“En aquella patria a la que llaman Neza”: Bunbury ante 200 mil personas

Publicado originalmente en Acordes Modernos.

(Grecia Monroy.) La noche de ayer, martes 17 de mayo, Enrique Bunbury dio un concierto gratuito ante —de acuerdo con cifras anunciadas hoy— aproximadamente 200 mil personas congregadas en el Deportivo Bordo de Xochiaca, en el marco de las celebraciones por el 53 aniversario de “aquella patria a la que llaman Neza”, según verso adaptado por el mismo Bunbury.

Aunque el concierto se había anunciado para iniciar a las 6 de la tarde —con Enjambre a la cabeza, seguido de La Castañeda, para finalizar con Bunbury—, todavía hasta pasadas las 8 de la noche la gente seguía llegando y formando filas larguísimas y serpenteantes que avanzaban a buen ritmo. Además de cuidar que nadie se “metiera” en la fila, también había que estar alerta de no meter los pies en los charcos sucios que la lluvia había dejado. Lo poco que seguía cayendo de leve llovizna era aprovechado por algunos vendedores como última estrategia de mercado: “de a 10 pesos las capas impermeables, para que no mueran de pulmonía y vean a Bunbury”. La fila no dejaba de avanzar, pero la impaciencia iba creciendo, por lo que muchos consultaban en sus teléfonos celulares las redes sociales para saber cómo iba el evento: La Castañeda casi había terminado. Después de algunos minutos más de fila y de las revisiones de seguridad protocolarias en este tipo de eventos, finalmente era posible llegar a la explanada donde estaba el escenario y, a sus pies, un verdadero mar de gente.

Para los que llegamos al final, el escenario era apenas un cuadro luminoso a la distancia, pero podíamos sustituir su visión por la de las pantallas gigantes que estaban colocadas por toda la explanada. Eran poco antes de las 9 y media cuando esas pantallas proyectaron la imagen de Enrique Bunbury, de negro y con lentes oscuros, saliendo al escenario entre aplausos y vitoreos multitudinarios. Sonó “Iberia sumergida”. Esa primera canción prometía un set-list que retomaría un poco de todos los repertorios que Bunbury ha estado tocando últimamente. Siguió el clásico inaugural “El club de los imposibles” y la potente “Destrucción masiva”. Luego, “Dos claves a mis alas” abrió la serie de canciones con nuevos arreglos para el Unplugged, pues le siguieron “Sirena varada”, “Porque las cosas cambian” y “El camino del exceso”. En su primer saludo al público asistente, Bunbury recordó que “esta noche estamos celebrando muchas cosas. Nosotros, aquí arriba, celebramos 30 años de mutaciones; ustedes, allá abajo, 53 años de Nezahualcóyotl” y anunciaba el camino de la celebración: “vamos a hacerles un recorrido por 30 años de canciones. Vamos a intentar tocar canciones de todas las épocas, de todos los momentos. Esperamos que muchas de esas canciones las recuerden con cariño.”

Tras salir un momento y despojado ya de los lentes oscuros y del saco, Bunbury reapareció a cantar “Avalancha”, “Que tengas suertecita” y, según él mismo la presentó, “una canción que hicimos en el disco que grabamos con el hermano Nacho Vegas”, la siempre con dedicatoria “Puta desagradecida”. Después vino “El extranjero” e “Infinito”, una de las canciones con la que muchísima gente reconoce a Bunbury y la cual suele ser la carta de presentación de las recopilaciones “piratas” en CD del cantante que se venden en los vagones del metro del D.F.

