Michael Waldrep, “Escenas de Neza: la ciudad mexicana que se hizo a sí misma” (traducción)

Original: Michael Waldrep, “Scenes from Neza: Mexico’s Self-Made City” publicado por Michael Waldrep en Fulbright National Geographic Stories el 26 de marzo de 2015.

Traducción: Grecia Monroy Sánchez (11 de 17)

*Las fotos, videos y enlaces incluidos aquí son los que aparecen en el artículo original.

Escenas de Neza: la ciudad mexicana que se hizo a sí misma

Ciudad Nezahualcóyotl es el asentamiento informal prototípico de la zona metropolitana de la Ciudad de México. Construida en la frontera del Distrito Federal con el Estado de México, Neza —como comúnmente se le conoce—, tiene un espacio importante en el imaginario de la ciudad. Desde sus comienzos como un asentamiento ilegalmente desarrollado, planeado y construido en los años cuarentas, Neza ha sido una poderosa imagen del urbanismo de “auto-construcción” o, más bien, “informal”. Un par de mis compañeros becarios de Fullbright, David Adler y Paulina Reyes, han estado escribiendo sobre la valorización, desde afuera, de la arquitectura informal. El hecho de haber conocido recientemente Neza me ha inspirado a hacer esto también.

Una casa típica en Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Una casa típica en Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

El desarrollo de Neza es complejo y merecería una historia más larga que ésta, pero algunas cosas sí que están claras. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, hubo un flujo de inmigrantes a la ciudad de México, quienes empezaron a abarrotar las viviendas del centro de la ciudad, las cuales aún recordaban al Nueva York de principios de siglo. Donde hay una necesidad, hay un medio y en la Ciudad de México de ese momento, eso significaba que había una compañía constructora operando libremente, subdividiendo la tierra que no tenían derecho legal para vender.

Espacio público en Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Espacio público en Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Ellos tenían la capacidad de vender y las familias que desesperadamente buscaban una casa propia tenían la capacidad de comprar, pues Neza fue construida en un terreno que ni siquiera existía en 1900. Aunque gran parte del conjunto de lagos sobre el que había flotado la ciudad prehispánica ya se había secado, el lago de Texcoco, al este del centro de la ciudad, era aún un cuerpo de agua ya bien entrado el siglo XX. Cuando la tierra del fondo —alcalina y compacta— había emergido por completo para la década de los años cuarenta, no era claro quién era su propietario. Repitiendo el mismo patrón hasta el presente, la tierra sería ocupada mediante diversos medios no oficiales y lentamente se transformaría en una pieza funcional del área metropolitana. Hoy, Neza es el décimo municipio más grande de México, con 1.1 millones de residentes.

Cabeza de Coyote, una escultura en el centro de Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Cabeza de Coyote, una escultura en el centro de Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Aunque los desarrolladores dispusieron una red de calles y anunciaron para su venta parcelas delineadas, los residentes se mudaron antes de que hubiera infraestructura. Incluso conforme la población aumentaba rápidamente en los años sesenta, gran parte de la zona aún no contaba con conexiones para la electricidad, agua limpia ni servicio de drenaje. Lo que mi compañero David refiere como la “banalidad de la pobreza” en los vecindarios en los que él ha trabajado —a propósito de la rutina diaria de la clase trabajadora de la Ciudad de México—, en la Neza de esa época se hubiera referido a la contratación de pipas de agua, a las conexiones piratas de energía eléctrica y a la lenta construcción de las ahora ubicuas casas de concreto de 2 o 3 pisos.

Un motociclista en Ciudad Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Un motociclista en Ciudad Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

La concepción de David de esta “banalidad” se entiende como un contrapunto de la especie de versión romántica, tipo Slumdog millonaire, que hacen los planeadores urbanos y arquitectos de lo que frecuentemente se nombra como un “barrio bajo” (slum). Paulina trae a cuenta el Urban-Think Tank y la premiada investigación de Justin McGuirk’s sobre la famosa Torre David en Caracas, una torre de oficinas incompleta que fue reutilizada como vivienda por los pobres organizados de aquella ciudad. (Cabe aclarar que yo mismo he trabajado con el Urban-Think Tank, aunque no en ese proyecto). El problema sería, por supuesto, que cuando los que nos dedicamos a los campos de la planeación y el diseño nos impresionamos por las innovaciones del diseño de las comunidades marginales, ignoramos también sus retos reales, sus continuas luchas. Nos deleitamos con su ingenio como respuesta a la negligencia del gobierno, pero haciendo esto —se podría argumentar— justificamos ésta última.

