo de la fuerza armada: estoy hablando de los políticos y estoy hablando de la guerrilla también.”

Con el testimonio, viene el problema de su representación. ¿Cómo representar sin caer en un simplista discurso desesperanzador y pesimista? Para Julio López, la clave está en la dignidad que se transmite, directa o indirectamente, en el discurso, en la palabra y en los gestos: “Tienes que tener un buen ojo para encontrar qué personas te van a contar una realidad y que sean personas que te permitan mostrar la dignidad ante esas situaciones. Muchas veces eso no es tan consciente, pero las personas de una u otra forma están ahí haciéndole frente a ese horror o denunciándolo o tratando de solucionarlo y hay ahí un dejo de dignidad humana que te dice: «no todo está perdido», «no todo es desastroso», porque hay gente con dignidad. No lo tienes ni que decir ni que verbalizar explícitamente, sólo con oír las reflexiones de la gente, con ver sus acciones, sobresale mucho esa dignidad. En todas las películas que hemos hecho hasta el momento, aun trabajando con directores diferentes y en países diferentes, siempre sobresale esa dignidad humana que es, al fin y al cabo, la única que nos puede salvar.”

Julio López en plena filmación de ‘La batalla del volcán’ | Facebook.

Julio López en plena filmación de ‘La batalla del volcán’ | Facebook.

Aunque la dignidad es una característica en común, las circunstancias de producción y difusión del cine no son iguales en México que en otros países de Centroamérica. En México, para bien o para mal, hay una industria y tradición de cine arraigada, mientras que en Centroamérica el proceso de formación cinematográfico empezó recién a finales de los noventas, según nos cuenta Julio. Respecto a la distribución, en su experiencia, los festivales son un buen modo de difundir y legitimar el trabajo propio. Además, están las ventajas propias del tipo de cine que se produce en la región. “Las fortalezas que tienen nuestras películas son que hablan de cosas que nadie más habla. Creo que necesitamos hacer un nicho de cine centroamericano, que se empiece a entender ya el cine centroamericano como un cine más dentro de la cinematografía mundial. Ahorita estamos haciendo esfuerzos muy puntuales en cuestiones de distribución, en hacer películas de calidad y con un discurso bien estructurado. Eso tarde o temprano nos va a permitir entrar a todas las plataformas de distribución. No dudo que, de aquí a diez años, el cine centroamericano va a estar bien, va a ser muy saludable y va a estar bien establecido.”

Esto hay que pensarlo, además, en el contexto específico de El Salvador, de las políticas posteriores a la guerra y, especialmente, de los últimos dos gobierno del partido de izquierda del FMLN. Aunque, en opinión de Julio, se está desperdiciando una oportunidad histórica para crear una plataforma cultural en el país, este gobierno, a través del Ministerio de Economía, no a través de la Secretaría de Cultura, está financiando, por primera vez en la historia del país, proyectos de cine. “Todas las cinematografías del mundo han iniciado porque el Estado ha hecho una inversión muy grande para levantar una industria cinematográfica. Ahora que el Estado salvadoreño, por primera vez, ya en el siglo XXI, está dando dinero para hacer cine, pues son buenísimas noticias.”

Convocatoria para compartir testimonios para ‘La batalla del volcán’’ | Facebook.

Convocatoria para compartir testimonios para ‘La batalla del volcán’’ | Facebook.

Para terminar, Julio nos cuenta qué otros proyectos, además de La batalla del volcán, que probablemente esté lista para finales de este año, están en puerta: “vamos a estrenar en febrero, en Ambulante, El remolino. A partir del segundo semestre del año estrenaremos la película de Marcela Zamora, Los ofendidos, que recoge testimonios de tortura durante la guerra. Además, vamos a rodar dos películas este año: una nueva de Marcela Zamora en la que vamos a hacer el retrato de unos paramédicos voluntarios que tienen una base en el centro de San Salvador; otra de Marlene Santos, documentalista española radicada en El Salvador, que trata sobre una compañía de teatro compuesta por mujeres vendedoras del mercado; ésta se llama La cachada.”

Mientras estos proyectos salen a la luz, hay diferentes facetas del trabajo de Julio que ya podemos disfrutar, muchos de ellos disponibles en su perfil de Vimeo. Por ejemplo, su trabajo como productor en el documental El cuarto de los huesos, dirigido por Marcela Zamora; en El remolino, producido junto con Anaís Viñal y dirigido por Laura Herrera; así como el cortometraje dirigido por Tatiana Huezo, Ausencias. Como director, están los documentales La semilla y la piedra y Acaxual, además de los cortometrajes El videoforo, Veinte dólares y Plaza de cocos.

https://web-beta.archive.org/web/20161017002518if_/http://player.vimeo.com/video/117002929?title=0&byline=0

El Cuarto de los Huesos (Trailer) from Julio López Fernández on Vimeo.