Michael Waldrep, “El ocaso en Tlatelolco: viviendas modernistas y las semillas de los suburbios” (traducción)

Original: Michael Waldrep, “Twilight in Tlatelolco: Modernist Housing and the Seeds of Suburbia” publicado por Michael Waldrep en Fulbright National Geographic Stories el 13 de marzo de 2015

Traducción: Grecia Monroy Sánchez (10 de 17)
*Las fotos incluidas aquí son las que aparecen en el artículo original.

El ocaso en Tlatelolco: viviendas modernistas y las semillas de los suburbios

El tráfico avanza rápidamente por Tlatelolco a través del Eje Central. Fotografía de Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

El tráfico avanza rápidamente por Tlatelolco a través del Eje Central. Fotografía de Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

Como espero haber señalado en mis publicaciones de las últimas semanas, el desarrollo habitacional que el gobierno fundó en Tlatelolco en 1964 es, por mucho, el proyecto de vivienda más ambicioso en la historia mexicana. En cuanto a caso aislado, su alcance no ha sido nunca igualado. En 1968, tan sólo cuatro años después de su fundación, su Plaza de las Tres Culturas sería lugar de una terrible masacre de estudiantes manifestantes por parte del gobierno, y en 1985 las viviendas de concreto sufrieron algunos de los peores daños como consecuencia del terremoto de ese mismo año. Estos dos eventos —tanto uno natural como otro profundamente antinatural— demolieron los paisajes políticos y sociales de la ciudad, y la llevaron a tener un flujo mayor de residentes a los suburbios. Conforme este movimiento suburbano continuó acelerándose a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, muchas de sus raíces se fueron expandiendo a partir del gran experimento aquí.

Ruinas prehispánicas, una iglesia del siglo XVII y viviendas modernistas en la Plaza de las Tres Culturas. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

Ruinas prehispánicas, una iglesia del siglo XVII y viviendas modernistas en la Plaza de las Tres Culturas. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

Muchos edificios colapsaron en 1985, matando a cientos de residentes, mientras que otros tuvieron que ser demolidos como consecuencia del sismo. El desarrollo fue evacuado y, poco a poco, conforme los edificios iban probando ser seguros para volver a ser habitados, la vida comenzó de nuevo en Tlatelolco. Actualmente, el vecindario alberga a 40 mil residentes, lo que es tan sólo la mitad de los que tuvo en su momento más álgido. Hoy, los edificios están envejecidos y gran parte del espacio público se encuentra sin mantenimiento. Sin embargo, los beneficios del diseño original son palpables: la tranquilidad de estar lejos de calles ajetreadas, así la amplitud de los espacios públicos para hacer deportes o para estar con tus amigos, sólo cruzando tu puerta. La cantidad de luz y aire que Mario Pani y su equipo de arquitectos dispusieron para los residentes no tiene nada que ver con las raíces de la ciudad en el Centro.

Un espacio abierto en Tlatelolco. Fotografía por Michael Waldre. Da click para hacerla más grande.

Un espacio abierto en Tlatelolco. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

Un peatón mira el tráfico en el anochecer desde el proyecto de vivienda. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

Un peatón mira el tráfico en el anochecer desde el proyecto de vivienda. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más grande.

Los vínculos de todo esto con mi investigación sobre la urbanización en los márgenes de la ciudad son profundos. Como iniciativa del presidente Miguel Alemán y a raíz del especial esfuerzo de Mario Pani en Tlatelolco, el gobierno mexicano fundó en 1972 el INFONAVIT, una agencia federal que, por décadas, construiría cientos de proyectos de vivienda similares a Tlatelolco—sólo que a escala reducida—, muchos de ellos en el D.F. En la década de 1990, el INFONAVIT dejaría el negocio del diseño y la construcción, optando mejor por pagar a desarrolladores privados para construir viviendas asequibles, a manera de lejanas y, predominantemente, unifamiliares viviendas en los márgenes de la ciudad, tal como mi antigua casa en Cuautitlán. Pani estaba trabajando ya, incluso antes de que la construcción de Tlatelolco quedara terminada, en diseños para los suburbios unifamiliares de clase alta en Satélite. En cierto modo, las semillas tanto de la contemporánea vivienda privada —adinerada— como de la gubernamental —subsidiada— se encuentran en Tlatelolco, aunque sus estilos arquitectónicos tengan poco que ver con los monumentales edificios que aún podemos ver.

Los automóviles, tanto en movimiento como estacionados, son empujados a las orillas de las tres secciones del desarrollo. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más larga.

Los automóviles, tanto en movimiento como estacionados, son empujados a las orillas de las tres secciones del desarrollo. Fotografía por Michael Waldrep. Da click para hacerla más larga.

Si Tlatelolco no hubiera sido el sitio de una dolorosa tragedia nacional o si sus específicas técnicas de construcción no hubieran probado ser inadecuadas ante la destrucción de 1985, quizás la idea no hubiera sido totalmente abandonada. Aunque los edificios habitacionales así planeados parecen haber perdido popularidad en todo el mundo, la idea ha hecho mucho por las ciudades; por ejemplo, Stuyvesant Town en New York sigue siendo un asiento para la clase media de Manhattan, y la vivienda social en Londres ha tenido muchos defensores. Incluso los estereotípicamente pobres y disfuncionales proyectos de vivienda financiados por el gobierno en Estados Unidos no pueden ser descartados. Es difícil imaginar que en este año 2015 el gobierno esté construyendo viviendas —con arquitectos vanguardistas, ni más ni menos— en los márgenes de la ciudad, pero si tomamos en cuenta el caso de Tlatelolco, un monumento de un movimiento ambicioso del gobierno mexicano, no resulta imposible.

Un edifico que alberga a cientos de residentes atrapa las últimas luces del día. Fotografía por Michael Waldrep.

Un edifico que alberga a cientos de residentes atrapa las últimas luces del día. Fotografía por Michael Waldrep.

Agradezco a Alfred por este viaje de campo y, como siempre, revisen mi Instagram para seguir más de cerca lo que pasa entre un post y otro.

El español que hace del acto poético una canción

Publicado originalmente en Cultura Colectiva.

(Grecia Monroy.) Un acto poético, según dice Alejandro Jodorowsky, “[…] es una llamada a la realidad.” Es un acto que hacemos con convicción, pero carente de toda justificación. Un acto gratuito, positivo y bello. Visto así, puede ser que hagamos y presenciemos más actos poéticos de los que pensamos. Incluso, puede ser que reconozcamos como poéticos actos que no nacieron siéndolo pero que, a nuestros ojos, lo son. El acto poético parece, entonces, precisar de una “mirada poética”. Algo así es lo que piensa el músico y cantante —originario de Barcelona— Carlos Ann: “es cuestión que elijas lo que quieres y desde dónde quieres ver el mundo. Si quieres ver un mundo crudo, lo vas a ver. Si quieres embellecer con actos poéticos o con impulsos positivos, vas a estar ahí. Yo prefiero estar ahí; es un acto poético que no cuesta nada.”