Los que habíamos pensado que, por ser un escenario compartido y un evento gratuito, el concierto duraría a lo mucho 40 minutos, estábamos muy equivocados: aún había para rato. Vino la declaración de principios de “El hombre delgado que no flaqueará jamás” y el esperanzador llamado de “Despierta”. Antes de llevarnos “Mar adentro”, Bunbury nos provocaría: “no sé si ya se cansaron o quieren un poco más…” Las manifestaciones bizarras de amor en forma de alarido —como diría Jorge Drexler— se inclinaron por la segunda opción. Entonces, al cobijo de un apenas estrellado cielo mexicano, el español cantó “las estrellas te iluminan y te sirven de guía”, versos del clásico de clásicos “Maldito duende”. Por cierto que, durante ese tema, Bunbury bajó del escenario y se aproximó a las primeras filas de asistentes, provocando olas de euforia que llegaron incluso a las partes más alejadas del escenario.

Aprovechó después para presentar a Los Santos Inocentes, que dicho sea de paso, estaba sonando excelente, como de costumbre. “Nos sentimos agradecidos, honrados y queridos”, expresó el cantante antes de dar inicio a “Lady blue”. Aunque el final parecía inminente, aún quedaban sorpresas…

Los conciertos son un espacio-tiempo misterioso. Lo que ocurre en ellos es difícil de explicar, porque mucho escapa a lo racional y se mueve entre abismos insalvables: lo masivo y lo personal, la paradójica lejanía y cercanía, la fugacidad y la permanencia… Cada quien lo asume y expresa a su modo, supongo. Creo, sin embargo, que no hablo sólo por mí al decir que, al igual que en otras ocasiones, el concierto que Bunbury ofreció esa noche en Ciudad Neza hizo sentir a muchos de los ahí presentes que el mundo podría acabarse después y todo estaría bien. “Es un inmenso placer cantar para ustedes; tocar para ustedes. No nos olviden” fueron las palabras previas a “Más alto que nosotros sólo el cielo”. Después, Bunbury nos recordó un tercer motivo de celebración para ese día: el disco El viaje a ninguna parte cumplía 12 años y así enmarcó “El rescate”. El concierto alcanzaba ya cerca de dos horas de duración; faltaba poco para terminar, aunque mucho en cuanto a densidad de canciones se trata: “La chispa adecuada“, “Los habitantes”, “De todo el mundo“ y “Y al final”. Fue con esta última pieza que, faltando 30 minutos para la medianoche, Enrique Bunbury cerró su primer concierto en Ciudad Neza, su segundo gratuito en México y uno más en sus 30 años de extraordinaria trayectoria musical.

Michael Waldrep, “Tlatelolco y el sueño modernista en la Ciudad de México” (traducción)

Original: Michael Waldrep, “Tlatelolco and the Modernist Dream in Mexico City” (publicado por Michael Waldrep en Fulbright National Geographic Stories el 6 de marzo de 2015).

Traducción: Grecia Monroy Sánchez (9 de 17)
*Las fotos y vínculos incluidos aquí son los mismos que en la entrada original.

Tlatelolco y el sueño modernista en la Ciudad de México

Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

Oficialmente llamado Conjunto Urbano Presidente Adolfo López Mateos de Nonoalco Tlatelolco (¡uf!), la zona de Tlatelolco es actualmente un fascinante vestigio del pasado modernista del México de mediados de siglo y —lo que me gusta incluso más— una visión de un futuro que pudo haber sido. Mientras sigo en mi intento por entender la cara actual de la urbanización a las orillas de la Ciudad de México, me parece cada vez más que una perspectiva útil se encuentra en los prototipos de vivienda del pasado de la ciudad.

El atardecer sobre el conjunto habitacional en Tlatelolco. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

El atardecer sobre el conjunto habitacional en Tlatelolco. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

Aunque actualmente se localiza cerca del centro de la ciudad, antes de la Conquista Tlatelolco era un reino separado, pero aliado a Tenochtitlán —la principal ciudad del México Prehispánico—, y fue el sitio de un inmenso mercado. Para el siglo XX, gran parte del sitio fue ocupado por un gigantesco patio de trenes conectado a la estación Buenavista. Como en Philadelphia y, más recientemente, en New York, una gran extensión de tierra, de un único propietario, es irresistible a los ojos de un gobierno que busca remodelar la ciudad.