Una casa en Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Una casa en Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Debo disentir con este tren de pensamiento, especialmente cuando nos lleva a esta aparentemente lógica conclusión, la cual David insinúa en el cierre de su trabajo. Estoy de acuerdo con que hay “peligros reales al […] demoler los barrios bajos sólo para construir feas y poco funcionales viviendas públicas”, pero discuto la idea de que los peligros de la “estética de la pobreza” sean “incluso mayores” o que ellos conlleven a “ignorar las peticiones de los pobres”. Esto presupone que nosotros, como foráneos de estas comunidades (y frecuentemente también de los países en los que éstas se ubican), estamos obligados a intervenir arquitectónicamente en las casas de estas personas. Creo que los asentamientos informales más viejos de la Ciudad de México demuestran que, después de un tiempo, ellos pueden tener éxito sin nosotros.

Una famosa imagen de Neza en la década de 1960, tomada por el fotógrafo Héctor García

Una famosa imagen de Neza en la década de 1960, tomada por el fotógrafo Héctor García.

Durante mucho tiempo, Neza ha luchado por sus necesidades básicas: la provisión de servicios. Es vergonzoso para un gobierno permitir que cientos de miles de residentes vivan al lado de un canal abierto que sirve como drenaje. A escala arquitectónica, sin embargo, permitirles participar en la construcción y diseño de sus casas, aunque no sea perfecto, es más bueno que malo. Al caminar por Neza, la diversidad de las formas de construir refleja las numerosas necesidades de sus residentes, así como su habilidad de moldear construcciones que satisfagan esas necesidades. Mientras pocos ahora proponen la imposición de bloques de viviendas modernistas para reemplazar la vivienda informal de los barrios bajos —tal como los arquitectos, planeadores y diseñadores urbanos hicieron una y otra vez a lo largo del siglo XX—, las economías del movimiento de vivienda de escala de la era contemporánea ha demostrado ser igualmente inconveniente.

Una casa en Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Una casa en Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Mi casa en Cuautitlán, como los cientos de miles de unidades desarrolladas por la agencia gubernamental Infonavit en conjunto con grandes firmas de construcción y diseño, es un claro intento de proveer una alternativa a la construcción “autónoma” de las periferias de la Ciudad de México. Su aspiración parece ser aquella existencia clasemediera que David señala en su texto: una casa, una televisión. Las casas del Infonavit son baratas y, aunque están limitadas a los trabajadores del sector formal —aquellos cuyo trabajo es reconocido por el gobierno y del que pagan impuestos—, están disponibles para millones. Aun así, a lo largo de todo el país, al menos 400 mil casas del Infonavit están vacías, abandonadas por sus arrendatarios o nunca vendidas. Sus diseños de molde, su usualmente triste reino urbano y la planeación que ha llevado a que se construyan en las regiones más lejanas de las ciudades, han mostrado ser un rotundo fracaso. Además, incluso en los vecindarios que están habitados y son relativamente exitosos, un proceso de informalización —una personalización del plan “maestro”— rápidamente toma forma, tal como he observado en mi ex fraccionamiento en Galaxia.

Una casa decorada en Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Una casa decorada en Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Neza, después de casi 70 años de historia, se siente como una parte cualquiera de la ciudad. Es banal, en ese sentido, pero yo argumentaría que eso es un éxito. Un largo proceso de organización de los residentes y un eventual apoyo del gobierno han sido exitosos para conectar las casas con los servicios de la ciudad. Muchas de las casas lucen terminadas; es sorprendente cómo un poco de yeso y pintura pueden hacer que un bloque gris de concreto se vea como una casa de cualquier otra parte de la ciudad. Ahora Neza tiene tranquilas calles con casas en lo que alguna vez fue el borde de la ciudad. Después de una larga historia de regularización de infraestructura y títulos de tierras, es normal en sus propios términos.

Una casa en Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Una casa en Neza. Fotografía por el autor. Da click para hacerla más grande.

Cada vecindario, cada casa debería ser estetizada, si por eso se entiende observada, investigada, quizás fotografiada, y más que nada, algo de lo que se puede aprender. Es un asunto de respeto, yo diría, reconocer las hazañas del diseño donde sea que éstas provengan. Si surgen de la pobreza o de la desesperación, entonces las raíces de esa desigualdad demandan ser tomadas en cuenta, aunque quizás no por los diseñadores. Perpetuar esas desigualdades al no proveer los servicios a los que los necesitan es abominable. Pero confundir la arquitectura informal con sus causas es un error. Negar su mérito, su habilidad para proveer una base para la mejora propia, sería una falla de nuestra parte. Finalmente, aunque está lejos de ser la necesidad más urgente de la mayoría de los residentes, ignorar lo que la informalidad ha hecho para empoderar en el diseño de su propio espacio a los privados de derechos sería una grave pérdida de oportunidad.