Por supuesto, si hay un mundo y actos poéticos, debe haber personas poéticas. Más bien, personajes. Y es que el paso entre una persona y un personaje está, justamente, en ciertos actos que, al mismo tiempo, alejan y acercan a una persona de todas los demás. La acercan porque nos podemos reconocer en ella, pero la alejan porque la vemos como un símbolo o metáfora. En el terreno de la música, esto ocurre a menudo: los músicos se vuelven generadores y receptores de actos que los convierten en “algo más”. Hay quienes hacen esto sin darse mucha cuenta y otros más que lo asumen a conciencia. Por eso, pareciera que cada uno de sus gestos y actos son poéticos: al mismo tiempo espontáneos y absolutamente bajo control.

Un acto poético musical es, por ejemplo, volver a presentar por entero las canciones de un disco que salió hace casi 6 años. Eso fue lo que hizo Carlos Ann con El Tigre del Congrés (2010), en tres conciertos en México —Azcapotzalco, Puebla y colonia Roma— los días 3, 11 y 12 de junio. Por cierto que el cantante había estado viviendo en nuestro país hasta hace un par de días, cuando regresó a su Barcelona natal. Antes de ello, pudimos conversar con él sobre la gira del Tigre… y varias cosas físicas y metafísicas más.

Al igual que hace seis años, en estos conciertos se acompañó de dos legendarios guitarristas: Juan Carlos Allende y Enrique Rodríguez Castañeda, músicos que acompañaron durante años a Chavela Vargas y a quienes, de hecho, Carlos Ann conoció en un concierto de la cantante mexicana. “Nos había quedado pendiente volver a estar juntos. Siempre lo hablábamos durante estos años. Buscamos de cierta manera como un leitmotiv, algo como para volver a juntarnos. Pero yo no lo he hecho para revivir el pasado, sino para intentar proyectar hacia el futuro, porque tengo ganas de volver a grabar con ellos, de volver a intentar algo con lo que ya nos conocemos, a ver qué puede surgir a partir del conocimiento. En el primer disco, nos acabábamos de conocer. Ahora ya con seis años de distancia y de trabajo, pues cambia mucho.”

En el escenario, los tres músicos se ven muy integrados y la atmósfera que crean es de devoción y pasión total. Por supuesto, esto se debe también a la naturaleza misma de las canciones del El Tigre del Congrés: el drama del desamor a flor de piel, recuerdos nostálgicos de viejos amigos, historias del barrio en el que Ann creció, versos demoledores sobre amores y almas perdidas. Canciones, literalmente, entrañables; más aún teniendo en cuenta su proceso de composición: “cada disco es diferente y cada canción es diferente. En el disco de El Tigre del Congrés, las canciones me venían dictadas y recuerdo que lo pasé muy mal; el proceso fue duro, fue doloroso. Recuerdo que estaba en mi casa, tomándome una botellita de vino, tranquilamente tocando la guitarra, y de repente me venía dictada la canción. La grababa, porque no podía escribirla. Lo que duraba la canción es lo que duraba la composición. O sea que es a tiempo real. Cuando acababa, me entraba un dolor terrible y me iba de rodillas, caminando por el suelo hasta la otra punta. Cuando se me iba el dolor, me volvía a sentar y me venía otra canción. Aunque el dolor era físico, no nace de lo físico, sino de los cuerpos que tenemos.”

Durante la entrevista, Carlos Ann dice que no se va a poner a dar una “cátedra metafísica”, pero, inevitablemente, lo hace. A mí me parece fascinante; quizás, en parte, porque, en general, sospecho del escepticismo que actualmente reina entre nosotros como una extraña —y embustera— forma de “razón”. Cuando le pregunto sobre si tiene un ritual previo a dar un concierto, cuenta que, aunque en otra época era más “maniático”, lo único que ahora hace es purificar el escenario porque “usualmente, los lugares en los que te presentas están abarrotados de energías atascadas, hay memoria en la pared, hay muchas entidades. Es lo que hago para poder estar a gusto.” Como ya había adelantado, su modo mismo de componer canciones lo asume desde una perspectiva “espiritual” —que podríamos llamar “platónica”— pues considera que “[…] las canciones no son del artista. Están en el mundo de las ideas. Nosotros lo que hacemos es bajarlas aquí a este plano. Considero que las canciones están dictadas.”

Estas creencias metafísicas tienen influjo también en su manera de ver el devenir de su propia carrera artística —a la que él, nos dice, caracterizaría con la palabra “evolución”— y en la relación que tiene con canciones escritas hace mucho, desde que lanzó su primer disco en 1997 —Analogic emotion— hasta el último de 2014 —Holograma. “Hay canciones que las he escrito y no las entendía. Al cabo de unos años, una situación se me ha planteado y resultó ser la canción misma. Eso también a Lou Reed le pasaba. Había canciones que escribió hace cuarenta años y no sabía lo que significaban y después encontró el significado. Y sí que pasa porque el tiempo no existe. Yo no creo en el tiempo.” Pese a la afirmación de este tiempo fractálico y discontinuo, Carlos Ann responde que, si tuviera que presentarse con alguien que jamás lo ha escuchado, le pondría la última canción que ha escrito, porque “energéticamente sería lo que más tendría en común conmigo.”

Ahora que, si tuviera que definir en dos momentos musicales lo que fue y lo que es ahora, elegiría, para lo primero, las canciones “Sólo soy un hombre solo acompañado” y “Queda tiempo para morir”, las cuales les recomendamos escuchar.

Mientras que para definirse en el “presente”, elegiría “Paz y hogar”, así como otras canciones del nuevo disco que está preparando.

De hecho, es a terminar el disco, a mezclarlo y masterizarlo, a lo que Carlos Ann volvió a Barcelona. Seguramente, el resultado será fascinante y… poético. Lo será no sólo por la forma misma de las canciones, sino por el proceso que seguirá y por la convicción con la que el cantante barcelonés asume la creación: “lo que canto es real, lo que canto es puro. Nunca he escrito una canción que no fuera de verdad.” Comprobar esto es tarea nuestra, escuchándolo y viéndolo en el escenario, pero sin olvidar que debemos buscar esta “verdad” no con los ojos de la “objetividad”, sino a la luz de la mirada poética que, con un poco de suerte, podrá revelarnos todo un mundo nuevo.

Carlos Ann: “Hay canciones que las he escrito y no las entendía”

Publicado originalmente en Acordes Modernos.

Carlos Ann. | Facebook del artista.

(Grecia Monroy.) Tras haber visto, el pasado viernes 3 de junio, a Carlos Ann en concierto, reviviendo con intensidad desbordante las canciones de El Tigre del Congrés (2010), y tras haberme quedado fascinada con varias entrevistas en las que quedaba de manifiesto la “mística” que rodea el proceso de composición y de performance musical del cantante barcelonés, la idea de entrevistarlo se volvió irresistible.