Un residente fuma en el espacio común de su edificio en Tlaltelolco. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

Un residente fuma en el espacio común de su edificio en Tlaltelolco. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

Después de la Segunda Guerra Mundial, bajo el mandato del presidente de avanzada Miguel Alemán Váldes, y de cara a una oleada de migrantes a la ciudad, el gobierno se puso a construir un ejemplo de lo que debió haber sido visto como la vivienda del futuro. Tan sólo una pequeña caminata al centro de la ciudad por el Eje Central Lázaro Cárdenas, proyectaría la imagen, labrada en concreto, de casas limpias, ordenadas y decentes. Bajo la influencia de los entonces radicales diseños del arquitecto suizo Le Corbusier —como la Unité d’Habitación en Marsella (y otras reiteraciones similares en otros lugares)—, Alemán le había encargado ya al arquitecto Mario Pani el desarrollo de grandes conjuntos de viviendas en otros sitios que eran propiedad del gobierno en la Ciudad de México.

A diferencia de la mayoría de los conjuntos de vivienda en Estados Unidos, las plantas bajas de los edificios de Tlatelolco están llenos de comercios. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

A diferencia de la mayoría de los conjuntos de vivienda en Estados Unidos, las plantas bajas de los edificios de Tlatelolco están llenos de comercios. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

Terminado en 1964, Tlatelolco volvió visible, para gran parte de la ciudad —desde la altura suficiente,— una amplia franja de terreno. El desarrollo de Pani era una pequeña ciudad, con 80 000 residentes, servicios públicos, comercios e, incluso, las ruinas conservadas de unas estructuras prehispánicas que fueron descubiertas durante el proceso de construcción. En ese momento, la promesa de vivienda moderna y una época triunfal para la arquitectura y el diseño urbano parecían incipientes. Sin embargo, como trataré en mi entrada de la próxima semana —y como la arquitectura de las orillas de la ciudad parece demostrar— hay razones para que una ciudad inspirada en Tlatelolco nunca haya llegado a ser realidad.

Cada esquina, una historia: Enrique Bunbury en Ciudad Neza

Cartel anunciado en el Twitter de Bunbury.

Cartel anunciado en la cuenta de Twitter de Bunbury.

Publicado originalmente en Acordes Modernos.

(Grecia Monroy.) Donde un artista canta, un artista es y hace ser. Lo que sucede es que, la mayoría de las veces, esta elección no es sólo de quien dará el concierto, sino que influyen otros muchos factores de la llamada “industria cultural”. Sin embargo, en tanto acontecimiento, los lugares que un cantante o banda “elige” para presentarse delatan ciertas cosas.

En la tarde-noche del próximo 17 de mayo, Enrique Bunbury será la presentación estelar del último concierto del festival “Neza 2016. Ciudad de Todos”. Esta ciudad que, a modo de Atlántida invertida, no fue cubierta por el agua, sino que fue emergiendo del desecado lago de Texcoco en las periferias de la Ciudad de México, ha estado festejando sus 53 años de fundación oficial como municipio del Estado de México desde el pasado 20 de abril y hasta el 20 de mayo con este festival gratuito que incluye más de 50 diferentes actividades y que fue organizado por el Ayuntamiento de Ciudad Nezahualcóyotl. A la par, el cantante español está celebrando 30 años de carrera musical.

Programa completo del festival “Neza 2016. Cuidad de todos.”

Programa completo del festival “Neza 2016. Cuidad de todos.”

Este concierto sería el primero de Bunbury en Neza —nombre con el que más comúnmente se le conoce a esta zona—, pero no la primera vez que el cantante se presenta en un recinto masivo de manera gratuita: el legendario concierto en el Estadio Azteca —el punto de partida del reciente documental El camino más largo— tuvo esas mismas características. Aun así, este concierto en Neza tiene sus particularidades.
En este punto, he de decir que aquí se juntan dos de mis grandes temas de interés: la música y la experiencia vital de las zonas metropolitanas de la Ciudad de México. Ciudad Neza, así como Ecatepec, Cuautitlán y otros municipios periféricos a la capital, son focos de fenómenos urbanos complejos e imprescindibles si uno quiere comprender cómo funciona la gran Ciudad de México, más allá del Centro Histórico y su zona turística. Me interesa hablar de esto porque, para los que no viven en el D.F. y sus alrededores, Neza puede ser sólo otro sitio en el que se puede dar un concierto. Lo es, claro, pero la historia siempre da otras perspectivas.