Pude hacerlo hace algunos días, en una librería de la colonia Roma, en la Ciudad de México, poco antes del regreso de Carlos a Barcelona —donde terminará, por cierto, de mezclar y masterizar su próximo álbum. La entrevista la hice junto con una amiga que, de hecho, fue quien me presentó musicalmente —hace ya más de diez años— a Ann, al recomendarme y prestarme dos de sus CDs: Descarado (2005) y Bushido (2003). Eso nos hizo pensar que el acontecimiento de la entrevista tenía, al menos para nosotras, un peso medio histórico y, por qué no, medio poético. Esto último se reafirmo, además, por los temas tratados y porque Carlos Ann tiene una presencia que invita a lo poético…

Ésta es, pues, la entrevista en la que, mediado por sus lentes oscuros, Carlos Ann nos habla sobre la gira de El Tigre y varias cosas físicas y metafísicas más.

El “regreso” de El Tigre del Congrés

P: ¿Cómo surgió la idea de revivir la gira de El Tigre del Congrés?
R: Nos había quedado pendiente volver a estar juntos [Ann, Juan Carlos Allende y Enrique Rodríguez Castañeda, los guitarristas que lo acompañan]. Siempre lo hablábamos durante estos años. Buscamos de cierta manera como un leitmotiv, algo para volver a juntarnos. Pero yo no lo he hecho para revivir el pasado, sino para intentar proyectar hacia el futuro, porque tengo ganas de volver a grabar con ellos, de volver a intentar algo con lo que ya nos conocemos. A ver qué puede surgir a partir del conocimiento. En el primer disco, nos acabábamos de conocer. Ahora ya con seis años de distancia y de trabajo, pues cambia mucho.

P: ¿Cómo te sentiste en el concierto del Segundo Piso Live en Azcapotzalco?
R: Bueno, era el primero y el primero siempre es para lanzar las canciones y a ver qué ocurre. Pero bien. Creo que volvió a surgir la magia, la química, entre los tres. Hacía tiempo ya, creo que eran seis años, que no tocamos juntos, pero estoy satisfecho.

P: En ese concierto, cantaste “Las oportunidades” de Andrés Calamaro. ¿Estás en una etapa en la que te sientes directamente relacionado con esa canción o fue más una elección por gusto?
R: Es porque me gusta esa canción. Si te abres al mundo de las oportunidades puedes recibir ofertas… Es una canción que escuchaba mucho tiempo atrás, cuando salió. Después estuve mucho tiempo sin escucharla. Cuando hice el set-list me vino a la cabeza.

P: ¿Tienes algún ritual antes de subirte al escenario?
R: Manías no tengo. Hace años sí que era muy maniático, pero un día rompí con eso. Creo que las manías antes de subir a un escenario son el reflejo del miedo. Lo que sí hago es purificar el escenario, limpiarlo antes: poner una música que no es audible a los oídos, pero que sí que son cosas que limpian, e intentar acomodar un poquito el escenario y el camerino. Usualmente los lugares en los que te presentas están abarrotados de energías atascadas, hay memoria en la pared, hay muchas entidades. Es lo que hago para poder estar a gusto.

La composición de canciones y una teoría del tiempo

P: En otras entrevistas has hablado sobre que el proceso de composición de las canciones de El Tigre del Congrés fue muy “espiritual”. ¿Siempre ha sido así o varía de disco a disco?
R: Siempre va cambiando. Es que está en movimiento. Nosotros somos seres que estamos en movimiento. Somos como una vibración, un fractal. Cada disco es diferente y cada canción es diferente. En el disco de El Tigre del Congrés, las canciones me venían dictadas. Recuerdo que lo pase muy mal; el proceso fue duro, fue doloroso. Recuerdo que estaba en la casa que tenía en Barcelona, tomándome una botellita de vino, tranquilamente tocando la guitarra y de repente me venía dictada la canción; la grababa, porque no la podía escribir. Lo que duraría la canción es lo que duraba la composición. O sea que es a tiempo real. Cuando acababa, me entraba un dolor terrible y me iba de rodillas, caminando por el suelo hasta la otra punta: “¡qué dolor, qué dolor!”. Cuando se me iba el dolor, me volvía a sentar y me venía otra canción. El dolor es físico, pero no nace de lo físico, sino de los cuerpos que tenemos. Eso me ha pasado. Pero no en todos los discos. Son procesos diferentes. Hay disco que son como más tranquilitos… Yo igual intento que una composición no dure más de un día. Tiene que acabarse en el mismo día —y ya un día me parece mucho. Si no, se pierde el instante. Nunca podría hacer de estos discos que dicen “me he tardado tres años en componerlo”. Sí que tardo tres años en componer o en que me venga la canción a mí. Pero lo que es la creación, es rápida.

P: ¿Hay alguna canción que hayas escrito tiempo atrás que hoy en día te transmita algo distinto al por qué la escribiste?
R: Muchas canciones. Hay canciones que las he escrito y no las entendía. Al cabo de unos años, una situación se me ha planteado y resultaba ser la canción misma. Eso también a Lou Reed le pasaba: había canciones que escribió hace cuarenta años, no sabía lo que significaban y después encontró el significado. Y sí que pasa porque el tiempo no existe… Bueno, tampoco voy dar una charla metafísica, pero… El tiempo no existe. Yo no creo en el tiempo.

P: ¿Hay alguna canción de cualquier artista que te ha dado la sensación de que la pudiste haber escrito tú?
R: No una: infinidad de canciones. Porque las canciones no son del artista. Están en el mundo de las ideas. Nosotros lo que hacemos es bajarlas aquí a este plano. Considero que las canciones están dictadas.

P: ¿Alguna vez has tenido una etapa en la que te hayas sentido estancado para componer?
R: No. Afortunadamente, no. Pero siempre que hago un disco tengo el temor. Hay un cierto temor porque vas a componer canciones y no hay nada; hay un papel en blanco. El papel en blanco es un abismo, no sabes hasta dónde te lleva. Y eso sí que en cierta manera te da mucho respeto. Pero rápidamente te sale una canción, luego otra y otra, y ese temor se va desvaneciendo. Luego sí que pasas una fase de comparación de las canciones que estás haciendo actualmente, con las del pasado, del último disco. Pero lo que es temor por quedarme estancado, no.

“El papel en blanco es un abismo, no sabes hasta dónde te lleva”. | Archivo.

Un test de canciones y el trabajo en los discos

P: Si le presentáramos a Carlos Ann a alguien que nunca lo ha escuchado, ¿qué canción le recomendarías que fuera la primera que escuchara?
R: La última que hubiera escrito. Energéticamente, sería lo que más tendría en común conmigo, la última.