Ciudad Neza ha sido definida como “el asentamiento informal prototípico de la zona metropolitana de la Ciudad de México”. Aunque el festival esté conmemorando la fundación de Neza como municipio en 1963, su historia comenzó un poco antes, tal como nos cuenta Michael Waldrep en sus breves pero precisas crónicas ensayísticas de sus paseos por las zonas metropolitanas del D.F. (Algunas traducciones del inglés al español de sus textos están aquí.) Para la década de 1940, el lago de Texcoco —cuerpo de agua en cuyo centro estaba situada la isla en la que se erigió la capital del imperio azteca— estaba casi ya totalmente desecado, dejando al descubierto unas “nuevas” tierras sin propietario. Esto dio lugar a que dudosas compañías desarrolladoras dividieran y vendieran, ilegalmente, esos terrenos a familias que estaban en búsqueda de una casa propia. Para los años sesenta, la población había aumentado mucho, aunque gran parte de la arquitectura urbana y los servicios públicos aún eran precarios. Aunque se trata de un proceso mucho más complejo que lo que alcanzo a presentar aquí, con el paso de los años, los servicios han ido mejorando, especialmente mediante la organización de los habitantes y algún apoyo gubernamental.

«“Cabeza de Coyote”, una escultura en el centro de Neza.» | Foto y pie de foto: Michael Waldrep.

«“Cabeza de Coyote”, una escultura en el centro de Neza.» | Foto y pie de foto: Michael Waldrep.

Ejemplo de ello es el origen del lugar específico que será el escenario que Bunbury compartirá, por cierto, con otras dos bandas mexicanas —Enjambre y La Castañeda. Se trata del Deportivo Bordo de Xochiaca. El sitio donde se encuentra éste fue antes el basurero (vertedero) más grande de toda Latinoamérica, receptor de toneladas de desechos de la Ciudad de México. A partir del año 2008, inversiones privadas convirtieron esa zona en un llamado “complejo comercial-deportivo-ecológico” en el que, además del deportivo, hay un centro comercial.

Como siempre, más aún viviendo en México, uno suele sospechar de cualquier iniciativa privada y también pública. La controversia es inevitable, pero lo que me parece interesante es que, de diversos modos y por también diversas razones —algunas “buenas”; la mayoría “malas”—, las llamadas “zonas periféricas” del D.F. están siendo puestas bajo el reflector constantemente. Este festival y la presencia de Bunbury en Ciudad Neza me parece que es una de esas “buenas” ocasiones para recordar algo de la historia de ese lugar que, al final de cuentas, es una parte fundamental de la historia del desarrollo urbano de México.

Bunbury en Guadalajara, México. | Foto: Jose Girl.

Bunbury en Guadalajara, México. | Foto: Jose Girl.

Ahora bien, en cuanto a la trayectoria del cantante español, el fenómeno también resulta interesante. Si hay alguien que sabe hacer un concierto y poner a las masas en su punto, es Bunbury. Quienes hayan estado en alguno de sus cientos de conciertos y quienes hayan visto el documental El camino más largo, podrán comprender mejor que esta próxima presentación del 17 de mayo —que, por cierto, cerrará la primera parte de la gira de Bunbury por México y dará paso a su recorrido por E.U.— nos comprobará una vez más que este cantante es capaz de dominar pequeños escenarios en ciudades a lo largo de Estados Unidos, llenar el estadio principal de la Ciudad de México o hacer vibrar un deportivo que antes fue un basurero en una de las zonas metropolitanas más interesantes de México. Como dice el mismo Bunbury, “cada esquina nos devuelve nuestra historia” y por eso importa saber en qué esquina estamos.

El paso ‘2’ de León Benavente en México: nuevo disco y quién es quién

Publicado en Acordes Modernos y en Cultura Colectiva (en este último con el título “El aterrizaje descomunal de León Benavente en México”.)

César Verdú, Luis Rodríguez, Edu Baos y Abraham Boba de León Benavente. | Fotografía: Mariana L. Durand

César Verdú, Luis Rodríguez, Edu Baos y Abraham Boba de León Benavente. | Fotografía: Mariana L. Durand

(Denisse Gotlib, Mariana L. Durand y Grecia Monroy.) Son las cuatro de la tarde en punto y cruzamos el camellón de Álvaro Obregón para llegar al lugar de la cita. Hace tres años, el grupo español León Benavente editó uno de los mejores discos del 2014, titulado León Benavente. Ahora nos vamos a encontrar para hablar de su nuevo disco, 2, liberado apenas el 8 de abril de este 2016. A pesar de que el año aún es joven, estamos seguras de que este nuevo conjunto de canciones se mantendrá como uno de los materiales más destacados cuando en diciembre escuchemos las doce campanadas.

No es casualidad que una de las primeras paradas de los españoles para promocionar su disco sea nuestra Ciudad de México. Desde que se unieron como León Benavente, han cruzado el Atlántico en cuatro ocasiones y parecen conocer bien el vértigo de llegar a nuestra ciudad-monstruo. Tanto así que el nuevo disco narra fragmentos de su última experiencia de viaje, en la canción “Habitación 615”: “Tras veinte horas de sol, vamos a aterrizar. / Desde el cielo el D.F es descomunal.”

Nuestra entrevista tiene, además, un segundo cometido: conocer un poco más de cada uno de los cuatro integrantes de la banda: César Verdú (batería), Edu Baos (bajo), Luis Rodríguez (guitarra) y Abraham Boba (voz y teclados). Muchos ya saben que el trayecto de León Benavente comenzó cuando los cuatro músicos, que se conocían por haber trabajado con Nacho Vegas, decidieron juntarse a hacer canciones: de ahí surgió su primer disco, a partir del cual hicieron una gira casi ininterrumpida de más de dos años. Sin embargo, antes de eso, cada uno estaba ya en la música: de diferentes modos y habiendo llegado por diferentes caminos.

César Verdú | Fotografía: Mariana L. Durand

César Verdú | Fotografía: Mariana L. Durand

César Verdú (Murcia, 1974) llegó a la música por el camino del rock de los años 50 y 60, y del punk de los Ramones, Sex Pistols y Dictators. En casa, su familia era más de música clásica y ópera. A los 15 años, cuando con algunos amigos formó una banda, más que elegir la batería, ese instrumento lo eligió a él. “Si me hubiera tocado la guitarra, a lo mejor sería guitarrista, no sé. Pero me quedé con la batería hasta el día de hoy.” Aún faltaba para que se encontrara con otro de sus talentos. “Con 16 años me metí a hacer la carrera de Imagen y Sonido, pero por aquel entonces en España no estaba muy sofisticado el tema de la ingeniería de sonido; aunque sí aprendí muchísima fotografía. Me di cuenta de que así no iba a aprender sonido y cuando tenía 18 años me metí a trabajar gratis a una empresa de sonido: cargando, descargando y montando. Así aprendí sobre sonido, a través de trabajar.” Claro que a la vez había que tener otros trabajos que sí pagaran y César tuvo uno de lo más extraño: “trabajaba desmontando cajas fuertes para bancos. Nos íbamos a un almacén donde las resguardábamos, las almacenábamos y las cambiábamos.” Mezclando, pues, lo técnico y lo musical, César ha participado en varios proyectos, entre los que destaca Schwarz, la banda con la que más tiempo ha estado y con la que hizo ocho discos y muchas giras por Europa. “Era un grupo de crowd rock bastante experimental; los conciertos eran muy instrumentales, con vocoder y con luces tipo Pink Floyd.”