P: Si tuvieras que definir en dos canciones lo que fuiste y lo que eres ahora, ¿qué canciones serían?
R: Yo creo que el inicio sería “Sólo soy un hombre solo acompañado” y “Queda tiempo para morir”. Actualmente, no sé… Claro, es que estoy pensando en el disco nuevo que estoy haciendo que no habéis escuchado, así que no vale la pena hablar de ello. No lo sé… Sería “Paz y hogar”.

P: Si resumieras tu carrera artística en una frase, ¿cuál sería?
R: Evolución.

P: ¿Tú te involucras cuando se hace el diseño de marketing de tus discos?
R: Siempre estoy ahí, pero sí que dejo que el artista reinterprete la obra. Dejo unas directrices, más que nada para que el disco sea un concepto. A mí no me gusta todo. Entonces si estás hablando de un disco triste y van a poner cosas divertidas, pues no.

P: Recuerdo que el sitio web de Descarado era animado y, ese momento, me pareció muy innovador. El concepto era como un bar…
R: Sí, era un bar. Había como una televisión al fondo que se prendían, las botellas, el tocadiscos… Estuvo muy bien. En esa época conté con un equipo maravilloso. Me involucro bastante, pero dejando jugar.

Carlos Ann vuelve a Barcelona a terminar su próximo disco. | Foto: Contracultura.

El personaje, el mundo poético y la sobreinformación

P: ¿Hay una diferencia entre el tú de las canciones y el “real”? Esta pregunta es casi un lugar común, pero los que escuchamos las canciones a veces somos ingenuos…
R: Todos tenemos multi-personalidades. Todos. Es un concepto astrológico. Evidentemente, yo despierto por la mañana y hago cosas como todo el mundo. Pero el 90% de las cosas tampoco son muy comunes. Sin embargo, no me alejo: lo que canto es real, lo que canto es puro. Nunca he escrito una canción que no fuera de verdad.

P: En alguna otra entrevista dijiste que vivimos en un mundo poético, ¿eso nos determina a hacer actos poéticos?
R: Ojalá se hicieran actos poéticos constantemente. Ojalá el mundo real fuera poético. Es cuestión que elijas lo que quieres, dónde quieres estar y dónde quieres ver el mundo. Si quieres ver un mundo crudo, lo vas a ver. Si quieres embellecer con actos poéticos o con impulsos positivos, vas a estar ahí. Yo prefiero estar ahí. Ver todo como si estuviera dentro de algo bello es un acto poético que no cuesta nada.

P: Te vimos este fin de semana entre el público en el concierto de Rubén Pozo y, hace unos meses, en el de Christina Rosenvinge. ¿Sueles estar al tanto de lo que hacen tus colegas?
R: Sí, pero lo que llega. Tampoco tengo una obsesión de información. No tengo una necesidad, como muchas personas, de estar sobreinformada. Hay tanta información… Estaba en una entrevista con Miguel Solís, quien nos ha contado que cada dos días hay la misma información, ahora, que desde 1800 y pico a 1870. ¡Cada dos días! Tampoco tengo la necesidad de la información porque es imposible. No tengo una luna de Géminis que me haga tener la curiosidad de una sobreinformación; la tengo en Tauro: me gusta tomar vino, comer bien. Me preocupa más por la noche comer bien que ir a descubrir algo.

P: ¿Sigues viviendo en México?
R: Ahora me regreso a Barcelona. No tengo hogar fijo. La Tierra es mi hogar. Me he desapegado mucho.

P: ¿Te gustó vivir aquí?
R: Sí, me encanta. Estoy aprendiendo de la cultura y estudiando cositas de México a nivel tribal.

P: ¿Qué proyectos se avecinan?
R: Ahora, acabar mi disco nuevo, me queda poquito. Voy a Barcelona a grabar la parte final, a mezclarlo y a masterizarlo. Después, a lo mejor con el Tigre del Congrés volveremos a hacer unos conciertos. Ya veremos. Hay bastantes planes… Si puedo escribir algún librito más de poesía, también…

Roberto Musso, de El Cuarteto de Nos: “El método científico y el creativo tienen muchísimos puntos en común”

Publicado en Acordes Modernos.

Los cinco de El Cuarteto de Nos. | Facebook de la banda.

(Silvana Carrillo y Grecia Monroy.) Sobre la composición de canciones no hay nada definitivo. Aunque una canción queda siempre como explicación de sí misma, la curiosidad de conocer el proceso que la hizo “ser” late siempre en mucho de nosotros. Quizás es porque ese proceso nos deja asomarnos a espacios que van más allá de lo musical y nos llevan a los orígenes en los que alguien descubrió que hacer canciones era algo a lo que podía y quería dedicar su vida.

Ante una banda como El Cuarteto de Nos, integrada por los uruguayos Santiago Marrero, Roberto Musso, Gustavo “Topo” Antuña, Álvaro Pintos y Santiago Tavella, esta curiosidad es casi inevitable: sus canciones enganchan tanto por su estilo pop-rock —aunque incluyen también otros ritmos—, como por sus letras, en las que aprovechan al máximo los recursos formales del lenguaje (como la rima), además del humor, la ironía, pero también la sincera emotividad, en el desarrollo de temas y conceptos que han refrescado, desde hace poco más de 30 años, la escena musical latinoamericana.

En el intermedio del cierre de su gira por Argentina y del inicio de su paso por México, pudimos charlar, vía telefónica, con Roberto Musso, vocalista y compositor de una gran mayoría de las canciones de la banda. Algunas de las cosas que nos compartió fueron su experiencia al momento de componer canciones, el papel tan importante que tiene el lenguaje en ese proceso creativo y el porqué del interés de la banda en situar a la palabra en un lugar igual de importante que la música.

Roberto Musso de El Cuarteto de Nos. | Facebook de la banda.

Roberto Musso es sencillo e inteligente al hablar y se nota que, oscilando entre un pensamiento lógico y una sensibilidad sutil, su mente bulle de ideas conforme se va expresando. Su formación como ingeniero le ha permitido llegar a entender que el pensamiento “científico” y el “creativo” no están disociados y que tienen más procesos en común de los que a veces puede llegar a parecer: “creo que el ingeniero está subvalorado como alguien sensible. Creo que, cuando alguien se mete al mundo de las matemáticas y de la lógica, tiene algo que ver con la creación: con escapar del mundo real, con poder meterse en el mundo imaginario de los números, de lo que después va a volverse real, pero que está y no está asociado con la realidad. Además, para mí, el método científico y el método creativo tienen muchísimos puntos en común. El método científico no tiene miedo al error, sino que justamente aprende del error —muchas veces los grandes descubrimientos fueron hechos así. Cuando vas a escribir una canción es lo mismo: no tener miedo al fracaso. Con la metodología pasa lo mismo: te digo que yo no soy nadie que pueda escribir una canción en quince minutos ni mucho menos; por eso, preciso de esa metodología que aprendí siendo estudiante.”