Edu Baos | Fotografía: Mariana L. Durand

Edu Baos | Fotografía: Mariana L. Durand

Edu Baos (Zaragoza, 1976) nos cuenta que “desde que sé lo que es trabajar, trabajo en la música”. Aunque en su casa no había realmente un ambiente muy musical, lo que sí había era una guitarra con la que Edu empezó a jugar. “Empecé a aprender poco a poco. Luego, tengo un amigo, que todavía conservo, con el que nos sacamos algunas canciones.” Después de eso, comenzaron las colaboraciones con distintos proyectos de la escena española y, especialmente, su participación en el grupo Tachenko.

A lo largo de sus carreras, tanto Verdú como Baos han alternado roles técnicos y creativos, por decirlo de algún modo, y esto ha sucedido también en León Benavente. Esto, como nos comenta César, “la verdad es una ventaja, porque no solamente estoy yo dentro del grupo como técnico de sonido, también está Edu. Esto ayuda bastante y te das cuenta de ello cuando ves a grupos que no tienen a esa persona que esté encima de una forma técnica y con el conocimiento para hacerlo. Te hace tener las cosas bastante claras, de cómo quieres la producción del próximo disco, de qué sonido buscas, de hacia dónde quieres tirar.” Para Edu, este manejo de ambos terrenos supone una forma particular de poder comunicarse: “cambia el lenguaje que utilizas. Cualquiera de los cuatro tiene su percepción musical. Lo único es que tenemos un poco más de lenguaje para poder transmitir lo que tenemos en la cabeza. Sí ayuda, pero tampoco es lo más difícil: lo más difícil es saber qué funciona en cada canción.”

Al escuchar a León Benavente, tanto en sus discos como en vivo, la perfección técnica es manifiesta y, de hecho, es una parte inseparable de lo que podría parecer más “creativo”: crear y hacer surgir la canción. Sin embargo, es cierto que esto es un proceso y tiene diferentes momentos. Aunque, según nos cuentan, en este nuevo disco —2— hubo más variedad en cuanto al modo de trabajo, pues algunas canciones las compusieron entre los cuatro y alguna incluso surgió en el estudio, este momento usualmente corre a cargo de Luis Rodríguez y Abraham Boba.

Luis Rodríguez | Fotografía: Mariana L. Durand

Luis Rodríguez | Fotografía: Mariana L. Durand

A Luis Rodríguez (Asturias, 1975) el gusto por la música, al igual que le pasó a sus compañeros, le llegó por algún encuentro fortuito que luego fue tomando forma en compañía de amigos: “imagino que fue una cuestión de empezar a escuchar música cuando era más joven y, a raíz de eso, empezar a interesarme por los sonidos de los discos que había ahí. Creo que algún amigo tenía una guitarra y fue donde me lancé a intentar a ver si podía hacer lo mismo.” Aun así, el sustrato asturiano, expresado en gestos maternos, constituye uno de sus primeros recuerdos musicales: “mi madre me cantaba cuando era muy pequeño; eran canciones tradicionales asturianas, una cosa que se llama añadas, algo parecido a una nana, una canción para dormir a los bebés.” Por cierto que, antes de dar el giro definitivo hacia la música, Luis tuvo una incursión profesional a la que no cree volver: “hice algo parecido a administración de empresas que, bueno, me quedan unas asignaturas para terminar y creo que no voy a terminar nunca.”