Una vez que Roberto ha entrado en ese proceso de composición, cuando se encuentra en el estudio de su casa —quizás sentado en un sillón azul y tomando un almendrado (se recomienda escuchar “Breve descripción de mi persona”)— ¿cómo va “surgiendo” la canción? ¿Sale primero la letra, la música, el tema…? Él nos explica: “Yo me imagino que tengo una manera medio peculiar de componer; creo que cada compositor la ha de tener también. Me imagino primero la canción como un concepto. No puedo escribir una letra sola sin música ni tampoco tengo música esperando una melodía y una letra que la correspondan. Entonces, estoy a veces mucho tiempo buscando un tema específico que quiero cantar en una canción y a partir de ahí uno empieza a estudiar mucho el tema y a desarrollar paralelamente tanto la música, la letra, el tipo de lenguaje que voy a usar, hasta el ambiente de la canción, los sonidos… En la computadora que tengo acá en el estudio de mi casa pongo mucha información de todo eso. Así dejo la canción sobre-terminada con cosas que tengamos que sacar cuando grabemos en definitiva. Pero, si no sabemos el concepto, me es muy difícil poder escribir una canción. Como que no podemos empezar a escribir una canción sin orden. Entonces, primero digo: «¡ah, bueno! Voy a escribir una canción sobre el bullying» —la de “Buen día Benito”—, pero quiero que hable de la venganza y de las culpas y así voy viendo de qué forma escribirla. Pero no empecé esa canción diciendo: «Buen día Benito, ¿te acordás de mí?»”.

Los uruguayos de El Cuarteto de Nos sobre el escenario. | Facebook de la banda.

Para él, en conclusión, ideas antes que palabras. Una vez que se tienen las ideas, ¿cómo ir dándoles forma? Lo que dice una de sus canciones —de Bipolar (2009)— nos puede una dar pista: Entonces es cuando mis respuestas se apilan y flotan en el viento como las de Dylan. Éste, como otros tantos versos del Cuarteto, tiene una de esa rimas que convencen. Este recurso de la rima es una forma de argumento y, además, permite poner en práctica lo mucho que el lenguaje tiene de juego y de flexibilidad. Como antes mencionamos, este trabajo con el lenguaje es un rasgo característico de las canciones del Cuarteto. Sin embargo, no siempre le apuestan al mismo modelo: “Hay distintos tipos de canciones nuestras: hay algunas que son más melódicas, digamos, y hay otras que llegan al límite de lo imaginable con palabras que riman, a su vez, con otras palabras de determinadas frases. Cuando me auto-impongo ese desafío de buscar rimas inteligentes o interesantes y que, además, aporten a la canción, que no generen información intrascendente, me las busco como un juego.”

Ese juego y “forcejeo” con el lenguaje requiere tiempo y mucho trabajo. Por eso, Roberto nos cuenta que puede llegar a pasar hasta un mes trabajando sobre la misma canción. Por supuesto, esta búsqueda de la palabra adecuada no se hace desde la nada; es preciso un fondo del cual escarbar: “Desde chico soy muy buen lector de libros de autores latinoamericanos que me han gustado desde siempre. Todo ese lenguaje florido que tiene el español me parecía que se estaba desaprovechado en el ámbito rockero, específicamente latinoamericano. Poder incorporar, digamos, literatura en español en canciones que tienen, en definitiva, un formato pop como las nuestras está buenísimo.”

En la historia de la música, específicamente de la latinoamericana, ha habido diferentes momentos en los que las letras de las canciones se han colocado en el lugar central de la composición y la interpretación. Así sucedió con El Cuarteto, aunque, según dice Roberto, no fue tanto que quisieran marcar una “nueva línea” o una “ruptura” en la forma de hacer música, sino que “empezamos desde muy chicos de edad la banda y como que siempre el tema del lenguaje y los juegos de palabras estaban en nuestros juegos. ¡Sabés que éramos más nerds que otra cosa cuando empezamos la banda…! Entonces, el uso de lenguaje te diría que hasta estaba incorporado a nuestras personalidades. Después, eso se volvió el sello distintivo del Cuarteto: poder auto-construirnos un lugar propio en base a las canciones. Yo creo que también tiene que ver con que ninguno de nosotros es un músico virtuoso de su instrumento ni de la música en sí, entonces como que capaz que la palabra es el fuerte y, bueno, hay que disimular las carencias por otro lado”, nos confiesa en medio de risas.

Santiago Marrero, Roberto Musso, Gustavo “Topo” Antuña, Álvaro Pintos y Santiago Tavella son El Cuarteto de Nos. | Facebook de la banda.

Por cierto que a los maestros de literatura y lengua no les vendría mal ensayar con sus alumnos el camino que siguieron Roberto, su hermano Ricardo, Alvin Pintos y Santiago Tavella —estos últimos dos miembros aún de la banda— para hacer del lenguaje algo propio mediante la creación de un lugar imaginario al que llamaron “La ciudad de Tajo” y en el cual desarrollaban increíbles contiendas: “Nos inventábamos personajes y nos grabábamos en unos cassettes viejísimos. Hacíamos como que éramos poetas que iban a leer su poesía, que eran poemas hechos por nosotros, muy malos normalmente. Los demás hacían como de críticos y todo terminaba en una batalla campal, todos peleándose: el poeta defendiéndose de las críticas y los críticos atacándolo. Eso lo grabábamos y a los dos tres días lo escuchábamos en nuestras casas y nos reíamos mucho.” De ese juego salieron personajes de las canciones de la primera época del Cuarteto, como “Andamio Pijuán” y “Juan Bojorge Ocorbojón”.

Afortunadamente, este ímpetu lúdico y creativo trascendió los juegos de estos chicos uruguayos y llegó a nosotros para hacernos reír, disfrutar y pensar mediante sus canciones. El juego con el lenguaje es también un juego con el pensamiento y, quizás, con la vida misma. Eso es lo que le apuesta El Cuarteto de Nos y es por eso que les seguiremos la pista en esta gira y en todos los proyectos que estén por venir.

El juego de componer canciones para marcar la historia de la música

Publicado originalmente en Cultura Colectiva.

Los cinco de El Cuarteto de Nos. | Facebook de la banda.

(Silvana Carrillo y Grecia Monroy.) Sobre la composición de canciones no hay nada definitivo. Aunque una canción queda siempre como explicación de sí misma, la curiosidad por conocer el proceso que la hizo “ser” late siempre en mucho de nosotros. Quizás es porque ese proceso nos deja asomarnos a espacios que van más allá de lo musical y nos llevan a los orígenes en los que alguien descubrió que hacer canciones era algo a lo que podía y quería dedicar su vida.