Abraham Boba | Fotografía: Mariana L. Durand

Abraham Boba | Fotografía: Mariana L. Durand

Abraham Boba (Galicia, 1975) desde chico tuvo gusto por cantar. “Mi primer recuerdo musical es estar de niño cantando canciones para los amigos de mis padres que me pedían que cantase. Me pagaban doscientas pesetas.” Ya de adolescente, empezó a tocar la batería también. Tras participar en algunos grupos e incluso grabar algún disco, cuando cumplió 22 años, pudo dar cauce a la que es su verdadera vocación: “me di cuenta de que quería estudiar música, estudiar solfeo, que necesitaba herramientas para componer canciones, que a mí es lo que siempre me ha gustado, más que ser músico. Empecé a tomar clases de piano y dos años después empecé solfeo, armonía, arreglos, todo eso. De ahí fue cuando empecé a utilizar el piano como instrumento del día al día.” Como suele ocurrir, la vocación siempre va mezclada con las circunstancias y Abraham Boba también tuvo varios trabajos más allá de la música: “hice un poco de todo. Trabajé en una revista cultural gratuita durante años, luego como camarero, haciendo politonos para móviles… Trabajos varios.”

Como sabemos, las letras de las canciones son tarea de Boba quien, también como muchos sabrán, tiene una carrera previa en solitario que nos ha dejado tres excelentes discos. ¿Cómo son sus momentos de composición? “Soy de la idea de Picasso, que la inspiración te tiene que coger trabajando. Yo soy de cuando sé que tengo que trabajar, le echo como si fuera un funcionario. Me pongo un horario de trabajo, de despertarme por la mañana, desayunar y sentarme al piano, aunque no tenga ninguna idea de nada. A raíz de ahí es como la mente va generando sus recursos para llegar a ideas que luego se pueden convertir en canciones.” Claro que eso no elimina el factor espontáneo que puede hacer que una canción provenga de cualquier lugar: “hay una canción de este disco, por ejemplo, que me dio pie a escribirla un amigo nuestro que es una persona muy vinculada a la música desde hace años; se llama Jesús Llorente. Un día que llegamos a Madrid nos lo encontramos, el hombre venía de no haber dormido nada y dijo «Llevo toda la vida errando». A mí me pareció una frase maravillosa, se me quedó ahí y la apunté. Meses después, haciendo la canción, dices «Ah, mira, esta frase» y va saliendo.”

Desde la última vez que estuvieron por aquí, nos habían advertido que, inevitablemente, el próximo disco alguna novedad tendría, pero que permanecería lo fundamental: canciones honestas que les satisficieran y gustaran. ¿Pero cómo fue meterse al estudio a grabar tras cerrar un largo periodo de gira? “Fue duro, muy duro, porque al final nos tiramos dos años y medio de una gira ininterrumpida, de muchísimos conciertos. Después de toda la paliza que llevábamos, tirarte tantos meses fuera de casa preparando el disco se hace un poco tedioso, aunque estés muy concentrado, pero te agota mucho”, comenta César. Luis rescata el hecho de que “estar estos tres años girando hace que eso se refleje en el disco, con canciones un poco más potentes, con un sabor más directo, porque nosotros ya nos entendemos mejor como músicos. Nuestras relaciones cambian y entonces creo que un poco de la experiencia adquirida durante esos años se cuela, se refleja en el nuevo disco.” Además, esta nueva experiencia tiene incluso una función retroactiva sobre las canciones del primer disco, según dice Abraham: “las canciones del primer disco se transformaron mucho en directo, se hicieron mucho más fieras y eso es algo que desde el principio está en estas nuevas canciones, que también ahora, cuando las toquemos en directo, posiblemente se acaben convirtiendo en otra cosa.”

Los seguidores de las bandas a veces oscilan en polos muy radicales en sus expectativas: o el disco anterior siempre es mejor o el “mejor” disco no ha llegado aún —¡ni nunca llegará! Cada quien lo asume a su modo, pero es un hecho que León Benavente cargó con cierta “presión” a la hora de hacer el segundo disco. “Sería un poco hipócrita decir que no hay presión —nos cuenta Luis—, sabíamos que iba a haber mucha gente pendiente de lo que íbamos a hacer en este disco y eso estaba ahí, pero no permitimos que eso condicionara la composición de estos temas.” César nos cuenta algo de la paradójica opinión de que un disco tan bueno como el primero pareciera, en vez de ofrecer la promesa de lo venidero, cancelar esa posibilidad: “en España nos sucedió muchas veces que la gente venía a nuestros conciertos y luego hablaba con nosotros; y nos reíamos de un comentario que era bastante repetitivo: «joder, ahora a ver qué disco váis a hacer, porque con lo que habéis hecho, lo tenéis muy difícil». Entonces, la verdad que no eran ánimos, era decirte «ni lo intentes». Pero, bueno, nosotros queríamos hacer un disco que englobase, por así decirlo, los tres años que llevamos como grupo.” Boba coincide con esto: “Lo único que pensamos fue en hacer un disco que nos gustase, que nos pareciese mejor que el primero.”