Ante una banda como El Cuarteto de Nos, integrada por los uruguayos Santiago Marrero, Roberto Musso, Gustavo “Topo” Antuña, Álvaro Pintos y Santiago Tavella, esta curiosidad es casi inevitable: sus canciones enganchan tanto por su estilo pop-rock —aunque incorporan también otros ritmos—, como por sus letras, en las que aprovechan al máximo los recursos formales del lenguaje (como la rima), además del humor, la ironía, pero también la sincera emotividad, en el desarrollo de temas y conceptos que han refrescado, desde hace poco más de 30 años, la escena musical latinoamericana.

En el intermedio del cierre de su gira por Argentina y del inicio de su paso por México, pudimos charlar con Roberto Musso, vocalista y compositor de una gran mayoría de las canciones de la banda. Algunas de las cosas que nos compartió fueron su experiencia al momento de componer canciones, el papel tan importante que tiene el lenguaje en ese proceso creativo y el porqué del interés de la banda en situar a la palabra en un lugar igual de importante que la música. Nos habló también de su último paso por México y de los cambios y continuidades que han tenido como banda.

La gira que los traerá a México a mediados de este mes sigue teniendo como novedad el disco Habla tu espejo (2014), el cual fue ya presentado el año pasado en varios conciertos. Sin embargo, Roberto nos comenta que han hecho variaciones en el repertorio: “Hubo muchos cambios de canciones que no habíamos tocado el año pasado, canciones que hacía tiempo que no tocábamos.” Justamente, en octubre del año pasado se presentaron —junto con otros artistas como Gepe y Paté de Fuá— en el Zócalo de la Ciudad de México, en el marco del festival de la Semana de las Juventudes. Para Roberto, estos espacios son excelentes para cautivar público nuevo, por lo que espera que “[…] mucha gente que nos conoció allí, esa vez, ahora nos vaya a ver cuando estemos en el show nosotros solos.”

Ya es lugar común decir que, a partir de la trilogía de discos inaugurada por Raro (2006), El Cuarteto de Nos ha obtenido reconocimiento internacional e incluso ha desfilado por la alfombra roja de premios como los Grammys Latinos. Su disco Porfiado (2012) fue premiado como mejor álbum pop/rock y el tema “Cuando sea grande” se llevó el premio como mejor canción. ¿Esto ha representado un antes y después para la banda, a nivel personal o musical? Roberto cree que no: “el premio tiene un corolario de todo lo que venía antes: de un disco que se había venido muy bien, que a la gente le había gustado, que la crítica lo había apoyado muy bien y que la gente lo fue a ver a los shows. El premio me parece que viene como consecuencia de todo esto. No hubo para nosotros, por los premios en sí mismos, un antes y después a nivel de más fama o menos fama.”

Roberto Musso es sencillo e inteligente al hablar y se nota que, oscilando entre un pensamiento lógico y una sensibilidad sutil, su mente bulle de ideas conforme se va expresando. Su formación como ingeniero le ha permitido llegar a entender que el pensamiento “científico” y el “creativo” no están disociados y que tienen más procesos en común de los que a veces puede llegar a parecer: “creo que el ingeniero está subvalorado como alguien sensible. Creo que, cuando alguien se mete al mundo de las matemáticas y de la lógica, tiene algo que ver con la creación: con escapar del mundo real, con poder meterse en el mundo imaginario de los números, de lo que después va a volverse real, pero que está y no está asociado con la realidad. Además, para mí, el método científico y el método creativo tienen muchísimos puntos en común. El método científico no tiene miedo al error, sino que justamente aprende del error —muchas veces los grandes descubrimientos fueron hechos así. Cuando vas a escribir una canción es lo mismo: no tener miedo al fracaso. Con la metodología pasa lo mismo: te digo que yo no soy nadie que pueda escribir una canción en quince minutos ni mucho menos; por eso, preciso de esa metodología que aprendí siendo estudiante.”

Una vez que Roberto ha entrado en ese proceso de composición, cuando se encuentra en el estudio de su casa —quizás sentado en un sillón azul y tomando un almendrado (escuchar “Breve descripción de mi persona”)— ¿cómo va “surgiendo” la canción? ¿Sale primero la letra, la música, el tema…? Él nos dice: “Yo me imagino que tengo una manera medio peculiar de componer; creo que cada compositor la ha de tener también. Me imagino primero la canción como un concepto. No puedo escribir una letra sola sin música ni tampoco tengo música esperando una melodía y una letra que la correspondan. Entonces, estoy a veces mucho tiempo buscando un tema específico que quiero cantar en una canción y a partir de ahí uno empieza a estudiar mucho el tema y a desarrollar paralelamente tanto la música, la letra, el tipo de lenguaje que voy a usar, hasta el ambiente de la canción, los sonidos… En la computadora que tengo acá en el estudio de mi casa pongo mucha información de todo eso. Así dejo la canción sobre-terminada con cosas que tengamos que sacar cuando grabemos en definitiva. Pero, si no sabemos el concepto, me es muy difícil poder escribir una canción. Como que no podemos empezar a escribir una canción sin orden. Entonces, primero digo: «¡ah, bueno! Voy a escribir una canción sobre el bullying» —la de “Buen día Benito”—, pero quiero que hable de la venganza y de las culpas y así voy viendo de qué forma escribirla. Pero no empecé esa canción diciendo: “Buen día Benito, ¿te acordás de mí?”.

Para él, en conclusión, ideas antes que palabras. Una vez que se tienen las ideas, ¿cómo ir dándoles forma? Lo que dice una de sus canciones —de Bipolar (2009)— nos puede dar una pista: Entonces es cuando mis rspuestas se apilan y flotan en el viento como las de Dylan. Éste, como otros tantos versos del Cuarteto, tiene una de esa rimas que convencen. La rima es una forma de argumento y, además, permite poner en práctica lo mucho que el lenguaje tiene de juego y de flexibilidad. Como antes mencionamos, este trabajo con el lenguaje es un rasgo característico de las canciones del Cuarteto. Sin embargo, no siempre le apuestan al mismo modelo: “Hay distintos tipos de canciones nuestras: hay algunas que son más melódicas, digamos, y hay otras que llegan al límite de lo imaginable con palabras que riman, a su vez, con otras palabras de determinadas frases. Cuando me auto-impongo ese desafío de buscar rimas inteligentes o interesantes y que, además, aporten a la canción, que no generen información intrascendente, me las busco de verdad como un juego.”

Santiago Marrero, Roberto Musso, Gustavo “Topo” Antuña, Álvaro Pintos y Santiago Tavella son El Cuarteto de Nos. | Facebook de la banda.

Ese juego y “forcejeo” con el lenguaje requiere tiempo y mucho trabajo. Por eso, Roberto nos cuenta que puede llegar a pasar hasta un mes trabajando sobre la misma canción. Por supuesto, esta búsqueda de la palabra adecuada no se hace desde la nada; es preciso un fondo del cual escarbar: “Desde chico soy muy buen lector de libros de autores latinoamericanos que me han gustado desde siempre. Todo ese lenguaje florido que tiene el español me parecía que se estaba desaprovechado en el ámbito rockero, específicamente latinoamericano. Poder incorporar, digamos, literatura en español en canciones que tienen, en definitiva, un formato pop como las nuestras está buenísimo.”