León Benavente | Fotografía: Mariana L. Durand

León Benavente en el D.F. | Fotografía: Mariana L. Durand

La verdad es que 2 ha sorprendido y encantado. Luis Rodríguez lo sitúa como “un disco muy variado, sin llegar a ser ecléctico, es un disco con varios matices”. La primera canción que hicieron para este segundo material fue “California” y, en parte, cree que “esa canción fue la que marcó un poco la línea, pero tampoco podemos decir que es un resumen.”

Uno de los elementos que más de una reseña crítica ha resaltado de 2 es su giro “electrónico”. Esto hay que matizarlo. Aunque es cierto que los sonidos de algunos instrumentos, como la batería, se oyen más sintéticos, no hay en realidad algo “artificial”, porque todos son tocados por ellos. Explica Verdú: “a nivel técnico en este disco, una de las cosas que a mí me apetecía hacer con mis baterías era procesarlas de otra manera que en el anterior, donde eran más orgánicas. En este disco sí que queríamos hacerlo más sintético, pero que estuviera tocado por nosotros. Yo creía que le podía sentar bien a la banda una batería un poco más procesada y guitarras que no fueran tan estándar rockeras, sino que tuvieran unos sonidos diferentes a los de una guitarra convencional; los bajos y los sintes igual.”

Por cierto que, aunque no propiamente como parte del disco, pero sí en el marco de éste, nos dieron también la sorpresa de la colaboración que Enrique Bunbury hizo en una canción que salió como un vinilo 7”: “Televisión”. Ese tema formaba parte de las nuevas canciones para el disco, pero no terminaba de “encajar” con las demás. A Bunbury lo conocían, por un lado, por el proyecto que éste hizo con Nacho Vegas en 2006 (El tiempo de las cerezas) y también porque Edu Baos, que es de Zaragoza al igual que Bunbury, había colaborado como bajista con él en un par de temas. Aunado a esto, el hecho de que 2 saliera con el sello de Warner Music y de que los cinco músicos coincidieran en la Ciudad de México en octubre del año pasado, facilitó la colaboración: “Enrique conocía al grupo, nos conocía a nosotros, le gustó, le apeteció muchísimo y, sobre todo, creíamos que le iba a sentar bien a la canción que la cantase él. La grabamos aquí en un estudio en México. Las pistas terminadas se las mandamos a Enrique a Los Ángeles. Él nos mandó un montón de pistas, muy profesional, quedó perfecta y fue una maravilla trabajar así con él”, nos cuenta Luis.

Un par de días después de nuestra entrevista, en medio de las actividades de la intensa semana de promoción que tuvieron en México, León Benavente ofreció un breve concierto en el Lunario del Auditorio Nacional, en el marco de la “Noche española” en la que participaron también Pablo López y Rozalén. La fórmula mágica del concierto: 7 de las 9 canciones de 2 tocadas por primera vez en México, además de 1 clásico del primer disco —“Ser Brigada”. El acto poético de la noche fue cuando “Habitación 615” regresó a su lugar de origen y fue coreada por todos los que se reconocen en esa crónica de la experiencia de vivir el D.F.

Al día siguiente del concierto, la visita de esta ocasión tuvo su cierre en la convivencia que la banda compartió con sus seguidores en el Centro Cultural España. Entre reencuentros, bienvenidas, fotos saludos, abrazos, firmas en objetos extravagantes y muchas risas, León Benavente se despidió de México prometiendo volver en octubre.