En la historia de la música, específicamente de la latinoamericana, ha habido diferentes momentos en los que las letras de las canciones se han colocado en el lugar central de la composición y la interpretación. Así sucedió con El Cuarteto, aunque, según dice Roberto, no fue tanto que quisieran marcar una “nueva línea” o una “ruptura” en la forma de hacer música, sino que “empezamos desde muy chicos de edad la banda y como que siempre el tema del lenguaje y los juegos de palabras estaban en nuestros juegos. ¡Sabés que éramos más nerds que otra cosa cuando empezamos la banda…! Entonces, el uso de lenguaje te diría que hasta estaba incorporado a nuestras personalidades. Después, eso se volvió el sello distintivo del Cuarteto: poder auto-construirnos un lugar propio en base a las canciones. Yo creo que también tiene que ver con que ninguno de nosotros es un músico virtuoso de su instrumento ni de la música en sí, entonces como que capaz que la palabra es el fuerte y, bueno, hay que disimular las carencias por otro lado”, nos confiesa en medio de risas.

Por cierto que a los maestros de literatura y lengua no les vendría mal ensayar con sus alumnos el camino que siguieron Roberto, su hermano Ricardo, Alvin Pintos y Santiago Tavella —estos últimos dos miembros aún de la banda— para hacer del lenguaje algo propio mediante la creación de un lugar imaginario al que llamaron “La ciudad de Tajo” y en el cual desarrollaban increíbles contiendas: “Nos inventábamos personajes y nos grabábamos en unos cassettes viejísimos. Hacíamos como que éramos poetas que iban a leer su poesía, que eran poemas hechos por nosotros, muy malos normalmente. Los demás hacían como de críticos y todo terminaba en una batalla campal, todos peleándose: el poeta defendiéndose de las críticas y los críticos atacándolo. Eso lo grabábamos y a los dos tres días lo escuchábamos en nuestras casas y nos reíamos mucho.” Por cierto que de ese juego salieron algunos personajes de las canciones de la primera época del Cuarteto, como “Andamio Pijuán” y “Juan Bojorge Ocorbojón”.

Afortunadamente, este ímpetu lúdico y creativo trascendió los juegos de estos chicos uruguayos y llegó a nosotros para hacernos reír, disfrutar y pensar mediante sus canciones. El juego con el lenguaje es también un juego con el pensamiento y, quizás, con la vida misma. Eso es a lo que le apuesta El Cuarteto de Nos y es por eso que les seguiremos la pista en esta gira y en todos los proyectos que estén por venir.

La repetición y el gozo: Carlos Ann vuelve a presentar ‘El Tigre del Congrés’ en Ciudad de México

Publicado originalmente en Acordes Modernos.

Carlos Ann | Facebook del artista.

(Grecia Monroy.) La música es inagotable y el placer —algunas veces— tiene que ver con la repetición. ¿Cuántas veces hemos deseado que alguna banda o cantante vuelva a hacer la gira que nos perdimos o que nos encantó tanto que deseamos ver de nuevo? Sensible a estos deseos, Carlos Ann anunció en abril de este año que El Tigre del Congrés (2010) se pasearía de nuevo por México. La noche del viernes pasado esa promesa comenzó a cumplirse.

Serán tres las presentaciones en las que Ann revivirá las canciones de aquel material que se publicó hace seis años. Según él mismo ha dicho, El Tigre del Congrés —título que hace referencia al apodo que, de chico, tenía en el barrio barcelonés donde nació, Congrés— es el disco más desnudo, acústico y orgánico que ha hecho hasta ahora: su voz y dos guitarras fueron todo lo necesario para grabarlo. Estos tres elementos fueron también los que el viernes colmaron el escenario del primero de los conciertos del “regreso del Tigre” —quedan aún el de Puebla del 11 de junio y uno más en la Ciudad de México el 12.

La gira del regreso del Tigre. | Facebook del artista.

El espacio para este regreso —de algo que, en realidad, no se había ido— fue el Segundo Piso Live, un foro y bar en pleno centro de Azcapotzalco, en el norte del D.F. Cerca de las 10 de la noche, Carlos Ann subió al escenario, donde ya se encontraban los dos maestros guitarristas que lo acompañarían todo el concierto: Juan Carlos Allende y Enrique Rodríguez Castañeda. El lugar estaba abarrotado y el humo de un incienso que ardía en el escenario, cerca del micrófono de Ann, flotaba sobre los asistentes de las primeras filas. Sin más preámbulo, comenzó con “Y no queda nada”. Una tras otra, todas las canciones de El Tigre fueron cantadas por Ann y coreadas por los asistentes.

Por supuesto, también las canciones de otros discos de Ann hacían reverberar al público; así sucedió con “La mejor de tus sonrisas”, “La fanfarria” y “Una caja olvidada”. Hubo, además, sorpresas en forma de covers: “La distancia” —clásico de la balada—, “Las oportunidades” —de Andrés Calamaro— y “El triste” —tema de Roberto Cantoral que José José volvió inmortal.

Si la repetición tiene que ver, en ocasiones, con el placer, habría que agregar también sus vínculos con el ritual. Tanto los que van por la vida dando conciertos como los que vamos recibiéndolos asumimos esto, creo, con generosa sorpresa. Nunca antes había visto a Carlos Ann sobre el escenario y, aunque sin duda me quedan ganas de poder verlo alguna otra vez ejecutando sus piezas más rockeras y electrónicas, el concierto de este viernes me dejó la clara impresión de que ocurría algo más que “cantar” cuando él se volcaba —en forma de voz— en esas canciones. Además, la devoción con la que, de tanto en tanto, en los espacios en los que las cuerdas vocales cedían ante las cuerdas de nylon, miraba a los guitarristas que lo flanqueaban transmitía un vínculo tan musical como místico.

Carlos Ann, también conocido como ‘El Tigre del Congrés’. | Facebook del artista.

El incienso seguía consumiéndose y la cerveza seguía siendo consumida mientras versos como estos quedaban suspensos, al igual que el humo, sobre nuestras cabezas: “Estuvimos desviando el tema con nimiedades, de ésas que recuerdan que todo es importante.” Tras una hora de concierto, los músicos dejaron el escenario. Pero, ante el clamor del público, volvieron una vez más. “¿Quieren más? Son incansables, ¿no? Es muy difícil complacerlos a todos”, dijo Ann ante la avalancha de peticiones de canciones lanzada al escenario. Al amenazar, además, que si no le daban otra cerveza se marcharía, la avalancha se transformó en olas de manos que hicieron llegar botellas de cervezas, vasos y mezcal a los pies del escenario. Ofreció aún varias piezas más y era tal la resistencia de la noche a terminar que, incluso, hizo una cappella con el público antes de cerrar definitivamente con la canción que, paradójicamente, abre El Tigre del Congrés: “El tiempo pasó solito”.

Carlos Ann ha dicho que el proceso de composición, o más bien de “alumbramiento”, de una canción puede ser doloroso. Pero, como muchas otras cosas en la vida, el dolor puede dar paso al placer y a la inagotable generosidad que habita en una creación —en una canción— y que se reaviva, repitiéndose, en un concierto. Así sucedió esa noche en Azcapotzalco y, seguramente, volverá a pasar en las dos fechas del “regreso del Tigre” que quedan aún.

Una noche con negro azar: Alfonso André e invitados en el Lunario del Auditorio Nacional

Publicado originalmente en Acordes Modernos.

Memorable concierto de Alfonso André en el Lunario. | Foto: Alfonso Romero.

(Grecia Monroy.) Continuando con las presentaciones por todo el país de su último disco Mar rojo (2015), Alfonso André ofreció un concierto este sábado 28 en el Lunario del Auditorio Nacional, en compañía de varios amigos y excelentes músicos.

Durante las casi dos horas que duró la presentación, el escenario estuvo en constante ebullición, tanto por el ir y venir de los músicos invitados, como por la fuerza de las canciones de Mar rojo y Cerro del aire (2011) —el disco debut de André como cantante—, y las piezas “sorpresa” que adornaron la noche. En cierto modo, esta ebullición contrastaba con la quietud del público que, debido a la disposición del recinto, se ubicó en sillas alrededor de pequeñas mesas redondas dispersas por todo el espacio. Aunque es cierto que esa disposición puede resultar más “cómoda” para escuchar tranquilamente el concierto, sin duda se echó de menos la posibilidad de formar el típico “montón” anhelante y apelmazado, tirando hacia el escenario.

Alfonso André sigue presentando ‘Mar rojo’. | Foto: Sully Silva

Alfonso André sigue presentando ‘Mar rojo’. | Foto: Sully Silva

El sonido, eso sí, fue impecable. Es evidente que los músicos que acompañan a Alfonso —Federico Fong (bajo), Javier Calderón (guitarra), Adolfo Romero (guitarra) y Chema Arreola (batería)— saben más que bien lo que hacen. Aunque durante el concierto Arreola se mantuvo, como suelen hacer los bateristas, al fondo del escenario, resultaba inevitable “verlo” también frente al micrófono, pues sabemos que muchas de las letras, especialmente las de Mar rojo, han sido escritas por él.

Pocos minutos después de las 21 horas, estos cuatro músicos y Alfonso André aparecieron sobre el escenario, para abrir la noche con una pieza profunda y oscura: “Ese lugar”, última canción de Mar rojo. La voz grave de Alfonso resonó fuerte y clara en el recinto, en cuyas pantallas se proyectaban, a la vez, secuencias de video para acompañar cada canción. Sonó después “Mar rojo” y “Puedes dejarme atrás”, en la que Alfonso fue alternando estrofas con el primer invitado de la noche: Luis Humberto Navejas, voz de Enjambre. Siguieron “Ícaro” y “Brisa”, en la que la voz jazzística de Iraida Noriega logró una gran combinación con la de Alfonso y con la poética letra de esa canción.

Luis Humberto Navejas y Alfonso André, en los ensayos previos al concierto. | Foto: Facebook del artista.

Iraida se quedó en el escenario para, junto a Paco Huidobro, de Fobia, en la guitarra, añadirle intensidad a “Hasta que dejes de respirar”, tema de Caifanes que Alfonso suele tocar como parte de su repertorio. Esa canción, que también contó con la colaboración de Darío González Valderrama en los teclados, logró estremecer tanto por su letra de oscuro erotismo, como por la brillante interpretación que hicieron de ella esa noche. Después, Alfonso nos contó y cantó “La mitad de la verdad”, tema de Cerro del aire. Al baterista y cantante se le veía seguro y contento sobre el escenario; abajo, el público, aunque sentado, no dejaba de estallar en explosiones de euforia y de admiración dirigidas tanto a Alfonso como a sus músicos de base e invitados.

Llegó, entonces, el momento de que Cecilia Toussaint subiera al escenario para soltar la voz junto con Alfonso en “Fuga y quietud”, también de Cerro del aire. Ella volvería más tarde y, mientras tanto, Alfonso invitó a Fernando Rivera Calderón, músico y cabeza de Monocordio, a tocar una “bonita canción de esperanza”, según él mismo André dijo en referencia a “El sol saldrá”. Después, en triple dosis, vendría la participación de Chetes: primero, con el cover de un éxito del regiomontano, “Querer”, en el que alternó estrofas con Alfonso; luego, volviendo a Mar rojo, hicieron “Suelta”; y, finalmente, a manera de homenaje a David Bowie, los dos músicos nos regalaron una versión de “Starman”.

Cecilia Toussaint y Alfonso André. | Foto: Sully Silva.

Luego, el concierto remontó a un ambiente oscuro y rock con piezas como “Tormenta” y “Torre del olvido”, en la cual José Manuel Aguilera, voz de la legendaria La Barranca, acompañó a Alfonso. Los versos decadentes de esta canción adquirieron una nueva densidad con la particular voz de Aguilera, quien fue uno de los más ovacionados de la noche. El músico permaneció un poco más en el escenario, aunque ahora en la guitarra y cediendo el micrófono a Cecilia Toussaint, para tocar “Todo temor esconde siempre algún deseo”. Siguiendo con el tono desafiante de esta pieza, sonó “Muérdeme”, tema en el que Chema Arreola —el “Robapalabras”, como lo llamó Alfonso— dejando por un momento la batería y pasando a tomar el micrófono, hizo la introducción vocal.

Alfonso André y algunos de sus invitados al concierto en el Lunario. | Foto: Facebook del artista.

Tras salir un momento del escenario, André y sus músicos volvieron para ofrecer su versión de la balada “El amor de mi vida” de Camilo Sesto, en la que la voz de Alfonso luce mucho, aunque no sea su estilo musical de base. El cierre de la noche empezaba a anunciarse, pero faltaba aún el cover de “Penélope”, que contaría una vez más con la colaboración de Chetes y de Cecilia. Finalmente, el concierto concluyó con “La piel”, tema en el que Diego Herrera, compañero “caifán”, estuvo a la guitarra y Cecilia al micrófono junto con Alfonso.

De principio a fin, este concierto nos mostró que Alfonso André va por muy buen camino. Aunque él suele decir que tiene “más personalidad de baterista que de cantante”, estando al micrófono sobre el escenario lo que transmite no es sólo una excelente ejecución musical —tanto de su parte como, sin duda, de los músicos que lo acompañan—, sino también un placer convincente de que vale la pena seguir haciendo nuevos proyectos, aun contando ya con una trayectoria musical que lo sitúa como uno de los músicos mexicanos más importantes de nuestros tiempos.